La mujer en la Atenas Clásica



La situación de las mujeres en la Grecia antigua se deterioró notablemente desde lo que se refleja en los textos homéricos hasta la época clásica, en la que es poco menos que un cero a la izquierda.

La instauración de las ciudades-estado supuso la postergación de la mujer, reservándose para ella las labores del hogar y la tutela de los hijos. Hombres y mujeres llevaban vidas separadas por completo.

Ellas vivían sometidas al varón, no podían alcanzar la condición de ciudadanas ni tener propiedades ni acudir a los tribunales, estaban excluidas de la política y de actividades sociales como los banquetes, y era poco frecuente que acudieran al ágora; por otro lado, celebraban cultos y festivales a los que los varones no tenían acceso y pasaban horas reunidas en el gineceo, en lugares el lavadero o el telar. Salían poco de casa, limitándose a ir a la fuente a por agua o a visitar a otras mujeres. No tenían tampoco acceso al teatro ni a los Juegos Olímpicos, ni a las Academias filosóficas.


Amor, matrimonio y sexualidad

Existía dentro de la sociedad ateniense una cierta preocupación masculina por la defensa de su honor personal, que se traducía en la responsabilidad de proteger de cualquier ofensa a todas las mujeres que se hallaban bajo su custodia directa. Por esta razón, cuando una joven llegaba a su madurez sexual se acordaba su matrimonio traspasándose la responsabilidad de su protección del padre al marido, un hombre de entre treinta y cuarenta años.

Antes de la boda se estipulaba un contrato en el que se determinaba la dote, una buena dote implicaba un buen matrimonio y esto ejercía un efectivo control sobre su conducta pues para los griegos era importante la virginidad de la novia.


La boda propiamente dicha solía celebrarse en enero o febrero y comenzaba con el ofrecimiento que hacía la novia a alguna divinidad de determinados símbolos de su vida de soltera que abandonaba; llegaba entonces el novio acompañado de sus parientes y se procedía a hacer el sacrificio a las divinidades nupciales. Acudían los ya esposos a la fuente Calírroe para una purificación ritual y a continuación se celebraba el banquete nupcial. Ya al anochecer, se formaba una comitiva nupcial integrada por los cónyuges, la madre de la novia, el padrino y los invitados jóvenes, que se dirigían a la casa de los contrayentes cantando durante el camino unos himnos llamados himeneos. Ya en la casa, la madre del marido le daba a probar a la joven esposa un membrillo, símbolo de fecundidad, y durante toda la noche los invitados cantaban junto a la casa los epitalamios, que se traducían en desear a los novios dicha y bendición.

Para las mujeres atenienses era de suma importancia la virtud y la lealtad, no debe sentir celos de otras y han de perdonar las faltas del marido para evitar su ira. Esta posición subordinada se pone de manifiesto en temas como el adulterio: si lo cometía el marido se consideraba algo insignificante, si lo hacía la mujer era un hecho muy grave que podía ser condenado.


Destaca el hecho de que la prostitución estaba muy extendida en la sociedad ateniense. La mayoría eran esclavas que ejercían su oficio en burdeles regentados legalmente por ciudadanos griegos, vestían de una forma llamativa, usaban recargados maquillajes, pelucas, tintes capilares y zapatos de tacón.

La vida cotidiana

Las principales funciones de las mujeres atenienses eran parir hijos legítimos y encargarse del gobierno de la casa, ya haciendo ella misma las labores domésticas o supervisando la labor de los esclavos. Debían coser, bordar, hilar y tejer la ropa de la familia, controlar los almacenes, la limpieza y la comida, cuidar de los hijos y de los enfermos de la casa y gestionar la economía familiar.


En cuanto a su aseo, tomaban un baño diario, se depilaban, se hidrataban la piel con aceite perfumado, daban brillo a su cabello con aceites y algunas se lo teñían o usaban pelucas. Otras empleaban rellenos para mejorar su figura o se ponían sandalias con gruesas suelas para parecer más altas. Muchas se daban colorete para tener mejillas sonrosadas y se pintaban las cejas de oscuro. La piel pálida estaba de moda y se utilizaba maquillaje para aclarar el cutis.

Había una gran mayoría de analfabetas, si bien algunas aprendían a leer y a tocar instrumentos musicales dentro del núcleo familiar.

Cuando una mujer enviudaba, no podía heredar y estaba obligada a raparse el pelo y a casarse con quien hubiera dejado estipulado su marido o con quien decidiera su nuevo “dueño”, que podía ser incluso su hijo mayor.


El culto y la religión

Es aquí donde las mujeres van a tener una mayor libertad y protagonismo, siendo especialmente relevante la figura de las sacerdotisas, encargadas de mediar entre los humanos y los dioses a través del culto religioso y del oráculo.

Además, participaban en diversos rituales, tanto individuales (su purificación tras el parto o los relacionados con el cuidado del muerto) como colectivos (en honor a alguna divinidad), entre los que destacan las Panateneas y Arreforias (en honor a Atenea), las Tesmoforias (a Deméter y Perséfone), las Leneas (a Sémele) y las Dionisiacas (a Dionisos).

Fuente: Yolanda Barreno, Revista de Historia
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