El ocaso de los Zares de Rusia, los Romanov.
A principios del siglo XX, Rusia, vivía anclada en el
pasado, representada por la dinastía Romanov, una situación insostenible que
propició el germen de la revolución.
En la segunda mitad del siglo XIX, el Imperio ruso
amplió sus fronteras en una expansión territorial que parecía imparable. Sin
embargo, esta expansión no fue acorde a un parejo desarrollo social y económico
del país, que permanecía anclado a estructuras más próximas a la Edad Media que
a los nuevos tiempos que comenzaban a vivirse en el resto de Europa.
Expansión territorial del Imperio ruso
A pesar del inmovilismo imperante, se produjeron
algunos gestos que hicieron albergar ciertas esperanzas de cambio. En 1861, el
zar Alejandro II, firmó un edicto que suprimía la figura de la servidumbre que,
desde tiempos inmemoriales, había mantenido a los campesinos sometidos a los
grandes señores, propietarios de inmensos latifundios. La nueva legislación
abolió el derecho de propiedad que los antiguos amos habían ejercido sobre las vidas
y haciendas de los mujiks, los campesinos apegados a la tierra desde hacía
generaciones. Sin embargo, bajo la apariencia de la libertad recién alcanzada
pervivieron los viejos problemas de siempre.
Un simple mujik.
Los lazos jurídicos que los ataban al señor desaparecieron,
permitiendo su libertad de movimientos pero generando a su vez una gran masa de
mano de obra ociosa a la que, para sobrevivir, no le quedó más remedio que
aceptar duros trabajos en la industria a cambio de sueldos de miseria. A los
que optaron por permanecer en la tierra que siempre habían trabajado con sus
propias manos, el reparto de parcelas organizado por el gobierno les quedó
corto. Los terrenos que les correspondieron no sirvieron para cubrir las
necesidades básicas de una economía de subsistencia. Los grandes señores
tampoco se mostraron satisfechos con la nueva situación: habían perdido una
sometida mano de obra esclava y las indemnizaciones otorgadas por el gobierno
fueron consideradas insuficientes.
Campesinos mujiks, en sus parcelas.
Las reformas introducidas por Alejandro II, abarcaron
otros ámbitos, creándose dumas (parlamentos) municipales que en teoría debían
servir para escuchar los problemas de los campesinos y aportar soluciones, pero
que en la práctica fueron controladas por los antiguos señores, que las
utilizaron para seguir ejerciendo de caciques que imponían su voluntad en un
sistema paternalista de abusos.
La frustración ante las promesas incumplidas acabó
generando un clima contestatario que puso en grave peligro el sistema
autocrático, en cuya cúspide se encontraba la figura del zar. La creciente
oposición halló un clima propicio en las clases menos favorecidas y en la
burguesía creciente de las ciudades, sectores de la población que hicieron oír
sus voces reclamando la cuota de poder que les correspondía.
Reclamo popular
Desigualdad insostenible
Lejos de escuchar estas justas demandas, Alejandro II y
sus sucesores –Alejandro III y Nicolás II– las ignoraron y buscaron el apoyo de
los nobles y los grandes terratenientes, las fuerzas más reaccionarias de la anquilosada
sociedad rusa. Al mismo tiempo, se recurrió de nuevo al uso de los viejos
métodos represivos para sofocar cualquier tentativa subversiva. En este
contexto, la proclamada independencia de los jueces era una falacia, la censura
de los medios de comunicación reforzó sus controles y las universidades estaban
infiltradas de agentes y confidentes de la temida Ojrana, la policía política
del régimen zarista.
OJRANA, la Policía Secreta de los Zares.
En el campo, la situación distaba mucho de haber
mejorado. Las tímidas reformas introdujeron algunas técnicas modernas de
explotación para lograr mejores cosechas, pero no se consiguió acabar con las
hambrunas cíclicas que asolaban el medio agrario ruso. El sector industrial
tampoco alcanzó un despegue definitivo y adolecía de graves defectos. Por un
lado, un alto porcentaje de las grandes empresas y los bancos estaban
controlados por capital extranjero, mientras que las fábricas se concentraban
en zonas muy concretas del país, especialmente en los alrededores de San
Petersburgo y Moscú y, en la región del Bajo Don, en Ucrania y en Bakú,
mientras el resto del país seguía siendo eminentemente rural.
Lenin
Líderes de la revolución rusa: Stalin, Lenin y Trotsky
Fuente: José Luis Hernández Garvi, Muy Historia.
Revisión y Diseño: elcofresito.
Se tendria que haber dejado la antigua legislacion.
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