La Bastilla, una prisión legendaria
En
los primeros días de la Revolución Francesa el pueblo parisino demolió piedra a
piedra La Bastilla, símbolo de la opresión y de las injusticias del Antiguo
Régimen. Con cerca de veinticinco metros de altura y sus ocho imponentes
torres, aquella fortaleza había dominado el barrio parisino de Saint-Antoine
desde tiempos medievales.
Primero
fue un bastión que defendía una de las puertas de París, después se convirtió
en Cámara del Tesoro, más tarde en la prisión donde se enviaba a conspiradores,
falsificadores de moneda, espías, criminales, duelistas, desertores,
libertinos, vástagos calaveras de la nobleza…
Se
calcula que desde fines de la Edad Media hasta su demolición fueron huéspedes
del Estado entre aquellos cuatro muros cerca de seis mil personas. La más
conocida, Voltaire, creó el adjetivo embastillé. El célebre philosophe -un
personaje muy incómodo para las autoridades francesas- estuvo en la prisión dos
veces, por ofensas contra el Estado primero y por un caso de duelo
posteriormente.
Voltaire, Contra la superstición, el fanatismo y la intolerancia.
A
partir del reinado de Luis XIII (1610-1643), con Richelieu en el poder, La
Bastilla pasó a ser una prisión del Estado administrada por un gobernador.
Aunque había más (el castillo de If, el Mont Saint-Michel y la torre de Vincennes,
entre otras), La Bastilla era la más temida. El número de prisioneros aumentó
mucho a lo largo del reinado de Luis XIV. Por motivos políticos, pero también
religiosos, económicos y de otras índoles.
En
el siglo XVII ya era un edificio que impactaba a quienes visitaban París. Los
datos hablan por sí solos: sesenta y seis metros de largo por treinta de ancho,
ocho torres de once metros de diámetro y muros de dos de grosor. Cada torre
tenía un nombre. Una se llamaba Torre de la Libertad ¿Una ironía? No: las
personas encerradas en sus celdas tenían el privilegio de poder pasearse a su
antojo por el patio y la parte superior de las torres. Porque no todos los
presos recibían el mismo trato.
Era
frecuente encontrar en las celdas de La Bastilla hombres de finanzas que habían
robado al Estado más de lo tolerado, pero también supuestas brujas, periodistas
(la censura era muy rigurosa), sodomitas, locos, personas que se habían
mostrado indecorosas hacia la Corte… También pasaban cortas temporadas en La Bastilla
jóvenes de vida disoluta mandados allí por sus propios padres, nobles y
aristócratas que habían agotado su paciencia con ellos.
Según
la gravedad del delito cometido y el estatus social del preso, existían
diversos regímenes de detención en La Bastilla. Los nobles, naturalmente, no
eran tratados del mismo modo que los prisioneros del pueblo llano. Algunos
comían en la misma mesa que el gobernador (pero no con él, sino los mismos
platos que él); a otros se les permitía salir de la fortaleza para visitar a un
familiar e incluso para tomar las aguas y cuidar de un reumatismo que una larga
estancia en la celda había agravado.
Aunque
solo una minoría podía beneficiarse de estos privilegios, todos los condenados
podían escribir, leer volúmenes de la biblioteca, recibir correspondencia, ropa
y provisiones. Quienes podían costear, se hacían traer vino. Y quienes
tenían un instrumento musical, podían tocarlo. A algunos internos se les
permitía incluso tener compañía en la celda, un criado e incluso su mujer.
Visto
desde los círculos del poder, ser encerrado en La Bastilla era considerado como
un favor. Ciertamente, tanto ésta como las otras prisiones del Estado ofrecían
más seguridad que el resto de prisiones esparcidas por el reino, donde se
encerraba a lo peor de la delincuencia y de la marginalidad y las condiciones
de privación de libertad eran inhumanas por múltiples razones: hacinamiento,
suciedad, maltratos, peleas, mala alimentación…
Las
celdas eran espaciosas y tenían altas y grandes chimeneas. Por si a alguien se
le ocurría intentar escapar a través de una de éstas, en el interior del
conducto había barrotes y rejas. A los prisioneros se les permitía salir de su
encierro una vez al día para pasear por el patio interior o, más raramente, por
la plataforma superior. Los prisioneros indisciplinados eran recluidos en la
parte superior de las torres.
Los
subterráneos de las torres, muy oscuros y húmedos, se reservaban para los
evadidos y los que habían cometido delitos graves. A menudo se les ataba a un
pilar con una larga cadena. En aquellas duras condiciones de reclusión no es de
extrañar que algunos prisioneros se volvieran locos o intentaran quitarse la
vida.
Además
de seres humanos, también eran encerrados en La Bastilla libros, grabados y documentos
considerados peligrosos para la seguridad del Estado o contrarios a las buenas
costumbres. La Enciclopédie, la obra cumbre de la Ilustración, fue “detenida”
en La Bastilla varios años.
Buscando
municiones, el 14 de julio de 1789 el pueblo de París se dirigió enfervorizado
hacia La Bastilla. Aunque el gobernador De Launey ordenó abrir fuego contra la
multitud, ésta finalmente logró penetrar en la prisión. Los asaltantes pensaban
poder liberar a muchos presos, pero solo encontraron a siete, y ninguno era
político. Aquel día, en su diario Luis XVI
escribió: Rien (o sea, nada). Como solía hacer, el rey había ido a cazar, ajeno
a lo que se le venía encima.
Además
de Voltaire, otros huéspedes famosos de La Bastilla fueron el marqués de Sade,
el cardenal de Rohan. Nicolás Fouquet, el hombre de la máscara de hierro… Y un
tal Latude, que a pesar de ser un don nadie llevó a cabo una fuga espectacular
de la siniestra prisión en 1756, cuando a ésta le quedaban pocos años de vida.
Autor:
Josep Torroella Prats, Revista de Historia
Revisión
y Diseño: elcofresito
Comentarios
Publicar un comentario
Todos los comentarios deberán guardar el respeto y la consideración hacia los demás, así como el uso de términos adecuados para explicar una situación. De no cumplirse con estos requisitos los comentarios serán borrados.