Una
versión poco habitual de Aladino chino (Felix Octavius Carr Darley). Imagen de
dominio público en Wikimedia Commons.
Más de una persona se
habrá quedado confundida al jugar una partida de preguntas y respuestas, porque
al contestar que la nacionalidad del personaje Aladino era de Arabia estaba
equivocada ya que la contestación correcta es de China. Lo cierto es que esta historia,
que nos ha llegado a través de un libro recopilatorio titulado Las mil y una
noches, no se trata de un caso único, hay también otros cuentos en dicha obra
que también sitúan su acción en el Lejano Oriente.
¿Hay alguien que ignore
que un joven llamado Aladino no tenía más que frotar una vieja lámpara de
aceite para que apareciera un genio todopoderoso y le concediera todo lo que
pidiese? ¿Que no sepa de la astuta Sherezade, que cada noche contaba un cuento
sin final para poder salvar la cabeza? ¿Alguien que desconozca el nombre de
Simbad, uno de los marinos más audaces que han existido? ¿Que no haya oído
nunca la expresión “Ábrete, Sésamo”, la frase con la que los cuarenta ladrones
entraban a su guarida?
Manuscrito árabe de Las
mil y una noches. Imagen de Danieliness en Wikimedia Commons.
Las mil y una noches es
una antología de relatos fantásticos originados a partir del libro persa
(posiblemente con antecedentes en la India) Hazâr afsâna (que muy
premonitoriamente significa Mil leyendas) reunidas por el traductor y literato
árabe Abu Abd-Allah Muhammad el-Gahshigar. Este autor vivió en el siglo XI pero
ya antes había otras recopilaciones parecidas, como la Alf Layla (Mil noches),
dos centurias anterior y que, a su vez, se basaba en el citado Hazâr afsâna.
No obstante, en occidente
conocemos la versión que tradujo el orientalista francés Antoine Galland, que
vivió entre los años 1645 y 1715. Galland viajó por Medio Oriente y Asia para
la compañía Francesa de las Indias Orientales, con el objetivo de reunir una
colección de muestras diversas destinada al gabinete del ministro Colbert. Ello
le permitió aprender numerosas lenguas exóticas y decidirse a empezar a
traducir Las mil y una noches en 1704, si bien hay que destacar que no se trata
de una transcripción literal y está adaptada a los gustos europeos de entonces:
eliminando los pasajes más escandalosos que contenían sexo o violencia extrema.
Antoine Galland. Imagen de
Fine Art America.
La razón estaba en que,
obviando esas partes, se trataba de una obra muy apropiada para el público
infantil y juvenil. De hecho, así se concibió durante mucho tiempo hasta que en
el último cuarto del siglo XIX el célebre explorador y erudito Sir Richard
Burton, publicó su propia traducción, ésta completa y sin autocensura, que
completó con una versión en inglés de otra pieza controvertida, El jardín
perfumado. Como dato curioso cabe añadir que en España fue el escritor Vicente
Blasco Ibáñez quien realizó la edición más importante.
Las mil y una noches está
constituida por unos setenta cuentos que tienen como nexo común la narración
que hace la valiente Sherezade, que cada jornada le cuenta al sultán un cuento
que continuará en el siguiente, de manera que éste, ansioso por saber cómo
sigue, nunca la decapita como es su costumbre tras pasar la noche con una
mujer. En realidad la historia de Sherezade parece ser una incorporación posterior,
en torno al siglo XV, pero se integra perfectamente en el relato conjunto y ya
es inseparable de él. Algo parecido ocurrió con Aladino.
Sir Richard Francis
Burton. Foto de dominio público en Wikimedia Commons.
Aladino no pertenecía a la
recopilación original, sino que lo añadió Galland en el siglo XVIII tras
oírselo contar a un cristiano maronita de Alepo, llamado Youhenna Diab, alias
Hanna, quien había acompañado a París a Paul Lucas, un naturalista, anticuario
y médico francés que había viajado por varios países mediterráneos (Grecia,
Turquía, Egipto) en tres viajes que realizó a caballo entre los siglos XVII y
XVIII. Galland transcribió la narración oral de Diab a finales de 1709 y la
incluyó en los volúmenes IX y X que preparaba de Las mil y una noches,
considerando que se ajustaba al espíritu de esa obra: genios, magos, exotismo,
moraleja…
Pero no hay que
confundirse. El que Aladino viviera sus aventuras en China, no quiere decir que
el cuento proviniera de allí; su origen es árabe y todos sus elementos destilan
tal sabor. Simplemente se localiza en el Lejano Oriente por ser un lugar
remoto, tan misterioso y sugestivo como lo fue -puede que siga siendo- hasta
hace poco.
Otra ilustración de Aladino
de ambientación china (Ludwig Fulda). Imagen de dominio público en Wikimedia
Commons.
El problema está en que no
se conserva ninguna versión o fuente árabe medieval, si es que es tan antiguo.
Sólo se han encontrado dos manuscritos de esa procedencia que están guardados
en la Biblioteca Nacional de Francia, ambos dieciochescos; uno sería una copia
de otro escrito en Bagdad, y el segundo ni siquiera lo habría escrito un
musulmán sino un sacerdote cristiano llamado Dionysios Shawish, también
conocido como Dom Denis Chavis.
De hecho, el ambiente es
musulmán, la religión también lo parece e incluso otros aspectos, como que
aparezca un comerciante judío o al emperador se le llame sultán. Se ha
interpretado, además, que el malvado brujo que se hace pasar por tío de
Aladino, y que en el cuento procede del Magreb, sería de Marruecos, tierra que
sería el otro extremo del mundo conocido en ese contexto islámico. Incluso el
nombre del protagonista, al igual que los de otros personajes, tiene
resonancias: ‘Alā ‘ad-Dīn, significa nobleza o gloria de la fe en árabe.
Ilustración anónima
combinando un Aladino chino con un genio árabe. Imagen de dominio público en
Wikimedia Commons.
Rizando el rizo, algún
estudioso opina que el cuento podría ubicarse en una comunidad musulmana china,
como por ejemplo la etnia Hui o, afinando aún más, localizarse la acción en el
Turquestán, la región de Asia central que abarcaba desde el Mar Caspio al
Desierto de Gobi y que históricamente incluía la actual provincia noroeste de
Sinkiang.
Al final, todo depende de
la versión que se maneje. Galland había empezado su traducción de La Historia
de Aladino y la lámpara maravillosa de forma muy clara: “En la capital de un
reino de la China, muy rico y muy vasto, cuyo nombre no acude ahora a mi
memoria…”. En 1885 Burton también se decidió por esa ubicación: “Me ha llegado,
oh Rey de la Era, que habitaba en una ciudad de las ciudades de China un hombre
que era sastre, pobre y con un hijo, Alaeddin”. Hoy, con la potente influencia
audiovisual del cine (El ladrón de Bagdad, Aladdin), parece optarse por decir
simplemente Lejano Oriente, sin concretar.
Fuentes: Historia de
Aladino o la lámpara maravillosa (versión de Antoine Galland)/Las mil y una
noches (versión de Vicente Blasco Ibáñez)/Arabian nights (versión de Sir
Richard Burton)/Yellowface. Creating the chinese in american popular music and
performance, 1850s-1920s (Krystyn R. Moon)/Wikipedia. Jorge Álvarez, LBV.
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