Las bellas odaliscas del harem de un rey persa.
Se
podría considerar a Nasereddin
Sah como
a un sátrapa
ilustrado,
dado que se distinguió durante su reinado por permitir la entrada
en Persia de
influencias occidentales. Contuvo el poder del clero, lanzó el
primer periódico del país, introdujo los servicios de telégrafo
y correo
moderno,
hizo construir carreteras y hasta estableció un programa de envío
de becarios a
formarse a Europa.
Fue
además el primer monarca persa de la época moderna que visitó
Europa.
Lo hizo en diferentes ocasiones: en 1873, 1878 y 1889. Durante estos
viajes, se mostró muy asombrado por los avances
tecnológicos e
industriales. Fascinado con las máquinas fotográficas, fue el
primer iraní en ser fotografiado y él mismo, instaló y patrocinó
la fotografía en su país.
Hasta
tal punto llego su devoción por esta moderna técnica que, rompiendo
tabús,
religión y tradiciones se
atrevió a fotografiar a su centenar de esposas. Aquellas
instantáneas, siglo y medio después, nos muestran que, en realidad,
las Mil
y una Noches,
se parecían más de lo que uno podría imaginarse a El
Señor de los Anillos.
Nasereddin, contrató
al franco-armenio Antoin
Sevruguin,
para que fuese el fotógrafo de la corte. Este abriría su taller en
la capital de Persia, Teherán, en
la década de 1870-1880. Allí comenzó a tomar
instantáneas de Nasereddin, sus primos y sirvientes, al tiempo que
enseñaba al monarca el arte de la fotografía.
El rey y el fotógrafo
Un
buen día, a pesar de que el chiismo prohibía
expresamente la reproducción de rostros humanos, el rey (que para
eso llevaba la corona y hacía lo que le daba la gana) se dirigió
con su cámara hacia las mitológicas
estancias del harém,
donde cualquiera esperaría sin duda ser deslumbrado
por la belleza de
las legendarias odaliscas, mujeres cuya única función era dar
placer a su señor.
Placer e hijos, claro. Nos imaginamos que no tuvo que dar muchas explicaciones
a sus esposas. Las mandó posar y empezó a tomarles fotografías.
Las
mujeres del harén
Se
ve que las esposas del monarca posaban relajadas pero seductoras. El
sirviente seguramente fue castrado para mayor tranquilidad de el rey.
De hecho, también el chico podía
ser sodomizado a
voluntad por el ocupante del trono. Según la Wikipedia,
los castrados no eran considerados hombres ni mujeres, al mantener
relaciones íntimas con ellos no
se cometía delito de homosexualidad.
Parece
ser que el bigote estaba
de moda entre los habitantes de palacio.
Las
mujeres debían saber entretener
al rey,
no solo en la cama. Tocar un
instrumento o
saber recitar, era muy apreciado.
Parece
ser que Nasereddin
Sah, en
su tour por Europa a finales del siglo XIX, quedó prendado de
las bailarinas
rusas y
sus vestimentas, por lo que ordenó el uso de las ligeras faldas de
las danzarinas
eslavas a
las féminas de su harén.
No
es que el rey tuviese fijación por meter en su cama a mujeres
cejijuntas.
Según, los eruditos en la materia, la uniceja era un signo
de belleza en
el Irán de la época.
Faldas
abullonadas y velo, pero que la ropa mostrase un poquito. El ombligo,
por ejemplo, como es el caso de esta foto en la que la favorita del
sátrapa, Anis-Al
Doleh,
luce graciosamente reclinada.
Como
decíamos, los cánones
de belleza occidentales
que dominan nuestro presente no tienen nada que ver con los que
primaban aquel entonces en la corte de Teherán. Ni el exceso de peso
ni el vello en la cara eran
un problema. Todo lo contrario.
Las
mujeres que habitaban el harén disfrutaban alguna vez de un
picnic a la luz del sol.
En esta foto (a pesar de que no debía ser nada agradable pasarse el
día tocando un instrumento mientras se esperaba que el monarca
decidiera fotografiarles) se las ve muy relajadas. Claro. No conocían
otra vida, y probablemente en aquella época se
consideraban privilegiadas.
Era
bueno ser rey
Nasereddin
Sah (1831-1896),
murió durante una peregrinación religiosa, asesinado
de un disparo. Se
dice que poco antes de expirar, dijo “Si
sobrevivo, reinaré de otro modo”.
Fuente:
blogs.publico.es. Revisión y Diseño: elcofresito.












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