LA GUERRA DE LOS 4 DÍAS
En
octubre de 1931, el candidato conservador Neptalí Bonifaz resultó
ganador de la elección presidencial. Era la primera vez que un
postulante de la tendencia triunfaba desde la revolución liberal de
1895. Superó a sus oponentes, el liberal Modesto Larrea Jijón y el
socialista Ildefonso Mendoza. El encargado del poder, el ex
presidente Alfredo Baquerizo Moreno, cumplió con su promesa de
mantener la imparcialidad del Gobierno, de modo que fueron las
primeras elecciones libres del siglo XX.
Durante
el período de hegemonía liberal se había ejecutado la sentencia
del militarismo partidista de que “no se perderá con papeletas
aquello que se ganó con bayonetas”. En consecuencia, los
candidatos oficiales triunfaban abrumadoramente merced a la ayuda del
Ejército.
El
antecedente fue que el régimen surgido de la Revolución Juliana de
1925, que llevó a ejercer la presidencia a Isidro Ayora, había
caído en agosto del 31. La sublevación del batallón de Ingenieros
“Chimborazo” en Quito, condujo al mandatario a encargar el poder
al coronel Luis Larrea Alba, nombrándolo previamente ministro del
Interior, con derecho sucesorio, de acuerdo a la Constitución de
1929.
Al
cabo de 52 días intentó un golpe de Estado, pero la falta de apoyo
del Congreso lo obligó a renunciar ante el titular del Senado,
Baquerizo Moreno, quien cumplió con la convocatoria a elecciones. En
este ambiente de inestabilidad, la designación de Bonifaz fue
acogida con alivio. Sin embargo, su posesión recién se efectuaría
en agosto del año siguiente, esto es, 10 meses después con la
instalación de la nueva Legislatura.
Para
complicar el escenario, la elección del Congreso se produjo en fecha
posterior, resultando una composición donde prevalecían los
partidos derrotados en la justa presidencial.
Neptalí
Bonifaz Ascásubi había nacido en Quito, en 1870. Su padre era un
diplomático peruano, mientras que su madre pertenecía a una familia
tradicional capitalina.
Se
educó en el Colegio San Gabriel de los jesuitas, en el antiguo anexo
a la Iglesia de La Compañía. En la adolescencia viajó a Europa
para continuar su formación en Ciencias Económicas, Políticas y
Comerciales, en la universidad de Ginebra, y luego en la prestigiosa
Sorbona de París.
Estaba
dedicado a la explotación agrícola y agropecuaria de las haciendas
familiares, cuando en 1927 fue llamado por el gobierno provisional de
Ayora para presidir el Banco Central del Ecuador, recientemente
creado.
“Los
conservadores veían en él algo así como una nuevo García Moreno
por su honradez, rectitud y energía. Los liberales simpatizaban con
quien afirmaba que daría lustre al liberalismo corrigiendo sus
quiebras y fallas”, al decir de su copartidario José Rafael
Bustamante.
Bonifaz
se definía como un liberal moderado que estaba cansado de las
discusiones metafísico- literarias sobre las diferentes doctrinas
políticas; que repudiaba a los gobiernos de argolla que excluían a
los hombres más honrados y competentes so pretexto de que no eran
“amigos de la causa”.
Con
la consigna de impedir su llegada al poder, la prensa facciosa del
liberalismo y de los sectores de izquierda inició una campaña
ventilando dudas sobre la nacionalidad del presidente electo.
Bajo
presión, Bonifaz dirigió un escrito al legislador electo Leopoldo
Izquieta Pérez, quien le había retirado su apoyo, reconociendo un
momento de vacilación: “Mi peruanismo se limita a la época de
dominación de Alfaro, durante la cual, por la súplica de mi madre
que quería, como todos los ecuatorianos de entonces defender sus
propiedades, consentí en llamarme peruano”.
Afianzando
su defensa presentó un documento de la Cancillería peruana
certificando que jamás había constado en el registro civil como
ciudadano de ese país.
La
aspereza de su carácter se avenía mal a una situación en la que
tenía que atraer a congresistas que dudaban. “Y en cada día que
pasaba perdía algún legislador que por un gesto del candidato o un
saludo menos, rectificaba su primitiva adhesión; lo mismo aconteció
en sus relaciones con el Gobierno”, refiere en sus memorias el
diplomático Francisco Guarderas.
El
19 de agosto de 1932, en sesión reservada que se prolongó hasta la
madrugada del día siguiente, 46 legisladores votaron por la
descalificación, mientras que 38 lo hicieron por la calificación.
Los congresistas de minoría publicaron un Manifiesto a la Nación en
el que denunciaban el golpe de Estado de la Legislatura, destacando
que apenas 8 votos habían desconocido el legítimo pronunciamiento
popular de decenas de miles. Bonifaz advirtió preocupado que si se
cumplía la decisión, “la sangre subiría a los tobillos”.
Ante
el impasse, el 28 de agosto al grito de “¡Viva la Constitución!”
cuatro batallones emplazados en Quito se sublevaron con el apoyo de
la Compactación Obrera, la principal central sindical conservadora,
y la poblada, en general, que buscó armas en los cuarteles.
Baquerizo Moreno se vio obligado a renunciar asilándose en la
legación argentina; nombró como encargado del poder a Carlos Freile
Larrea, líder bonifacista.
Conocedor
del suceso, Bonifaz regresó apresurado de su hacienda Guachalá en
Cayambe, para dirigir una arenga desde el balcón de su casa para
instar a la población a mantener la paz, aceptando la decisión del
Congreso. Era demasiado tarde.
Los
jefes y oficiales que escaparon de la rebelión se concentraron en
Tambillo a la espera de refuerzos. Teniendo el control de los
ferrocarriles, 5.000 efectivos se concentraron rápidamente para
sitiar la capital bajo el mando del general Ángel Isaac Chiriboga.
A
las 08:45 del 29 de agosto, inició un duelo de artillería en las
inmediaciones del Panecillo que se fue generalizando. Hacia las 10:00
se combatía en los frentes sur, este y norte. En el puente del
Manchángara como en el Itchimbía se repelió con bravura a los
atacantes. El cañoneo dejó sin luz eléctrica a la ciudad, al
destruir postes y cableado; al tiempo colapsó el suministro de agua
y el abastecimiento de víveres se tornó crítico.
El
30 al rayar el alba se reanudó la batalla en todo el perímetro del
cerco. A las 11:00 no solo se combatía en los alrededores sino
dentro de la ciudad con nutridos disparos de fusiles y ametralladoras
desde ventanas y azoteas, aumentando la mortandad no solo de los
combatientes sino de civiles inocentes.
El
31 sería la jornada de mayor fragor y violencia al ampliarse la
lucha urbana, con partidas de izquierdistas armados que atacaban
desde la retaguardia los parapetos de los defensores. Presionado por
encontrar un arreglo, el encargado del poder, Freile Larrea,
argumentó que su mandato expiraba el 1 de septiembre, fecha en la
cual debía posesionarse el nuevo presidente. La rebelión
“constitucionalista” se quedaba sin piso.
Con
el nuevo día, las fuerzas beligerantes reanudaron sus hostilidades
hasta que temprano en horas de la tarde, se firmó un armisticio que
reconocía que “no habría vencedores ni vencidos”. Disponía el
establecimiento de un nuevo régimen interino a cargo del presidente
del Senado Alberto Guerrero Martínez, con el compromiso de convocar
a nuevas elecciones.
Los
historiadores fijan en 1.000 el número de muertos de la “Guerra de
los cuatro días” y algunos lo elevan hasta 2.000. Quito sólo
había vivido medio siglo antes una batalla urbana, cuando en 1883 el
ejército de la “Restauración” tomó la capital, venciendo a las
fuerzas de la dictadura del general Ignacio de Veintemilla,
comandadas por su sobrina Marietta, la célebre “Generalita”.
Fuente
Roberto Azpiasu Estrada, Diario El Comercio.
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