Breve Historia de la Carrera Espacial 1945-2019



Durante la guerra fría la carrera espacial se convirtió en un elemento central de las agendas políticas de los EEUU y la URSS, que les permitía mostrar su poder militar. La URSS tomó la delantera cuando en 1961, Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre en viajar al espacio. Ocho años después Neil Armstrong caminaba sobre la luna por primera vez en la historia.


Desde entonces a la carrera espacial se han sumado chinos, japoneses, europeos y brasileños, todos los cuales han enviado robots a la luna o completado con éxito misiones de circunvalación.

Con el fin de la guerra fría nada parecía justificar los astronómicos presupuestos de los programas espaciales, cuyos proyectos frecuentemente fracasaban estrepitosamente, como evidencia la explosión del Challenger. Aunque Ronald Reagan aseguraba en su discurso posterior a la catástrofe que: “la tripulación del Challenger estaba llevándonos al futuro y vamos a continuar su esfuerzo”, más de un miembro del Congreso debió pensar que las imágenes de la nave en llamas no correspondían con la imagen de vanguardia tecnológica que la NASA debía proyectar.


Los programas espaciales continuaron en un segundo plano, justificados por razones científicas. En 1970 una sonda soviética regresaba a la tierra por primera vez con material de otro cuerpo celeste (100 gramos). Dos años después la misión Apolo 17 regresaba con 110 Kgr. de rocas lunares. Desde entonces distintas misiones espaciales se han encargado de recoger tantos datos como fuera posible de la luna. El avance más significativo se produjo cuando en 2008 la sonda india Chandrayaan-1 registraba por primera vez la existencia de agua en la luna. Se abría un nuevo capítulo en la investigación espacial.


La existencia de agua permitía a los científicos considerar la posibilidad de asentamientos lunares. En la luna existe platino en cantidades superiores a todas las reservas terrestres, razón suficiente para atraer la atención de empresarios y especuladores, sin embargo su mayor atractivo son los elementos raros. Además la existencia de Helio-3 utilizable como combustible en transbordadores de fusión nuclear convierte a la luna no sólo en un objetivo, sino en un medio para continuar la colonización del espacio. Jim Green, director de la NASA, asegura que la luna es un puente para la conquista del espacio y que el siguiente objetivo es Marte.


Cuando en la tierra los recursos se agotan, no es de extrañar que las riquezas lunares hayan atraído nuevos contendientes a la carrera espacial. En 2019 la sonda china Chang’e 4 alunizaba por primera vez en la cara oculta de la luna. El ambicioso programa espacial chino es el mejor reflejo de la posición que el gigante asiático ocupa en la actual jerarquía mundial. Ante semejante amenaza, ansioso por conservar su estatus de primera potencia mundial, poco después de su llegada a la Casa Blanca, el enemigo número uno del gasto público Donald Trump, aprobaba un nuevo programa espacial. Su homólogo ruso Vladimir Putin ha confirmado un futuro alunizaje tripulado.


Las perspectivas de lucro también han llamado la atención de la iniciativa privada. Richard Branson, a través de su empresa Virgin Galactics, está comprometido a convertir los viajes a la luna en una realidad cotidiana. La empresa de Elon Musk SpaceX planifica para 2024 el lanzamiento de su primer cohete espacial. Por su parte Jeff Bezos, dueño del gigante Amazon, no renuncia a su parte del pastel espacial y su compañía Blue Origin trabaja en el desarrollo de cohetes reutilizables.

La pregunta es ¿a quién pertenece la luna? En 1967 la ONU desarrolló el primer Tratado sobre el Espacio Exterior. El artículo II  estipula que: “el espacio exterior no está sujeto a apropiación nacional”.

Ni Estados Unidos ni Rusia ni China lo han ratificado. Aunque es más probable que el artículo responsable de su negativa sea el V:”se prohíbe colocar en órbita alrededor de la tierra ningún objeto portador de armas nucleares, o cualquier otro tipo de armas de destrucción masiva”.


Si bien la carrera espacial nunca ha estado libre de tensiones, no es menos cierto que siempre ha habido voces como la de Dr. Wu Ji de la ACC, que invitan a contemplar el espacio como una oportunidad de colaboración internacional. El mejor argumento en este sentido es que la conquista del espacio supone un desafío de tal magnitud que la única garantía de éxito es la cooperación, ejemplificada por la Estación Espacial Internacional. Sin embargo en junio de 2007 China destruyó un satélite a 865 kilómetros de la tierra, convirtiéndose en el primer país en probar misiles anti satélites desde el fin de la guerra fría. La respuesta americana no se hizo esperar, destruyendo en febrero de 2008 un satélite fuera de uso.


Pocos estrategas militares dudan que algunas de las batallas decisivas de una futura guerra entre potencias se librarán en el espacio, en este sentido la amenaza no es la de una tercera guerra mundial, sino el de una primera guerra de las galaxias.

Una de las recurrentes lecciones de la historia es lo peligroso que resulta dejar determinadas decisiones en manos de los políticos y militares, independientemente de a que ideología estén adscritos. En consecuencia de la capacidad de los ciudadanos para influenciar políticas que fomenten la cooperación internacional dependerá que en el futuro se produzca una explotación racional de las riquezas lunares que repercuta en el bienestar de toda la humanidad y ayude a mitigar los graves daños que tres siglos de despiadada industrialización han infligido a nuestro planeta. En caso contrario será inevitable la aparición del colonialismo espacial y la riña por la luna se convierta en una de las características más infames de los próximos siglos.

Fuente: Miguel Ángel Álvarez, Revista de Historia:
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