Ani, la ciudad fantasma de las 1001 iglesias
Ani fue una ciudad armenia
de origen medieval que llegó a tener entre 100.000 y 200.000 habitantes, un
perímetro amurallado con hasta 40 puertas y tantos edificios religiosos que se
la conocía como la ciudad de las 1001 iglesias. Hoy es un vasto páramo desierto
salpicado de ruinas y olvidado. El problema es que la coyuntura política la
dejó en la parte turca de la frontera con Armenia.
No están muy claros los
orígenes de Ani, pero se sabe que la localidad fue creciendo a partir de una
posición estratégica situada sobre una colina, ya descrita por los cronistas
armenios en el siglo V. Yeghishe y Ghazar Parpetsi la mencionan en esa época
como una posesión de la dinastía Kamsarakan, una familia noble de origen Parto.
A finales del siglo VIII
todas las posesiones de los Kamsarakan fueron incorporadas por la familia
Bagratuni, a cuyo fundador Ashot Msaker el califato abasí nombró príncipe de
Armenia en el año 804, iniciando una dinastía real.
Sería uno de sus
descendientes, el rey Ashot III, quien trasladaría su capital a Ani en el año
961, convirtiéndola en el centro de su reino y dando comienzo a su desarrollo
urbanístico y arquitectónico. El reino armenio bagrátida comprendía la mayor
parte de la actual Armenia, pero también del este de la actual Turquía.
Durante los años
siguientes Ani se expandió y desarrolló rápidamente, y en el año 992 se
convirtió también en la sede de los patriarcas catholicós (los jefes de la
iglesia apostólica armenia). En esa época la población ya alcanzaba quizá los
100.000 habitantes, y seguiría creciendo hasta su época de máximo esplendor
bajo el reinado de Gagik I (989-1020).
Luego las luchas por la
sucesión harían que el Imperio Bizantino se interesase por la estratégica
situación de Ani, en medio de importantes rutas comerciales con Persia y
Arabia, y envió a sus ejércitos a conquistar la urbe, que se rindió finalmente
en 1046.
Su dominio no duraría
demasiado, porque en 1064 los turcos selyúcidas asediaron la ciudad durante 25
días y, tras capturarla, masacraron a toda la población y la redujeron a
ruinas. Según el historiador árabe Sibt ibn al-Jawzi, los muertos eran tantos
que bloqueaban las calles, nadie podía ir a ningún sitio sin trepar por encima
de ellos. Estaba decidido a entrar en la ciudad y ver la destrucción con mis
propios ojos. Intenté hallar una calle donde no tuviera que trepar por encima
de los muertos, pero me resultó imposible.
Pero todavía no fue ese el
final de Ani. En 1072 los selyúcidas le vendieron la ciudad a los Xadádidas, la
dinastía kurda que gobernaría Armenia al menos durante un siglo tras la caída
de los Bagratuni. Para reafirmar su derecho se casaron con miembros de la
antigua familia real y ejercieron una política conciliadora con la población
principalmente cristiana de la ciudad.
Cuando las cosas empezaron
a torcerse los ciudadanos de Ani pidieron ayuda al vecino reino cristiano de
Georgia, quienes atacaron y capturaron la ciudad por lo menos cinco veces entre
1124 y 1209. La última vez fue conquistada por la reina georgiana Tamar, quien
estableció como gobernadores a sus generales Zakare e Ivane. El primero se
haría definitivamente con el poder, siendo sucedido por su hijo Shahanshah,
quien considerándose como el sucesor de la dinastía bagrátida, establecería una
nueva, los Zakáridas. La prosperidad volvería a Ani, nuevos edificios se
levantarían y las defensas serían reforzadas.
Catedral de Ani.
Ello no fue impedimento
para que los mongoles la conquistasen en 1226, aunque permitiendo a los
zakáridas seguir gobernándola bajo vasallaje. En los siglos siguientes se
sucedieron los asedios, las conquistas por diferentes pueblos, e incluso un
terremoto en 1319 y la captura por Tamerlán, el último de los grandes
conquistadores nómadas de Asia, en la década de 1380. Finalmente en 1579 pasó a
formar parte del Imperio Otomano.
Poco a poco la ciudad fue
decayendo y para mediados del siglo XVII apenas quedaba un pequeño poblado en
el interior de sus murallas. En 1735 sus últimos habitantes, los monjes del
monasterio de Kizkale, abandonaron el lugar, dejándolo completamente desierto.
Murallas de Ani.
La ciudad fue
redescubierta en la primera mitad del siglo XIX por viajeros y diletantes
europeos que dieron cuenta de sus grandes e impresionantes edificios públicos y
religiosos, así como de su doble muralla, todavía conservada. Fue excavada por
vez primera en 1892 por el arqueólogo ruso Nicholas Marr, y los trabajos se
extenderían hasta 1917, sacando a la luz numerosas construcciones y realizando
trabajos de reparación en aquellos en riesgo de colapso. Se creó un museo para
albergar las decenas de miles de objetos encontrados en las excavaciones.
Mezquita de Ani.
En 1918, durante la
Primera Guerra Mundial, la recién declarada República de Armenia consiguió
evacuar al menos 6.000 de los objetos del museo, mientras los turcos avanzaban
sobre Ani. Hoy estos objetos se pueden contemplar en el Museo de Historia
Armenia de Yerevan. El resto fue completamente destruido.
Los tratados posteriores a
la guerra dieron el control del territorio a Turquía y, en mayo de 1921, el
gobierno turco ordenó que Ani y todos sus monumentos fueran eliminados de la
faz de la Tierra. En sus memorias, el comandante turco encargado de llevar a
efecto la orden, Kazim Karabekir, afirma que se opuso vigorosamente a
ejecutarla y que nunca lo hizo. No obstante, el aspecto actual de la ciudad no
parece que eso sea completamente cierto.
Hoy en día Ani se halla en
la zona fronteriza militarizada entre Turquía y Armenia, una de las causas de
su abandono durante tanto tiempo. No obstante Turquía propuso en 2015 la
inscripción de Ani como Patrimonio de la Humanidad, a lo que la UNESCO accedió
el 15 de julio de 2016.
Entre los monumentos que
quedan en pie destaca la catedral, cuya construcción comenzó en 989 y finalizó
en 1001 siguiendo el diseño de Trdat, el más famoso arquitecto armenio de la
Edad Media. Su estilo tiene muchas similitudes con el gótico europeo, al que
precedería varios siglos. Muchas iglesias quedan parcialmente en pie, en
ocasiones solo pequeños lienzos o fragmentos de ábsides, lo que da al lugar una
apariencia ciertamente fantasmal.
Sorprendentemente el
minarete de la mezquita ha sobrevivido intacto, lo contrario que el edificio en
sí, que fue el lugar elegido en 1906 para la creación del museo. Asimismo
perviven fragmentos de lienzos de las poderosas dobles murallas, y algunas de
las torres construidas en ella por diferentes familias nobles durante los
siglos XII y XIII.
Fuente: Guillermo Carvajal, LBV:
Revisión y Diseño: elcofresito.
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