El último barco negrero
Durante tres siglos, cientos de barcos cruzaron el
Atlántico desde las costas occidentales de África con sus bodegas llenas de
seres humanos. Aquellos hombres y mujeres eran conducidos a América contra su
voluntad y en inhumanas condiciones para ser subastados en lejanos mercados de
esclavos. Brasil, las colonias británicas de América del norte y del Caribe,
Cuba y otras islas antillanas eran los destinos principales de los barcos
negreros. No todos los hombres y mujeres que embarcaban llegaban a puerto.
De hecho, muchos esclavos morían antes de emprender la
travesía transoceánica. Largas marchas a través de la sabana y la selva y
semanas encerrados en infectas mazmorras como las de la isla de Goré diezmaban
la mercancía. Mercancía, sí, porque esto eran aquellos infortunados a los ojos de
quienes practicaban la trata de negros.
En julio de 1860 partió de la costa de la actual
república de Benín -entonces el territorio se llamaba Dahomey- un barco con una
carga de esclavos. La nave se llamaba Clotilde y trasportaba a Estados Unidos
ciento quince africanos, hombres y mujeres. Su destino era Mobile, en Alabama.
Si bien no puede afirmarse con rotundidad, el Clotilde fue muy probablemente el
último barco negrero que cruzó el Atlántico.
Desde el año 1808 el tráfico de esclavos estaba
prohibido en Estados Unidos, pero el comercio humano se seguía practicando,
aunque a menor escala que en otras épocas. Por otro lado, aunque el tráfico de
seres humanos se había prohibido, la esclavitud seguía vigente en aquel país, y
en los estados sureños había cientos de miles de esclavos en vísperas del
estallido de la guerra civil.
Los esclavos que viajaban a bordo del Clotilde habían
sido capturados algunos meses antes por el rey de Dahomey en una aldea del
interior del país. Cada año, durante la estación seca, el soberano de aquel
reino organizaba expediciones cuyo objetivo era la captura de esclavos; gracias
a la venta de aquella mercancía humana a los europeos Dahomey era el poder
local más importante del África Occidental. Se calcula que el veinte por ciento
de los esclavos que cruzaban el Atlántico los proporcionaba este reino. La
complicidad de los propios africanos en el comercio de esclavos es un aspecto
de la trata de negros que a veces se olvida o se calla y que debería tenerse
siempre presente.
Los que sobrevivieron a la razzia fueron conducidos
hasta un puerto negrero de la costa y encerrados en barracones. Fue allí donde
vieron por primera vez el mar. Sabían que no les esperaba nada bueno, pero
seguramente sus cálculos se quedaban cortos. Cuando llegó el Clodilde, los
infortunados fueron obligados a subir al barco y encerrados en las bodegas.
Encadenados de dos en dos, como se había hecho siempre. Con poco espacio,
respirando un aire sofocante y nauseabundo, maltratados y humillados. Sus
carceleros no veían en ellos a seres humanos, sino pura mercancía.
Un barco negrero era como una prisión flotante de la
que era imposible escapar. La duración del viaje transoceánico se fue
reduciendo a lo largo del tiempo, pero en el siglo XIX solía durar unas seis
semanas de promedio. Los esclavos pasaban la mayor parte de la travesía amontonados
en la bodega. Muchos lloraban o gritaban de desesperación. Si se negaban a
ingerir alimentos, se les obligaba a comer. Cuando salían a cubierta algunos
intentaban acabar con su vida lanzándose al mar. Pero sus guardianes, que
estaban alerta, generalmente lograban impedírselo.
La imagen que se tiene de los esclavos africanos es la
de unos seres analfabetos y paganos, y en gran parte es cierto. Los que se dedicaban a capturar esclavos no
tenían miramientos. Lo importante era que la persona capturada estuviera
sana. En el mercado de esclavos los
compradores, ya fueran amos o capataces, lo primero que examinaban eran sus
ojos, dientes y músculos. Por lo menos en los varones. Pero había excepciones,
y una de ellas fue la de Omar Ibn Said, un erudito musulmán de origen gambiano
nacido el 1770, capturado en 1807 y transportado a América poco después. Puesto
que sabía escribir, redactó una breve autobiografía en árabe que más tarde fue
traducida al inglés.
Pero volvamos al Clotilde. Tras una travesía
transoceánica de varias semanas, el barco llegó a Mobile. Para evitar a las
patrullas de la vigilancia costera se desembarcó a los esclavos de noche. La
carga fue conducida a la propiedad del comprador, situada en las afueras de la
ciudad, en medio de pantanos. No era un lugar de fácil acceso. De hecho, solo
se podía llegar allí por agua. Avisada de la llegada de los esclavos, la
policía registró la hacienda del comprador. Al no encontrar ningún rastro de
los africanos, abandonó la investigación. Entonces el negrero puso a trabajar a
los infortunados.
La llegada de los esclavos coincidió en el tiempo con
el comienzo de la guerra civil norteamericana (1861-1865), en la que la
liberación de la esclavitud era uno de los motivos de su estallido. Cuando,
cuatro años después, unos soldados llegaron a la hacienda y comunicaron a los
esclavos que eran libres, a éstos les costó aceptar la noticia. Ya se habían
hecho a la idea de morir esclavos.
Uno de los esclavos liberados se llamaba Cudjo Lewis,
Oluale Kossola de nacimiento. Muchos años después, ya anciano, fue entrevistado
por una antropóloga, Zola Neale Hurston. Con la información recabada Hurston
escribió una biografía del esclavo. La obra, publicada en 1927, no tuvo éxito,
probablemente porque denunciaba la implicación de los propios africanos en el
tráfico de esclavos. Muchos políticos e intelectuales afroamericanos no
aceptaban este hecho en aquellos tiempos. El libro se reeditó en 2018 y
entonces ocurrió todo lo contrario que en 1927. Ha sido un bestseller en
Estados Unidos.
Fuente: Josep Torroella Prats, Revista de Historia
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