EL CULTO DE MITRA 

 


 

Las religiones orientales en Roma fueron un fenómeno poco conocido, y de algún modo merecido, debido al poco impacto que tuvieron en su sociedad. Aun así, hay que tenerlas en cuenta, ya que representan el primer punto de ruptura de la religión tradicional clásica. Las religiones orientales defendían un alto contenido moral, lo que no hacía la religión oficial, prometiendo una vida ultraterrenal en la que se encontraba la justicia que faltaba en la vida terrenal.  

 

Los dioses orientales, además, se distinguían de los oficiales por su capacidad de sufrir, morir y resucitar, tomando a su cargo la salvación de sus fieles, sin distinciones. Los nuevos dioses se integraban en los panteones de cada comunidad, normalmente asociados al nivel local con el culto imperial, incluso con las mismas fórmulas epigráficas, lo que podría relacionarse con un cierto impulso de esta creencia por parte de las élites. 



Templo de adoración al Dios Mitra, descubierto en Italia.


La mayor parte de estos cultos fueron llevados al mundo romano por soldados, mercaderes y esclavos, lo que facilitaron una rápida difusión entre los estratos más bajos y pobres de la sociedad. El culto al dios Mitra, concretamente, fue introducido en Roma probablemente por los soldados de Pompeyo Magno después de las campañas de Oriente, y tuvo su momento de máxima difusión en el siglo III, en el que gozó también del favor de algunos emperadores, como Caracalla o Diocleciano. 

 

Mitra (o Sol Invicto, como se le conocía en algunas ocasiones), es una divinidad de origen iraní, garante del buen orden del cosmos, aunque la versión romana poco tiene que ver con la original en líneas generales. Este culto estaba reservado a los hombres y se practicaba en pequeños grupos de iniciados que se reunían en lugares, casi siempre, subterráneos, acondicionados en forma de gruta para recordar la historia de Mitra en la que mata al toro para generar el universo.




Aquellas restricciones podrían haber sido uno de los factores que limitaron la expansión de esa religión. El dios se representaba siempre vestido a la moda persa, con un gorro frigio en la cabeza, una clámide corta y agitada, y casi siempre, sacrificando a un toro. Solía ir acompañado de Cautes y Cautopates, los genios del sol naciente y poniente, respectivamente. Ambos solían estar cerca de Mitra, y formaban una especie de triada, con Mitra al medio y los dos genios a los lados en las representaciones artísticas. Algunas veces, y siguiendo la muy arraigada cultura del sincretismo de los romanos, se asociaba al dios irani con otras divinidades del panteón “oficial” romano, como Apolo o Mercurio, o hasta con dioses celtas, como en el caso de la Galia. 

 

En lo que se refiere a la escenificación del culto, hay algunos testimonios de esta creencia en forma de templos (mitreos), altares, exvotos, monumentos, figuras e inscripciones dedicados al Dios Invicto, en muchas de sus formas y representaciones. Encontramos en muchas ciudades mitreos situados en lugares muy céntricos, lo que indica que el culto a Mitra, aparte de estar extendido geográficamente, gozaba de prestigio y de unos patrocinadores muy importantes.  

 



Algo que hay que remarcar también es el origen de muchos de los creyentes de los que tenemos constancia epigráfica, ya que una buena parte de ellos parece ser de origen oriental, es decir, de la cuenca este del Mediterráneo. Esto nos lleva a preguntarnos si realmente había “conversos”, nuevos devotos locales o simplemente era una religión que extranjeros, de otras partes del imperio, llevaban como si de su equipaje se tratara. El problema principal radica en que el conocimiento en este ámbito aun es muy escaso, y por ahora solo se puede especular con un conjunto de evidencias arqueológicas, francamente, pobres. 

 

Uno de los ámbitos donde el mitraísmo tenía más éxito era, como ya se ha mencionado antes, el ejército. A los soldados les gustaba esta creencia porque estaba relacionada con su oficio: el tercero de los grados de iniciación daba el derecho al título de “soldado del dios”. En consecuencia, en lugares de frontera, donde la presencia de militares era muy grande, por lo tanto, la edificación de mitreos e inscripciones dedicadas a este dios se incrementaba enormemente. Una prueba de la importancia del ejército en la transmisión de esta religión es que, en la península ibérica, donde apenas había tráfico legionario (solo había una legión en guarnición, la VII Gémina, de la que se ha hallado poca presencia arqueológica del culto a Mitra. Aun así, la tardía llegada de éste, al mundo romano, hizo que ese culto solo afectase a una parte del ejército, evidentemente con más éxito en las legiones estacionadas en las provincias orientales del imperio. 

 



Así pues, el mitraísmo fue una religión que sentó las bases en las cuales el cristianismo triunfaría, probablemente, aprendiendo de los errores de sus predecesores. No hay que menospreciar tampoco el efecto de este culto, que formaba parte de esas creencias que ofrecían algo más que la satisfacción momentánea, esto es, la justicia en otra vida, algo que se revelaría como la clave del éxito para ganarse el apoyo de las masas hambrientas y pobres. 

 
Fuente: DHistórica 

https://dhistorica.home.blog/repositorio-de-revistas/

 

Bibliografia: 

GABUCI, A. Roma. Barcelona: RBA Edipresse, 2008 

LE BOHEC, Y. El ejército romano (trad. Ignacio Hierro) Ediciones Ariel, 1989 VAN ANDINGA, W. La religión en Gaule Romaine. Paris: Editions Errance, 2002 

WALTERS, V. The cult of Mithras in the roman provinces of Gaul. Leiden: Ed. J. Brill, 1974 


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