LOS ÚLTIMOS AÑOS DE NAPOLEÓN: DE ELBA A SANTA HELENA
Tras
su derrota en la batalla de Leipzig (1813), Napoleón Bonaparte se dirigió a
Fontainebleau y se estableció en este palacio real renacentista cercano a
París. Poco después una delegación de mariscales encabezada por Ney, pidió al
emperador que, por el bien de Francia, abdicara.
Muchos
franceses estaban hartos de tantas guerras y creían que lo mejor era que Luis
XVIII ocupara el trono. El destino del hombre que había dominado Europa durante
años sería el exilio en una pequeña isla del litoral toscano llamada Elba.
Napoleón
desembarcó en Elba el 4 de mayo de 1814. Una vez instalado en Portoferraio, la
pequeña capital, el emperador destronado se dedicó a organizar un diminuto
estado en la isla. Activo como siempre, el corso hizo roturar tierras,
construir carreteras, levantar un hospital e incluso un teatro. Que Napoleón
era un gran organizador no es ningún secreto. En Elba dispuso incluso de una
pequeña corte, un ejército de mil soldados y una marina compuesta por un único
barco.
Isla de Elba en la actualidad
Napoleón había sido el árbitro de Europa, donde había creado tronos para diversos miembros de su numerosa familia. Había ganado más batallas que ningún otro general a lo largo de la historia. No podía ni quería conformarse con ser el soberano de un reino liliputiense. Elba le quedaba pequeña. Así pues, el 26 de febrero de 1815 abandonó la isla y su barco puso rumbo a la costa francesa. Al saber que había desembarcado en Cannes, Luis XVIII envió un ejército para detenerle. Sin embargo, los soldados que debían frenar su avance hacia París hicieron todo lo contrario: se unieron a las tropas del emperador.
Napoleón
recuperó el poder sin disparar un solo tiro. El 20 de marzo ya pasó la noche en
las Tullerias tras ser recibido por una muchedumbre. Empezaba así lo que se ha
llamado el gobierno de los Cien Días. Entonces Napoleón nombró ministros y
otorgó una constitución de signo liberal. Sabiendo que los aliados no tardarían
en reaccionar, reunió un enorme ejército. Pero sus adversarios disponían de
muchos más. Waterloo, la batalla decisiva, se libró el 18 de junio de 1815 en
una llanura de la actual Bélgica. El resultado de la contienda es de sobras
conocido.
Retorno de Napoleón a Francia después de Elba
Tras
su nueva y definitiva derrota Napoleón se replegó hacia París. Después se
dirigió a Rochefort y a la isla de Aix, en la costa atlántica, donde pudo haber
embarcado rumbo a América. Sin embargo, prefirió entregarse a los ingleses.
Huir escondido en las bodegas de un barco no era propio de él. Pero los
ingleses no estaban dispuestos a que se repitiera la historia. Decidieron que
el corso sería desterrado a una isla, pero esta vez muy lejos de Europa. Una
isla en el hemisferio sur, Santa Helena.
Santa
Helena es una pequeña y abrupta isla volcánica situada en el sur del Atlántico,
a unos 2.300 kilómetros de la costa africana. Es de soberanía británica desde
el siglo XVII, cuando tomó posesión de ella la Compañía de las Indias Orientales.
A pesar de su pequeño tamaño y su carácter inhóspito, antes de abrirse el canal
de Suez tenía una gran importancia estratégica. Muchos barcos que se dirigían
hacia el Índico hacían escala en ella. Desde que Napoleón pasó sus últimos días
en ella el nombre de Santa Helena quedó unido para siempre al del emperador
francés.
Napoleón
pasó en Santa Helena los últimos seis años de su vida. Llegó a ella el 15 de
octubre de 1815 a bordo del Norhumberland, un navío de guerra de la Royal Navy,
muy bien custodiado por una flota y 2.500 soldados. Tal era el temor que aún
despertaba entre sus enemigos.
Destierro de Napoleón a la isla de Santa Elena
Napoleón
no llegó solo a la isla. Le acompañaban algunos de sus hombres más leales. Uno
de ellos, el conde Las Cases, su secretario, escribió el Memorial de Santa
Helena, publicado en Londres el 1823 en 8 volúmenes. Se trata de una
hagiografía, y, por tanto, hay que ir con mucho tiento al leerla. No todo lo
que cuenta el autor es cierto.
Para
todos sus acompañantes, Napoleón seguía siendo su emperador, cosa que naturalmente
irritaba a los ingleses. Estos no trataron con guantes de seda al corso. Para
empezar, le llamaban general Bonaparte, lo cual hería su megalomanía. Al llegar
a Santa Helena, Napoleón y sus acompañantes fueron alojados en unas barracas de
madera levantadas para guardar ganado. Napoleón, que había vivido en muchos
palacios, ahora se alojaba en una choza.
El carcelero del ex emperador era Sir Hudson Lowe, un hombre al que
Wellington tildó una vez de estúpido, suspicaz y envidioso. Su retrato en el British
Museum le hace justicia. Tras una agria discusión con él, Napoleón nunca más le
dirigió la palabra.
El
infortunio de Napoleón en Santa Helena duró seis años. ¿Qué hacía un hombre tan
activo como él en aquellas soledades atlánticas? Pasaba muchas horas dictando
sus memorias al conde Les Casas, lo cual le permitió evocar las etapas de su
meteórica carrera hacia el poder, sus muchas victorias en los campos de batalla
de Europa. Leía a los clásicos franceses (Corneille, Racine); también la
Odisea, la Biblia. Al principio tenía libertad para pasear a caballo por la
isla, pero más tarde fue confinado a Longwood.
Napoleón dictando sus memorias a su secretario
El
tedio le agrió el carácter. Tenía momentos de abatimiento durante los cuales la
idea del suicidio le rondaba por la cabeza. Cansados de él, algunos de sus
hombres le abandonaron y volvieron a Francia. Les Casas, su secretario, dejó la
isla en 1816. Por otra parte, la salud de Napoleón empeoraba. Tenía mal color,
estaba inflado, casi obeso. El clima de la isla, la falta de ejercicio, sin
duda le perjudicaban. Napoleón se negaba a que le visitaba un médico inglés. A
principios de 1821 sus dolores aumentaron. Falleció el 5 de mayo, a la edad de
51 años. Oficialmente murió a causa de un cáncer de estómago. La tesis de un
posible envenenamiento con arsénico ha tenido escasos defensores. El cadáver
del emperador recibió sepultura en un valle próximo a Longwood, bajo una lápida
sin nombre alguno. Las autoridades británicas no querían ver en la piedra la
inscripción NAPOLEÓN.
La
repatriación de los restos de Napoleón tuvo lugar el año 1840, durante el
reinado de Luis Felipe. Para que los restos del emperador volvieran a Francia
era necesario el permiso de los británicos y el del monarca francés. Con Luis
Felipe no hubo problemas. El gobierno británico fue más reacio a la
repatriación, pero al final accedió a ella a cambio de conservar su influencia
en la llamada “Cuestión de Oriente”.
La
fosa se abrió en presencia de británicos y franceses. El monarca francés había
enviado a Santa Helena a su hijo para proceder a la exhumación. El cadáver aún
era reconocible. Fue transportado a Francia y llevado a los Inválidos. Todavía
descansan allí. Como si se tratase de un faraón, sus restos están protegidos
por seis ataúdes. A su lado yace su hijo, el rey de Roma, L’Aiglon.
Fuente:
Josep Torroella Prats, Revista de Historia
Revisión
y Diseño: elcofresito
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