Heliogábalo, el escandaloso emperador romano.
Las rosas de Heliogábalo (Lawrence Alma-Tadema), Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
Heliogábalo, fue un
emperador romano de principios del siglo III que no ha pasado a la historia con
buena fama. Kovaliov, lo describe como “corrompido al extremo” y “pervertido
sexual”, mientras que Gibbon dice: “que se abandonó a los placeres más groseros
y a una furia sin control”. Tampoco sus contemporáneos dejaron un retrato
positivo: ni Dión Casio, en su historia romana, ni Herodión, en su obra de
idéntico título, ni los anónimos autores de la historia Augusta, aunque entonces
los posicionamientos políticos de los historiadores dejaban siempre una sombra
de duda.
La verdad es que a Vario
Avito Basiano, que tal era su verdadero nombre, si bien al ascender al trono lo
cambió por el de Marco Aurelio Antonino Augusto (Heliogábalo era un apodo), no
le tocaron vivir tiempos fáciles. El siglo III d.C. fue el de la crisis del
imperio por excelencia, tanto en el plano económico como en el político. Desde
el fallecimiento de Marco Aurelio, se habían sucedido en el poder primero un
personaje de la catadura de Cómodo y luego un senador tan rígido como efímero,
Pertinax, llegándose a la bochornosa subasta de la corona que los pretorianos
organizaron en el año 193 y que se llevó Juliano, como mejor postor… pero a la
vez que las legiones fronterizas proclamaban tres emperadores simultáneamente:
Albino en Britania, Nigro en Siria y Septimio Severo en Iliria y Panonia.
Áureo acuñado por Heliogábalo, representando al dios El-Gabal. Imagen Classical Numismatic Group en Wikimedia Common.
A la postre, fue éste
último el que se impuso tras derrotar uno tras otro a los demás y afianzarse en
el puesto siguiendo dos pautas, usar un puño de hierro contra todo opositor y
el pragmático consejo que dio a sus hijos antes de morir: “Enriqueced a los
soldados y no os preocupéis de lo demás”. Severo, que inauguró una dinastía,
consiguió remendar parcialmente la crisis con una serie de reformas
administrativas, pero a costa de poner fin a la poca autoridad que le quedaba al
Senado y convertir su régimen en una dictadura militar de facto.
De todas formas, las
costuras terminaron por ceder y, tras él, su hijo Marco Aurelio Severo Antonino
Augusto, alias Caracalla (por la capa gala que usaba), envolvió a Roma en un
caos con la represión de miles de partidarios de su hermano Geta -al que había
asesinado- y la concesión de la ciudadanía a todos los habitantes del imperio
para cohesionarlo y sacar más impuestos. Sólo que también quiso emular a
Alejandro y se metió en una desastrosa guerra contra los partos que le supuso
la muerte a manos del prefecto pretoriano Macrino, quien, por supuesto, se
proclamó emperador. No duró mucho, un par de años, porque tuvo que comprar la
paz a los partos y para ello se vio obligado a bajar los sueldos de los
militares que, ni cortos ni perezosos, pusieron los ojos en un nuevo candidato, Severo: el sobrino de Caracalla, Basiano.
Busto de mármol de Heliogábalo. Foto de Carole Raddato en Wikimedia Commons.
Basiano, hoy más conocido
como Heliogábalo, tenía ese mote porque era sumo sacerdote de El-Gabal (en
latín Elagabalus), una divinidad siria cuyo culto tenía su origen en la ciudad
de Emesa. Acaso se tratase de una derivación de aquel Moloch Baal, del milenio
anterior, a su vez procedente del Baal, cananeo, que se adoraba en Siria y
Fenicia y que los romanos asimilaban a Saturno. No obstante, etimológicamente
significaba Dios de la montaña. En cualquier caso, Basiano, nació en la misma
Emesa, en torno al año 203, hijo del senador Sexto Vario Marcelo y de Julia
Soemias Basiana, sobrina de Septimio Severo y prima de Caracalla. Huyendo de
Macrino, la familia se había exiliado en esa provincia, desde donde conspiraban
contra él, difundiendo el bulo de que el pequeño Basiano, era hijo secreto de
Caracalla, para reforzar su aspiración al trono.
Entre eso y el dinero que
la abuela Julia Mesa, repartió entre los hombres de la Tercera Legión,
consiguieron el apoyo de ésta y en mayo del año 218 se proclamó emperador a
aquel adolescente que hasta entonces se dedicaba sólo a las labores religiosas.
Hartas de Macrino, otras legiones se fueron pasando al bando contrario y tras
una derrota en Antioquía y un grotesco intento de huida con un disfraz el
emperador acabó ejecutado, al igual que su hijo. Los Severos volvían a Roma.
Bronce de Septimio Severo. Foto de Carole Raddato en Wikimedia Commons.
Heliogábalo, asumió el
poder sin querer renunciar a su función sacerdotal. Por entonces, tanto en las
regiones del imperio como en la misma península itálica, se habían difundido
cultos orientales que ampliaban el panorama religioso creando un sincretismo
que, por la misma época, permitiría también difundirse al cristianismo. Pero la
brusca irrupción de la fe del nuevo emperador no sentó bien en la capital; el
Senado se sintió molesto con la orden de colocar efigies del mandatario
retratado como Elagabalus y, peor aún, con la de asistir a los ritos en su
honor; pero tuvo que acceder por su menguante situación.
Sin embargo, el desagrado
de los militares fue más patente y ya hubo intentos de insurección desde el
principio, aunque fueron aplastados. Se impuso así la voluntad de Heliogábalo,
que no contento con honrar a su dios en los solsticios al asimilarlo al Sol
Invicto (el mismo del que saldría la Navidad), lo puso a la cabeza del panteón
por encima de Júpiter, casándolo con Minerva (aparte de su esposa Astarté) y
aprovechando unos cimientos inacabados de un templo a Júpiter, iniciado por
Domiciano, en el monte Palatino, para construirle uno a El-Gabal.
Moneda de bronce en cuyo
reverso se puede ver el templo de Elagabalus, en Emesa y la piedra que lo
representaba (el anverso es el usurpador Uranio). Foto de dominio público en
Wikimedia Commons.
El Elagabalium, como fue
bautizado, era de planta rectangular, de setenta por cuarenta metros, y la
figura del dios estaba representada por una piedra cónica de color negro que
algunos creen procedente de un meteorito. Allí depositó el emperador las
reliquias sagradas que mandó traer de Emesa; más aún, trasladó también las de
las otras divinidades romanas, lo que irritó sobremanera a toda la sociedad.
Claro que eso quizá no
hubiera constituido un problema mayor de no ser por otros dos factores. En
primer lugar, el reparto de cargos destacados que se reservó la familia para
amigos y afines. Y en segundo, el comportamiento personal de Heliogábalo y su
círculo de cortesanos: aunque se casó cinco veces, parece ser que era
homosexual y entre sus relaciones afectivas más íntimas se contaban su auriga
(un esclavo cario llamado Hierocles al que solía calificar de esposo) y un
esmirno con quien, según la Historia Augusta, celebró públicamente una
ceremonia nupcial. Dión Casio, añade que el emperador se arreglaba como las
mujeres (depilación, maquillaje, uso de pelucas), que incluso se prostituía (en
tabernas y en el mismo palacio) y que ofreció grandes riquezas al médico que
supiera sustituir sus genitales masculinos por otros femeninos.
La agonía, obra de Jean Lombard, que muestra a Heliogábalo, conduciendo un carro sobre el que lleva la piedra negra que representaba a El-Gabal. Imagen de dominio público en Wikimedia.
Si esto es cierto,
probablemente hoy sería un transexual pero en la antigüedad sólo se consideraba
depravación y todas estas excentricidades culminaron en su intención declarada
de nombrar césar a Hierocles, asociándolo así al trono y convirtiéndolo en
sucesor. El escándalo alcanzó una magnitud tan grande que su propia abuela
entendió que estaba poniendo en peligro la dinastía y había que quitarlo de en
medio, convenciéndole para que se olvidase del esclavo y en su lugar nombrara
césar a su primo Alejandro Severo.
Heliogábalo, aceptó en
primera instancia, pero luego comprobó que Alejandro, era el favorito de los
pretorianos y le revocó todo lo concedido. Fue la gota que colmaba el vaso: en
el año 222 los pretorianos se amotinaron, asesinando al emperador y a su madre
(murieron juntos, abrazados); luego los decapitaron y arrastraron sus cuerpos
desnudos por las calles antes de arrojarlos al Tíber. Como cabía esperar,
Hierocles, tuvo el mismo destino y con él otros miembros de la corte. Alejandro, subió al trono pero, de carácter débil y con sólo trece años de edad, el
gobierno efectivo fue de su abuela primero y su madre después.
Bronce de Alejandro Severo. Foto de Carole Raddato en Wikimedia Commons.
Durante su gobierno se
procedió a eliminar todo lo dispuesto por Heliogábalo, a quien se aplicó la
correspondiente damnatio memoriae; también quedó prohibida la entrada de las
mujeres al Senado, el cual recuperó -brevemente- parte de sus prerrogativas y
procedió a desmilitarizar la vida política para restituir los “verdaderos”
principios romanos. En cuanto a a la cuestión religiosa, Elagabalus fue
proscrito y su templo del Palatino se demolió, restituyéndoselo más tarde a
Júpiter; al fin y al cabo era un sitio odiado, no sólo por su carácter casi
blasfemo sino porque, cuenta la improbable leyenda, Heliogábalo presidía en él
sacrificios humanos de niños patricios.
En el argot popular existe un dicho que dice: Deja de comer como Heliogábalo, relación que se hace con los excesos en que vivía este emperador.
Fuentes: Historia Romana
(Dión Casio)/Historia Augusta (VVAA)/Breve historia de Roma (Miguel Ángel
Novillo López)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)/The emergence of
christianity. Classical traditions in contemporary perspective (Cynthia
White)/The cult of Sol Invictus (Gaston H. Halsberghe). Jorge Álvares, LBV
Magazine Cultural Independiente. Revisión y Diseño: elcofresito.
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