Las monjas endemoniadas de Loudun, el caso de posesión diabólica colectiva más famoso de la Historia.
Fotograma de la película Los Demonios (1971), dirigida por Ken Russell e inspirada parcialmente en la obra de Huxley
En el verano de 1950, el escritor y filósofo inglés Aldous
Huxley, afincado en Los Ángeles (EEUU), realizó un viaje por Europa en compañía
de su esposa Marie. Uno de los países visitados fue Francia, donde ambos habían
residido en 1948, y aprovecharon para acercarse a una pequeña localidad del
interior, de la región de Poitou-Charentes, llamada Loudun. La intención de
Huxley, era ver -en el sitio- el escenario de un curioso episodio histórico que
pensaba plasmar en, el que a la postre fue, uno de sus libros más exitosos: Los
demonios de Loudun.
Se trata de una narración al detalle del considerado el caso
de posesión diabólica colectiva más famoso de la Historia. España tuvo el suyo
entre 1628 y 1630 en el convento madrileño de San Plácido, mientras que los
británicos también acreditaron otro muy conocido en Salem (en sus colonias
norteamericanas) entre enero de 1692 y mayo de 1693. Entre los dos se situó el
francés, desarrollado a lo largo de seis años que comenzaron en 1632 y
terminaron en 1637. Pero es que en la misma Francia se produjeron los de Aix,
en Provence en 1611 o Louviers en 1647.
Aldous Huxley, en 1954. Foto de dominio público en Wikimedia Commons.
Huxley, no se limitó a contar los hechos sino que ofreció
una explicación racional de lo ocurrido aportando contundentes argumentos de
diversa naturaleza y en la que quedaban al descubierto las miserias morales de
la época: represión sexual, histeria colectiva, fanatismo religioso, falsa
devoción, corrupción del Estado, debilidad de la mente humana e ignorancia
popular, entre otras, aparte de un común denominador que constituía la siempre
incómoda presencia de hugonotes; de hecho, al término de cada proceso, siempre
con ejecuciones, se multiplicaban las conversiones al catolicismo.
El senador Joseph Raymond McCarthy, Foto de dominio público en Wikimedia Commons.
Lo que lleva de nuevo al siglo XX. A nadie se le puede
escapar el contexto. En 1952, año de la publicación del libro, la tristemente
famosa caza de brujas anticomunista del senador estadounidense Joseph McCarthy,
estaba en su apogeo y, de hecho, al año siguiente el dramaturgo Arthur Miller,
seguiría los pasos de Huxley, presentando otra alegoría de la situación del
país, esta vez en forma de una obra de teatro titulada Las brujas de Salem.
Ambas piezas reúnen elementos que no sólo se dieron en aquellos dos casos
históricos sino que se repitieron otras veces en la Historia mostrando uno de
los lados más oscuros del Hombre.
Urbain Grandier. Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
En Loudun, se podría decir que todo empezó en 1617 con la
llegada del sacerdote Urbain Grandier, para hacerse cargo de la parroquia de
St-Pierre du Marché. Grandier, nacido en Bouére, en 1590, era un religioso
singular. De buena familia, educación superior con los jesuitas y un gran
atractivo físico, contrastaba con la achacosa presencia de su nonagenario
predecesor y tenía una preparación intelectual que le llevó, entre otras cosas,
a escribir un estudio contra el celibato clerical por considerarlo un mero
formulismo impuesto e imposible de cumplir. Quizá no era el mejor momento para
escribir algo así, con la Iglesia reformada por los dictados del Concilio de
Trento, que más o menos habían puesto fin a los hasta entonces habituales
escándalos de los papas.
Grandier, no lo publicó, obviamente, pero sí lo puso en
práctica. Su popularidad entre las mujeres le llevó primero a mantener
relaciones con algunas viudas pero, sobre todo, a seducir a Philippa Trincant,
hija del fiscal real, a la que daba clases y a quien dejó embarazada para luego
abandonarla, aunque la paternidad era vox populi. Después le tocó el turno a la
piadosa Madeleine de Brou, cuyo padre era uno de los nobles más acaudalados de
la provincia y de la que se enamoró sinceramente, considerándola su esposa de
manera extraoficial.
Armand Jean du Plessis, cardenal Richelieu, Imagen dominio público en Wikimedia Commons
Pero las andanzas de Grandier, fueron también de otro tipo,
con altercados con varios notables que, junto a esas conquistas y su
comportamiento algo arrogante, le hicieron ganarse muchos enemigos en Loudun.
Por eso en 1629 se le arrestó acusado de inmoralidad en un proceso impulsado
por el ofendido fiscal Trincant. El 3 de marzo de 1630 le declararon culpable
con la pena de abstenerse de sus funciones sacerdotales durante cinco años en
la diócesis de Poitiers y el resto de su vida en la de Loudun. Aquello
significaba su ruina económica, así que apeló al obispo y tiró de todas sus
influencias para presionarle, de manera que finalmente resultó absuelto.
Representación decimonónica de Asmodeo. Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
Parecía que todo había salido bien, habiendo pasado apenas
tres meses encarcelado, pero aún faltaba el capítulo más grotesco y doloso, que
estuvo enraizado en dos situaciones distintas. La primera fue la orden dictada
por el cardenal Richelieu, de demoler la fortaleza de Loudun, a lo que
Grandier, haciéndose eco de la opinión pública, se opuso públicamente porque la
villa quedaría indefensa, ganándose así la animadversión del ministro. La otra
estaba en los enemigos que ya se había forjado tiempo atrás y que se habían
puesto de acuerdo para deshacerse de él como fuera. El escenario para ello fue
el convento de las ursulinas de Loudun, de reciente fundación (1626).
Iglesia de Saint Pierre du Marché, parroquia de Grandier. Foto Papay en Wikimedia Commons.
La madre superiora, Jeanne des Anges (originariamente Jeanne
de Belcel), una mujer joven y de fuerte carácter que había alcanzado el puesto
fingiendo ser templada, ofreció a Grandier, ser confesor de las diecisiete
monjas que formaban la comunidad y que en su mayor parte eran de origen noble.
Presumiblemente, su vocación era tan discutible como la de él y parece probable
que deseara pasar a formar parte del currículum amoroso del párroco. Pero
Grandier, acaso desconfiando o sabiendo que no se la podía jugar de nuevo,
declinó la oferta, que pasó al canónigo Mignon, otro de los que le odiaban
porque en cierta paradójica forma le tenía envidia y además había perdido ante él
un pleito por la propiedad de una parcela colindante de sus respectivas
parroquias.
Mignon, aceptó y aquí es donde surge la duda porque fue él,
junto a su ayudante, el padre Pierre Barré, quien precipitó los
acontecimientos: según unos inducido por el obispo, que deseoso de quitarse de
en medio a un sacerdote tan poco ejemplar como Grandier -y a la vez tan
protegido- le sugirió el plan de convencer a las monjas para que fingieran una
posesión diabólica provocada por el propio párroco; según otros, la cosa partió
de la despechada Jeanne des Anges, al confesarse con Mignon y revelarle sus
fantasías sexuales con Grandier, quien se le aparecía en forma de ángel para
atraerla, extendiendo luego esa dominación a otras hermanas. Éstas, sumisas y
quizá presionadas de alguna forma, confirmaron lo que decía su superiora.
Sea cual fuere la verdadera razón, el caso es que Mignon y
Barré, ayudados por curas de Veniers y Chinon, empezaron a realizar exorcismos
en el convento sin conseguir más que agravar la situación. El panorama era el
que hemos visto tantas veces en el cine: convulsiones violentas, gritos
procaces, insultos, movimientos obscenos, blasfemias… Todo provocado, según
Jeanne, por dos demonios llamados Asmodeo y Zabulón, que habrían entrado en el
cenobio a través de un ramo de rosas que Grandier, arrojó por encima de la
tapia. El aludido, por supuesto, no sólo no aceptó la incriminación sino que
recomendó al alguacil aislar a las ursulinas e impedir que tuvieran contacto
con Mignon y los otros, que eran quienes de verdad estaban volviéndolas locas.
El falso pacto firmado entre el diablo y Grandier. Foto de dominio público en Wikimedia Commons.
Sin embargo no se le hizo caso y los exorcismos continuaron,
como lo hacían las acusaciones contra Grandier. Éste consiguió que el obispo de
Burdeos, amigo suyo, enviase a su médico personal para examinar a las
afectadas. El doctor hizo su trabajo y declaró no encontrar pruebas de la
veracidad de aquel montaje, así que el 21 de marzo de 1633 se dio orden de
detener los exorcismos y recluir a las monjas en sus celdas. Grandier, volvía a
ganar para desesperación de sus enemigos, que finalmente echaron el resto y
acudieron a su última esperanza: el cardenal Richelieu.
Fue Jean de Laubardemont, pariente de Jeanne des Anges y
favorito del cardenal, quien se presentó ante su protector acompañado de un
monje capuchino llamado Tranquille, para informarle de los extraordinarios
sucesos de Loudun y la implicación de Grandier. Si alguna duda tenía Richelieu,
que aún recordaba el desaire sobre la fortaleza, quedó extinguida cuando le
mostraron un pasquín satírico contra él que habría escrito el párroco. Además,
el ministro de Luis XIII tenía una motivación extra porque una de las monjas de
Loudun, la hermana Claire, era de su familia, así que formó una Comisión Real
encabezada por Laubardemont, que debía desplazarse hasta allí, investigar el
caso y arrestar a Grandier por hechicería.
Así, se procedió otra vez a exorcizar a las monjas de la
mano de Tranquille y un franciscano llamado Lactance. Lo más curioso de esta
etapa fue que los exorcismos se llevaron a cabo públicamente y cada día
asistían miles de personas como si de un espectáculo se tratase. Eso no le vino
bien a Grandier, que se ganó la animadversión de la gente cuando a las acusaciones
de las monjas se añadieron sus aventuras sexuales con las vecinas de la
localidad. Oportunamente, Jeanne des Anges, desveló que había un tercer
demonio, Isaacaron, cuyas especialidades eran la depravación y el desenfreno.
La tortura de Grandier. Imagen Pinterest.
En realidad se puede decir en un juego de palabras que los
demonios implicados eran legión, pues aparte de los citados las ursulinas
dieron los nombres de Astaroth, Gresil, Amand, Leviatán, Behemoth, Beherie,
Easas, Celsus, Acaos, Cedón, Neftalí, Cham, Ureil y Achas. La bola iba
creciendo cada vez más y Grandier, viendo lo que se le venía encima, se ofreció
a exorcizar él mismo a las monjas. Lo que pretendía realmente era dejarlas en
evidencia, para lo cual se dirigió a ellas en griego, pues un signo de posesión
diabólica era hablar lenguas desconocidas; pero seguramente se había previsto
algo así y le respondieron que el pacto con el Maligno implicaba no usar ese
idioma, al igual que prohibía otra manifestación típica como levitar.
En cambio, el padre Gault, obtuvo del demonio Asmodeo, la
confesión de que había alcanzado un acuerdo con Grandier, quien firmó con su
propia sangre el documento. Y en un golpe de efecto, mostró el papel a todos.
Siglos después se demostró que la letra era de la superiora pero entonces fue
el clavo que remachó el ataúd del párroco junto con el descubrimiento y
divulgación de aquel tratado contra el celibato: el 7 de diciembre de 1733 le
encerraron en el Castillo de Angers, para torturarle y obtener la confesión. Le
afeitaron el cuerpo en busca de marcas diabólicas y se anunció su hallazgo,
acallando las protestas del médico y el boticario que aseguraban que no habían
visto ninguna.
La ejecución de Grandier en una ilustración de la época.
La cosa había ido demasiado lejos y alguna monja se echó
atrás en sus acusaciones, incluyendo a la propia Jeanne de Anges, que acudió al
juicio con una soga al cuello advirtiendo de que se ahorcaría si no se
escuchaba su retractación. Pero se dijo que era una argucia del Diablo para
salvar a su acólito y el proceso continuó con la amenaza de arrestar y embargar
a cualquiera que testificase a favor de Grandier. De esta forma, hubo setenta y
dos testimonios en contra del acusado sin nadie que le defendiera, y el juicio
se celebró en Loudun en vez de en París, contraviniendo la legislación, a lo
largo de un año. El 18 de agosto de 1634 se dictó sentencia: culpable de todos
los cargos, Grandier sería quemado en la hoguera y sus bienes confiscados.
Antes se le sometió al tormento de la bota, en el que se
introducían las piernas entre tablas y éstas se iban apretando progresivamente
mediante la introducción, a golpe de mazo, de cuñas de madera hasta romper los
huesos; los de Grandier quedaron triturados porque le aplicaron dieciocho
cuñas, pero resistió tenazmente sin confesar. Ya en la pira, a donde hubo que
llevarle en brazos por no poder caminar, le impidieron también hacer una última
declaración pública, a la que tenía derecho, arrojándole agua bendita cuando
abría la boca o golpeándole con un crucifijo. Tampoco se cumplió el
estrangulamiento previo previsto, ya que el padre Lactance, arrastrado por el
frenesí general, prendió fuego a la leña y ya no se pudo apagar. Tras su
espantosa agonía, las cenizas fueron esparcidas a los cuatro puntos cardinales
mientras el populacho se abalanzaba sobre el patíbulo intentando conseguir algún
diente o trozo menos quemado como amuleto.
Sorprendentemente, varios de los exorcistas (Lactance,
Tranquille…) fueron muriendo uno tras otro en los meses siguientes, a la par
que las posesiones y los exorcismos continuaban de la mano del jesuita
Jean-Joseph Surin; había llegado para desmentir aquello pero se zambulló con
tanta intensidad en la situación que terminó asumiéndola de lleno y creyéndola.
Se centró en curar a Jeanne, tratando de expulsar de su cuerpo a Isaacaron, que
le había provocado incluso un embarazo ectópico, con el curioso método de
intercambiarse por ella, haciendo que el demonio le poseyera a él. Fascinada
por el sacerdote, la monja quedó libre.
Entonces Jeanne de Anges, declaró haber tenido una visión
por la que una peregrinación a Annecy (Saboya) para rezar ante la tumba de San
Francisco de Sales, pondría punto final a todo aquello; se accedió a ello y en
efecto, las ursulinas quedaron libres de demonios. Era 1637 y al año siguiente
la superiora visitó a Richelieu, e incluso al mismísimo Luis XIII; toda la
corte quería conocerla y quedarse con trozos de su ropa a manera de reliquia.
Fallecería en 1665 tras una existencia posterior virtuosa; su cabeza momificada
se exhibió mucho tiempo junto a una pintura sobre la expulsión del demonio
Behemoth, pero en 1772 el convento fue clausurado y nunca más se supo de esos
objetos.
Fuentes: The devils of Loudun (Aldous Huxley)/La Iglesia y
sus demonios (Carmen Porter)/Case of witchcraft. The trial of Urbain Grandier
(Robert Rapley)/Urbain Grandier (Alexander Dumas)/The possession at Loudun
(Michel de Certeau)/Wikipedia. Jorge Alvarez, LBV Magazine Cultural
Independiente. Revisión y Diseño: elcofresito.
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