Arquímedes y sus espejos, un dolor de cabeza para los romanos.
Las sociedades avanzan lento, paso a paso, aprendiendo de
los errores del pasado y generando conocimiento que se edifica generación tras
generación, como un inmenso muro en el que cada persona va poniendo un
ladrillo.
Pero existen algunos que parecen ir siglos, milenios por
delante de sus coetáneos. Personajes con mentes verdaderamente brillantes que
fueron capaces de imaginar cosas imposibles. Leonardo Da Vinci es seguramente
el más reconocido de ellos, pero no es el único.
Arquímedes es el más importante de estos sujetos en la
antigüedad. Sin ir más lejos, inventó el cálculo casi dos milenios antes que
Newton y Leibniz, una magnífica creación que llegó demasiado pronto y sería
olvidada por carecer de aplicaciones prácticas. Además de ello creó innumerables
artilugios mecánicos, algunos de los cuales (como el tornillo de Arquímedes)
serían exitosamente apropiados por la civilización mediterránea.
El asedio a Siracusa
Arquímedes era nativo de Siracusa, una ciudad griega ubicada
en la isla de Sicilia, al sur de Italia. Durante la Segunda Guerra Púnica (que
enfrentó a Cartago con Roma) Siracusa, se alió con los cartagineses, confiada
en que por fin detendrían a la potencia regional cada vez más peligrosa que era
Roma.
Sin embargo, las cosas no salieron como lo pensado y en el
año 214 a.C. tropas romanas desembarcaron en Sicilia para tomar la ciudad. Pese
a sus esfuerzos y sus poderosas legiones, las tropas fueron incapaces de
penetrar las murallas. Y la principal razón tenía un nombre: Arquímedes.
Apenas comenzó la guerra, el sabio se puso a trabajar. Creó
ingeniosos artefactos, potentes catapultas que destruían los barcos romanos y
grandes artilugios que disparaban proyectiles a sus formaciones, minando sus
fuerzas y su moral. Por dos años consecutivos los romanos se estrellaron contra
las murallas, incapaces de vencer al magnífico genio de Siracusa.
Los Espejos
Pero sin lugar a dudas la más magnífica de las hazañas de
Arquímedes, no fueron sus poleas, sino el espectacular ataque que realizó
contra la flota romana.
Lamentablemente las fuentes que existen no nos cuentan
exactamente qué sucedió. Sabemos que la flota iba camino a la ciudad, presta a
conquistarla de una vez y para siempre… cuando de pronto los barcos comenzaron
a arder.
Nadie entendía que sucedía. El caos llenó la tripulación,
que comenzó a saltar al océano. Para quienes llevaban una armadura, claro, esto
significó una muerte casi inmediata. Aquel día, Arquímedes ganó una fama casi
de hechicero.
Pero no fue magia lo que usó. Fueron espejos (o quizás
lentes, no se sabe con seguridad). Se cree que el sabio ubicó una serie de
espejos en las costas de la isla apuntando a las velas de las embarcaciones y
quemándolas rápidamente, lo que llevó a incendios generalizados y a la
destrucción de la flota. Esto daría un respiro importante a Siracusa y
permitiría organizar la ofensiva.
La caída de la ciudad
Los siracusanos se volvieron demasiado confiados y
permitieron que un pequeño escuadrón romano ingresara oculto durante las
celebraciones a la diosa Artemisa. Como en Troya, los hombres abrieron las
puertas y el resto, bueno, es historia.
El comandante romano, Marco Claudio Marcelo, respetaba
profundamente al sabio (a la sazón con 78 años) y ordenó a sus hombres que no
le hicieran daño, pero en una trifulca Arquímedes terminó atravesado por una
lanza romana. Y así cerró su historia.
Elaboración y Diseño: elcofresito.
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