El más descarado impostor del siglo XIV: Pablo Paleólogo Tagaris.
Icono del primer concilio de Nicea., foto de dominio público en Wikimedia Commons.
En el año 1394 el sínodo
patriarcal de Constantinopla se reunió en un pleno para asistir a la confesión
pública que un monje muy afligido realizaba humildemente por segunda vez, tras
otra anterior ante el mismísimo patriarca Antonio IV. Según las actas de
aquella sesión, que aún se conservan, se le concedió la gracia al solicitante,
quien desde entonces llevó una vida tan discreta que nunca más se volvió a
saber de él. Ahora bien, su rocambolesca biografía anterior compensaría con
creces cualquier retiro, por tranquilo y largo que fuera. Su nombre era Pablo
Paleólogo Tagaris y ha pasado a la Historia de la impostura y la estafa con
letras de oro.
No es la primera vez que
traemos aquí casos de farsantes audaces pero seguramente el bueno de Pablo
debería ser considerado el decano de todos ellos, tanto por su antigüedad como
por lo ambicioso de sus aspiraciones, y más en una época en que jugar con
ciertas cosas podía costarle a uno la vida, previa tortura. Pablo se libró,
quizá porque supo echar el freno a tiempo y se humilló pidiendo perdón; acaso
influyera también su vinculación con una dinastía de ilustre apellido, ya que
en su juventud estuvo casado con Theodora Asanina Palaiologina, la hija de Iván
Asen III (zar de Bulgaria entre 1279 y 1280) y sobrina de Andrónico II
Paleólogo, el emperador bizantino que contrató a los almogávares de la Gran
Compañía Catalana para luchar contra los otomanos (y que, a la postre, tras el
asesinato alevoso de su jefe, Roger de Flor, lo que hicieron fue devastar el
imperio).
Los almogávares de Roger de Flor ante Andrónico II Paleólogo (José Moreno Carbonero). Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
Pablo pertenecía a la
familia Tagaris, de bastante menor abolengo. Parece ser que su padre era un
prestigioso militar al que algunos autores identifican con Manuel Tagaris, el
megas stratopedarchēs del imperio, algo así como el comandante supremo (maestre
de campo, literalmente); otros apuestan más bien por su hijo Jorge, que también
alcanzó ese cargo. Por tanto, los Tagaris eran de origen modesto,
desconociéndose nada de ellos anterior al siglo XIV, y prosperaron por sus
propios méritos, de ahí lo incierto de casi todo lo que estamos contando.
Porque también se ha dicho que Theodora no habría sido esposa de Pablo sino su
madre, y que Jorge pasaría entonces a ser su hermano.
En cualquier caso, Pablo
habría contraído matrimonio muy joven, siendo un adolescente, aunque es difícil
precisar la edad porque también se ignora la fecha exacta de su nacimiento; los
cálculos la sitúan en la década de los veinte del siglo XIV, si bien otros la
retrasan a la de los cuarenta. Aquella vida conyugal pactada por sus
progenitores con el emperador no le satisfizo y la dejó atrás para marchar a
Palestina e ingresar en un monasterio. Allí permaneció un tiempo y luego
regresó iniciando el primer escándalo de su currículum.
De Tierra Santa había
traído un icono que, según decía, obraba milagros… a cambio, eso sí, de un
donativo. Entre el importante capital que reunió y la legión de devotos que
hizo llamó demasiado la atención y en 1363 el hieromonje Doroteo, suplente del
patriarca Calisto I (que no había visto motivo para actuar contra él),
aprovechó un viaje de éste a Serbia, para confiscarle la pieza y expulsarle de
vuelta al lugar donde la había encontrado. Así que Pablo estaba otra vez en
suelo palestino pero en menos de un año se las arregló para que el patriarca de
Jerusalén, Lázaros, lo tomara bajo su protección nombrándole diácono. Esto no
gustó a otros miembros de la curia y la historia se repitió: durante un viaje
que el patriarca hizo a Constantinopla, su segundo, Damiano, presentó cargos
contra Pablo y este tuvo que huir apresuradamente a Antioquía.
Escudo del Patriarcado de Jerusalén. Imagen Martin’s Ecclesiastical Heraldry.
Allí repitió la jugada,
ganándose al patriarca Miguel y logrando que le ordenase sacerdote primero,
exarca de la provincia después y su administrador finalmente. Pablo fue un
gobernador corrupto que se saltaba las leyes a voluntad, vendía mercedes y ordenaba
obispos fuera de su jurisdicción, sin ocultar la aspiración a convertirse en
Patriarca de Jerusalén como revancha. Se sabe que visitó Persia y Georgia para
mediar entre los candidatos rivales a la sucesión al trono; solucionó la
disputa adjudicándola al mejor postor.
En 1375, cuando se
disponía a retornar a Constantinopla para rehacer su vida -según contó él
mismo- le ofrecieron el obispado de Taurezion y allá se fue, olvidando esa
intención de reconducirse. Se trataba de una región situada en el entorno de
Crimea, pero no duró mucho allí porque el nuevo patriarca de Constantinopla,
Filoteo I, reclamó su presencia para ser procesado; obviamente, Pablo hizo caso
omiso. Escapó una vez más a través de Trebisonda y Hungría, bien escoltado
gracias a su fortuna, refugiándose en Roma, donde fue bien recibido debido a
que su hermano (o padre) era un defensor de la reunificacion de las iglesias
Católica y Ortodoxa.
Pero no sólo por eso le
abrieron los brazos; también porque dijo ser el Patriarca de Jerusalén y pedir
confesión porque quería convertirse al catolicismo. El papa Urbano VI quedó
deslumbrado, claro, y le nombró Legado Apostólico para el Este de Europa y
Patriarca Latino de Constantinopla, cargo este último que estaba vacante desde
que su anterior ocupante se hubiera declarado leal a Clemente VII, el Antipapa
de Aviñón. Era el año 1380 y Pablo entraba en una nueva y esplendorosa fase de
su vida, haciendo ostentación de su rango, vistiendo ricamente y haciéndose
acompañar de un séquito que enarbolaba un estandarte con la leyenda en griego
Pablo, Patriarca de Constantinopla y Nueva Roma que remataba un águila dorada
de dos cabezas.
El papa Urbano VI (Alessandro Casolani). Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
Se instaló en Negroponte
(nombre medieval de la actual Calcis, en la isla griega de Eubea), zarpando
desde el puerto italiano de Ancona, donde tuvo tiempo de regalar unas reliquias
(el inevitable clavo de la cruz de Cristo, la cabeza de Jaime el Justo, el pie
de Santa Ana) que nadie supo de dónde había sacado pero que venían
supuestamente avalados por Alejo Paléologo, yerno del emperador bizantino Alejo
III Ángelo, al que nadie podía preguntar porque llevaba muerto desde 1203 así
que sería interesante averiguar cómo pudo acabar su firma en el documento de
concesión que guardan en la catedral local.
Pablo permaneció cuatro
años en Negroponte ayudado en la administración por un pariente llamado Jorge
Tagaris, distinto a su padre/hermano. Y, al igual que antes, su mandato fue un
rosario de problemas: llovieron las denuncias contra él por irregularidades,
expropiaciones en su beneficio, injerencias de jurisdicción, etc. Los ortodoxos
pidieron la intervención de Venecia y los católicos, con el obispo de Atenas a
la cabeza, fueron a reclamar al Papa. En consecuencia, Pablo fue depuesto y
desapareció para reaparecer al año siguiente en Chipre, donde siguió nombrando
cargos eclesiásticos como si tal cosa e incluso, por el módico precio de
treinta mil monedas de oro, coronó a Jacobo I de Lusignan como rey de la isla.
En 1388 regresó a Roma
pensando que sus andanzas habían caído en el olvido pero no era así y pasó un
año en la cárcel, hasta que se le amnistió con motivo de la muerte de Urbano VI
y la elección de Bonifacio IX como nuevo Papa. Se trasladó entonces a Saboya
presentándose como pariente lejano de la dinastía reinante, aprovechando los
vínculos que había entre ella y los Paleólogos (la emperatriz bizantina en ese
momento era Ana de Saboya, tía abuela del rey). Como parecía haber ciertas
suspicacias sobre esa historia, Pablo la reforzó asegurando haber sido
perseguido por su apoyo al Papa de Aviñón, del que eran aliados los Saboya.
El papa Bonifacio IX (Artaud de Montor). Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
De esta forma le
reconocieron como legítimo patriarca de Constantinopla y le escoltaron con
todos los honores hasta la sede cismática, donde Clemente VII le recibió
calurosamente, se tragó todos los embustes que le contó el otro y le envió a
París recomendándole al rey Carlos VI. Éste le dispensó un trato excepcional en
su corte y se ganó el aprecio de todos cuando se comprometió a llevar a la
abadía de Saint-Denis unas reliquias del santo que se custodiaban en Grecia; le
tomaron la palabra y la corona fletó un barco para la misión, asignándole a
Pablo la asistencia de un par de monjes. Pero viendo el berenjenal en que se
metía, el intrépido impostor sobornó al capitán de la nave para retrasar la
marcha y luego se embarcó de noche en solitario, acompañado sólo de sus
criados. Los monjes burlados viajaron a Roma a exigir explicaciones y allí se
quedaron estupefactos al descubrir quién era realmente Pablo.
Carlos VI de Francia. Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
Con este episodio se
acabaron sus descaradas aventuras porque la burla francesa dejó advertida a
media Europa. Fue entonces cuando decidió regresar a Constantinopla a pedir
perdón y a abjurar de su conversión al catolicismo. Dicen las actas que admitió
todos los cargos excepto los que le acusaban de fornicación, práctica de magia
y fingimiento de obrar milagros. Por lo demás, había vendido cargos, usurpado
patriarcados, apostatado dos veces, apoyado a los dos papas enfrentados,
estafado a un rey…
Fuentes: The confessions
of a bogus Patriarch. Paul Tagaris Palaiologos, Orthodox Patriarch of Jerusalem
and Catholic Patriarch of Constantinople in the fourteenth century (Donald M.
Nicol)/Cardinale Morosini et Paul Paléologue Tagaris, patriarches, et Antoine
Ballester, vicaire du Papae, dans le patriarcat de Constantinople (1332-34 et
1380-87) (Raymond J. Loenertz en Persée)/Wikipedia. Jorge Álvares, LBV. Revisión
y Diseño: elcofresito.
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