La influencia masónica en la guerra de la independencia latinoamericana.
Transcurría el año de 1820
y la guerra junto con el río del tiempo parecían estar pausados, estancados,
dormidos. Los soldados no hacían más que solo esperar y esperar escondidos
entre la densa vegetación de lo que ahora es el oriente de Venezuela, donde la
tropa republicana cedía poco a poco a la impaciencia, el desánimo y el hambre,
un hambre atroz que no padecían las tropas españolas, cuyos soldados mostraban
clara ventaja al verse mejor alimentados, armados y motivados con la causa
realista.
La preocupación de Bolívar
había llegado a un tamaño tan desmoralizante que escribió una carta al
colombiano Santander donde expresaba:
“Casi todos los soldados
se han ido a sus casas; las provisiones de boca se han reducido; los hombres
están cansados de comer plátano: plátano en la mañana, plátano en la tarde y
plátano en la noche… Los enfermos se mueren de hambre… Nos vamos a ver en un
conflicto del demonio” .
Entonces, con la
desesperación de una madre que ve a sus críos hambrientos, Bolívar, hace acopio
admirable de humildad para batallar esta vez contra el orgullo y pedir limosna.
Él, siendo heredero de varias haciendas, ostentando la Presidencia de dos
naciones, héroe admirable de grandes batallas que le dieron la fama de
“libertador” de pueblos, se ve en la penosa tarea de recurrir a la caridad de
los bondadosos pobladores, para intentar mantener alimentados a sus soldados. Y
como lo dijo siglos antes Sun Tzu:
“Porque este general
considera a sus hombres como a sus hijos y éstos le acompañan hasta los valles
más profundos. Los tiene como a sus hijos predilectos y ellos se hallan
dispuesto a morir por él”
Allí quedó demostrado que
Bolívar mantenía la fidelidad patriótica con su humanidad, que inflamaba de
motivación y compromiso, los corazones de los patriotas que no podían más que
mostrarse comprometidos con su nación y con aquel que sería recordado como el
padre de la libertad, en una misión que consistía en: bloquear el paso a las
tropas de realistas españolas lideradas por el general Don Pablo Morillo, quien
tenía instrucciones claras de dirigirse a la capital de la Nueva Granada.
Pablo Morrillo.
Don Pablo Morillo, natural
de Fuentesecas de la Provincia de León en España, se hizo merecedor del grado
de Mariscal de Campo por haber luchado y ganado contra Napoleón, por lo que
también se le otorgaron distinciones militares famosas como la del Duque de
Wellington, vencedor de Waterloo.
Morillo, con la valentía
pétrea y la astucia aguda de un centauro bien instruido en las artes militares,
discernía las intenciones de la contraparte donde se encontraba Bolívar, quien
a su vez conocía muy bien la inteligencia de su adversario español.
Y así fue como durante
cuatro meses se mantuvieron en espera mutua, expectantes y analíticos, pero sin
tomar, ni el uno ni el otro, la iniciativa de la acción. Pero, como una
bendición de la providencia, el rey Fernando VII de España fue obligado por la
revolución liberal a jurar la Constitución de 1812 que permitía la convergencia
de la democracia con la monarquía, lo cual puso fin al absolutismo de la
corona, lo que conllevó a que una orden le fuera enviada a Morillo: “… se le
ordena lograr una tregua con los insurgentes patriotas”.
Morillo sorprendido e
indignado, envió una respuesta donde expresó su inconformidad con la noticia y
culmina diciendo: “¿quieren que pase por la humillación de negociar con el
enemigo..? Entraré porque mi profesión es la subordinación y la obediencia”
Entonces pues,
decepcionado con los resientes acontecimientos políticos de España acepta —a
regañadientes— reunirse con el mayor de sus enemigos y el 17 de junio de 1820
le envió a Bolívar un Manifiesto donde se acuerda suspender las hostilidades
temporalmente, y a partir de allí, el héroe caraqueño mantiene una comunicación
epistolar constante con el general Pablo Morillo y en conjunto desarrollan
ideas relacionadas a lo que llamaron “Tratado de Regularización de la Guerra”
por el interés de limpiar la clara connotación de barbarie y pasar a “combatir
como las naciones civilizadas”.
Desde el 25 de noviembre
de 1820 se estaba gestando la firma del tratado de armisticio, pero las
expectativas alcanzaron su más alta expresión a la llegada de aquel 27 de noviembre
de 1820, fecha en que Bolívar y Morillo se citaron curiosa e interesantemente,
nuestros dos héroes, nunca se habían visto en persona, por lo que se dispuso
como lugar de encuentro la localidad de Santa Ana (un pequeño pueblo en la
región hoy día conocida como el estado Trujillo) para que por fin se
materializara el cara a cara entre ambos generales.
Llegado el día, esperaba
impaciente el general Morillo montado en su imponente caballo de gran estampa y
rodeado además de su Estado Mayor, mientras que, a la distancia, se observaba
llegar montado sobre la humildad de una mula parda y sin escolta al gran
Bolívar.
Simón Bolívar.
Se alcanza por fin el
crucial momento, y ambos líderes se acercan el uno al otro con la cautela de
quienes aún están contagiados del
nerviosismo y la desconfianza, alimentada por la enemistad y el odio de tantas
batallas, pero aun así los dos titanes estrechan sus manos. Pero el suspenso se
apoderó de ambos cuando al unir las manos y observar la forma en la que los
dedos se entrecruzaban, daban la clara señal de una hermandad que los obliga a
mantener una sublime confraternidad que va por encima de las pasiones y los
intereses egoístas y particulares.
Fue de esa manera que,
Bolívar y Morillo, en un apretón de manos descubren que, además de tener ambos
fuertes liderazgos sobre bandos y ejércitos adversos que, desde siglos atrás
venían tiñendo de sangre los campos de batalla entre la América hispana y el
viejo continente, son además hermanos masones.
Todos quedaron
estupefactos cuando inmediatamente después de estrechar las manos, los líderes
se abrazaron fuertemente como grandes hermanos de sangre que se reconciliaban
después de haber permanecido en oposición durante mucho tiempo. En cuanto a
esto, el Coronel realista Vicente Bausá aseguró en sus memorias que:
“Morillo y Bolívar
comieron juntos todo el día y juraron una fraternidad y filantropía
interminable… la comida fue dispuesta por el General Morillo y fue tan alegre y
animada, que no parecía sino que eran antiguos amigos… el General Morillo con
toda la sinceridad de su corazón y hasta saltársele las lágrimas de placer,
brindó por la concordia y la fraternidad mutua… todo fue abrazos y besos. El
General Morillo y Bolívar se subieron en pie sobre la mesa a brindar por la paz
y los valientes de ambos ejércitos”
De esta manera, la
masonería implementa su escuadra y compás para trazar un camino recto de
hermandad y unión entre estos dos antagónicos colosos que honran la buena fe
del humanismo al optar por los valores de confraternidad ante las pasiones
sanguinarias de la hostilidad.
Monumento conmemorativo del abrazo entre Bolívar y Morillo. Inaugurado el 24 de julio de 1912 en la Plaza Armisticio de Santa Ana de Trujillo.
Al caer la noche, después
de celebrar el concilio fraterno, los guerreros se dirigen juntos a una
habitación para dormir no sin antes intercambiar acuerdos relevantes para ambos
bandos. Entre lo que se acordó la construcción de una pirámide como símbolo de
la hermandad. Por eso al día siguiente pudo verse como soldados de ambos lados
arrastraban la primera piedra que demarcaría el punto del encuentro, tal y como
le describió Bolívar a Santander:
“El General Morillo
propuso que se levantase una pirámide en el lugar donde él me recibió y nos
abrazamos, que fuese un monumento para recordar el primer día de la amistad de
españoles y colombianos, la cual se respetase eternamente; ha destinado un
oficial de ingenieros y yo debo mandar otro para que sigan la obra. Nosotros
mismos la comenzamos poniendo la primera piedra que servirá en su base”
A lo que el general
O´Leary narra en sus Memorias: “un soldado republicano y otro realista llevaron
una piedra cuadrada al lugar donde se encontraron los generales… El general
Morillo mandó a que se edificara una pirámide en el lugar del encuentro”…
Por ello, Bolívar en el
periódico que el mismo fundó el “Correo del Orinoco“, en su edición Nº 91 de fecha 30 de diciembre de 1820 ordenó
publicar la siguiente nota:
“A la heroica firmeza de
los combatientes de uno y otro ejército los felicito por: su constancia,
sufrimiento y valor sin ejemplo. A los hombres dignos, que a través de males
horrorosos sostienen y defienden su libertad. A los que han muerto
gloriosamente en defensa de su patria o de su gobierno. A los heridos de ambos
ejércitos, que han manifestado su intrepidez, su dignidad y su carácter… Pero
con la misma intensidad declaro odio eterno a los que deseen sangre y la
derramen injustamente”
Fue entonces cuando
terminado el encuentro entre los hermanos líderes, pactaron una tregua en las
acciones bélicas de aquel entonces al que llamaron: “Tratado de Armisticio y
Regularización de la Guerra” y planificaron que terminaría con una “batalla
final“, tomando como referente las grandes batallas decisorias desarrolladas en
europa como la batalla de Waterloo del 18 de junio de 1815. De acuerdo a lo
planeado esta batalla se daría en el campo de Carabobo el 24 de junio de 1821, la
fecha fue escogida para conmemorar el día internacional de la masonería ya que
el 24 de junio de 1717 fue fundada la Gran Logia de Inglaterra.
Se pudo ver entonces a dos
gallardos corazones, uno español y otro venezolano, bombeando al compás de la hermandad
la sangre valiente, libertadora y sapiente que ha de mantener eterno aquel
recuerdo en la fibra dorada de la historia.
Fuente: Kevin Orta, o
César o nada:
Revisión y Diseño:
elcofresito.
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