El deportista más grande de todos los tiempos

Ni Michael Phelps, ni Usain Bolt, ni Nadia Comaneci. El mejor deportista de la historia de los Juegos Olímpicos era griego y se llamaba Milón de Crotona. No nadaba como un anfibio, no corría en nueve segundos los cien metros, ni daba volteretas sobre una barra, pero levantaba un buey y caminaba con el animal a cuestas ciento veinte metros. Y era capaz de sujetar el techo derrumbado de una casa para que Pitágoras, padre de las matemáticas, pero también su suegro, salvase la vida. Y combatir contra trescientos mil soldados, liderando un ejército tres veces menor, ir a la batalla con sus coronas olímpicas —las medallas del siglo VI aC— y vencer. Imposible hacerle sombra. Ni todos los récords del mundo pueden con un mito, porque una cosa es firmar un contrato millonario de publicidad y otra tener en vida una estatua de bronce en el Olimpo.


Milón de Crotona debió nacer entre el 560 aC y el 550 aC, porque en los Juegos Olímpicos del 540 aC salió vencedor en la categoría de niños. En la siguiente edición, la del 536 aC participaría por primera vez en la competición absoluta de la prueba reina, el Pentatlon —salto, lanzamiento de disco, jabalina, prueba de velocidad sobre la distancia de un estadio (192 metros) y lucha—. Desde entonces, durante cinco Olimpiadas, el de Crotona se puso una vez tras otra la corona de los vencedores. Se convirtió en un mito, una figura venerada, con su propia estatua en Olimpia. Milón venía de una ciudad que debía ser como la Jamaica actual, una cuna de atletas. En las Olimpiadas del 576 aC, todos los finalistas de la prueba de velocidad eran de Crotona, ciudad-estado en lo que hoy es el sur de Italia.



La última de las leyendas sobre el mejor atleta de todos los tiempos es la de su muerte. Cuentan que, paseando por un bosque, Milón se encontró con unos leñadores que habían insertado unas cuñas en un robusto tronco cortado. El viejo atleta, en un afán de demostración de fuerza, metió las manos en la hendidura con el fin de partir el tronco por la mitad, pero la naturaleza fue más fuerte que él y sus manos quedaron aprisionadas al caer las cuñas. Sin poder liberarse, los lobos le devoraron al caer la noche. Lo más probable es que el hombre real que fue Milón se perdiera o fuera atacado por una jauría de lobos, y su cadáver encontrado a los pies de un árbol bastante más eterno y poderoso que él. Sea como fuere, la casi ridícula muerte del hombre le emparentó directamente con los héroes. Era trágico, pero hermoso. Porque la leyenda, y la realidad, dan cuenta de que a todas las victorias, a todas las coronas o medallas, les sucede, siempre, un último fracaso. En la forma de caer derrotado está el honor.


Fuente: Rodrigo Amoros. Revisión y Diseño: elcofresito.

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