La historia de Han van Meegeren, el falsificador que confesó para no ser acusado de colaboracionismo nazi.
Han van Meegeren, en su estudio en 1946. Foto Koos Raucamp en Wikimedia Commons.
Como es sabido, en 1907 Adolf Hitler, fue rechazado en
las pruebas de acceso a la Academia de Bellas Artes de Viena, recibiendo el
bienintencionado consejo, aunque algo humillante, del director de probar con la
arquitectura. Como sabemos, el futuro de aquel joven artista fracasado iría por
otros derroteros, lo que nos lleva a pensar en cómo a veces la frustración
puede dar un giro a la vida de una persona.
Años después hubo un episodio que guardó ciertas
similitudes con el del austriaco, aunque no fue tan radical, y en el que un
pintor destrozado por la crítica, decidió dedicarse a la falsificación de
clásicos, convirtiéndose en un maestro de la impostura: Ese era Han van
Meegeren.
Acuarela de Adolf Hitler. Imagen dominio público en Wikimedia Commons
El caso de Van Meegeren, no es exactamente igual
porque, al contrario que Hitler, sí fue admitido en una prestigiosa institución
y además destacó como alumno, hasta el punto de recibir premios y distinciones,
iniciando una carrera profesional que en un primer momento incluso resultó
exitosa, haciéndole ganar dinero y prestigio. Sería después cuando tropezó con
el muro de una crítica implacable y no supo sobrellevarlo, a pesar de que no le
faltaba determinación, como había demostrado al enfrentarse a la voluntad de su
padre para que estudiara precisamente arquitectura.
Había nacido en Deventer (Países Bajos) en 1889 y Han,
no era sino el diminutivo de su nombre completo, Henricus Antonius. Tenía cinco
hermanos y era hijo de padres católicos, un profesor de Historia llamado
Hendrikus Johannes, casado con Augusta Louisa Henrietta Camps, cuya relación
con él siempre fue degradante, burlándose constantemente de sus aptitudes y
despreciándole. El pequeño Han, sólo encontró comprensión en un profesor
llamado Bartus Korteling, que además era pintor y le infundió amor al arte,
proporcionándole así la única motivación de su vida.
La sede del club de remo diseñada por Van Meegeren. Foto: Frederik H. Kreuger en Wikimedia Commons
Por supuesto, el padre se negó rotundamente a
permitirle hacer una carrera artística, por lo que Han, terminó ingresando en
la Technische Hogeschool de la ciudad de Delft. Allí se dio una conjunción de
factores que determinaron su futuro. En primer lugar, los estudios de
arquitectura incluían dibujo y pintura, que fueron las materias que realmente
le atrajeron. Asimismo, Delft, era la localidad natal del famoso maestro
Johannes Vermeer, el artista favorito de su antiguo profesor Korteling y del
que le había enseñado su técnica. Por último, su poco interés por la
arquitectura -aunque terminó la carrera e incluso su club de remo le encargó el
diseño de la nueva sede, recibiendo además la Medalla de Oro por el estudio de
interiores de una iglesia de Róterdam- le hicieron decidirse definitivamente
por las artes plásticas.
La lechera, de Vermeer, el artista más imitado por Van Meegeren. Imagen dominio público en Wikimedia Commons
Así, haciendo caso omiso a su padre, en 1913 entró en
la Real Academia de Artes de La Haya, diplomándose al verano siguiente, lo que
le habilitaba para dar clases como asistente de profesor. El paso por la
institución le dio también satisfacciones en el plano afectivo, pues allí
conoció a una alumna con la que se casó, Anna de Voogt, que le dio varios
hijos. Han, alternó la enseñanza con la realización de carteles, ilustraciones,
postales navideñas y otras creaciones que en 1917 le permitieron presentar su
primera exposición particular. De esta forma cumplió su sueño de convertirse en
pintor profesional y además bien valorado, pues, en 1919 hasta le admitieron en
la exclusiva Haagse Kunstkring, una sociedad de artistas.
Cantantes callejeros en París, una de las obras originales de Van Meegeren, 1928. Imagen Pinterest
Consumado autor de bodegones y apreciado retratista,
acumulaba encargos y viajaba por toda Europa consiguiendo clientes que le
granjearon prestigio y honorarios a partes iguales. Todo parecía dispuesto para
su consagración entre los grandes en 1922 con la segunda exposición que iba a
realizar, centrada en pinturas de temática religiosa… y entonces todo se fue al
traste. La crítica se cebó con el trabajo de Han, al que consideró desfasado
temática y técnicamente en una época en la que lo que se llevaba eran las
vanguardias. Le reprocharon ser un mero imitador del arte renacentista carente
de originalidad y, aunque los cuadros tuvieron compradores sin problemas, él se
empeñó en descalificar a los críticos en una serie de artículos que le
supusieron la animadversión total e irreversible por parte de éstos.
La cena de Emaús, una de las falsificaciones más célebres de Van Meegeren. Imagen: Fair use en Wikimedia Commons
La situación le debió hundir moralmente porque
coincidió con su divorcio y la consiguiente separación de sus hijos, ya que
Anna se trasladó a París, y ello le llevó a una etapa de adicciones y vida
desenfrenada en la que el dispendio de dinero le hacía estar siempre necesitado
de ingresos. Pese a que se casó de nuevo en 1928 con Johanna Theresia
Oerlemans, una actriz cuyo alcoholismo sería una constante fuente de problemas
entre ambos, decidió dar el paso que iba a caracterizar el resto de su vida:
empezar a hacer falsificaciones. Se había iniciado en ese mundillo en 1920, a
raíz del contacto con un pintor llamado Theo van Wijngaarden que, a su vez, había
aprendido de Leo Nardus, un famoso falsificador. Wijngaarden, no sólo pintaba
imitaciones sino que había montado una red de distribución internacional y dado
que Han, era un auténtico experto en la técnica de los clásicos -y además
superior a él artísticamente- le reclutó para su negocio.
Cristo con la adúltera. Imagen Phaidon.
Así fue cómo Han, se dedicó a reproducir obras de,
entre otros, Frans Hals y Vermeer, acaso recordando las lecciones que de niño
le había dado Bartus Korteling, aquel profesor que despreciaba las tendencias
contemporáneas y había echado el ancla en el Siglo de Oro neerlandés. Han,
estudió a fondo no sólo la técnica de los grandes pintores de la historia sino
también sus vidas y procedimientos. Usaba lienzos del siglo XVII, fabricaba los
colores con fórmulas de la época, empleaba pinceles con el mismo tipo de pelo y
envejecía las pinturas con tratamientos químicos, calentándolas después en
hornos y enrollándolas para que aparecieran grietas, que luego rellenaba con
tinta china.
Metido de lleno en su nueva vocación, amplió la nómina de artistas al imitar a Pieter de Hooch, Gerard ter Borch o Dick van Baburen, si bien su favorito siguió siendo Vermeer. Los cuadros se vendieron bien y algunos de ellos están en importantes museos e instituciones como el Boymans Van Beuningen de Róterdam o la Pinacoteca de Brera, lo que le supuso ganar una fortuna aparte de los emolumentos que ingresaba por las obras normales, con su firma. Curiosamente, sería una de sus ventas más inauditas la que llevó a desenmascararle.
Jesús entre los doctores. Imagen: Han Van Meegeren.
Se trata del Cristo con la adúltera, un falso Vermeer
que en 1942, durante la invasión alemana de Holanda, le vendió nada más y nada
menos que al jerarca nazi Hermann Göring, por más de un millón y medio de
florines. Tres años más tarde este cuadro fue encontrado por los aliados en una
mina de Austria junto a miles de obras de arte que los nazis habían ocultado
allí. Las investigaciones posteriores llevaron hasta Han en pocos días y fue
detenido, acusado tanto de colaboracionismo y expolio del patrimonio neerlandés;
es decir, se pensaba que la pieza era un Vermeer auténtico.
Ante el mal cariz que tomaban las cosas, el pintor
informó de que era una falsificación y confesó sus actividades. Como la
comprobación de los hechos llevaba tiempo, él mismo pintó una obra públicamente
para demostrarlo: Jesús entre los doctores. Resultó convincente y a principios
de 1946 fue liberado pendiente de juicio. El proceso se abrió en otoño del año
siguiente y como la comisión internacional de expertos corroboró que, en
efecto, era una imitación de Vermeer, y que Han van Meegeren, había falsificado
otras piezas, se sustituyó la acusación inicial por las de fraude y estafa. “Mi
triunfo como falsificador fue mi derrota como artista creativo” dijo
compungido. Declarado culpable, se le condenó a un año de prisión pero a los
pocos días sufrió un doble ataque al corazón y falleció sin que siquiera diese
tiempo a apelar la sentencia.
Su viuda fue exculpada por el propio Han, pero el
patrimonio restante de éste -llegó a tener más de sesenta inmuebles- se subastó
para indemnizar a los estafados, algunos de los cuales demandarían a los
asesores a los que habían confiado la autentificación de las pinturas antes de
comprarlas. Es curioso señalar que hubo cuadros que se vendieron por miles de dólares,
aún a sabiendas de su falsedad, mientras los museos sometían a sus cuadros de
Vermeer a análisis químicos para determinar si eran verdaderos o no. Se
identificaron dieciocho y hay algunas más dudosas por culpa de su hijo Jacques,
que también se dedicó al arte ilegal pintando cuadros que firmaba con el nombre
de su padre, enredando aún más la madeja; paradójicamente le desacreditaba, ya
que no tenía su talento.
Fuentes: The man who made Vermeers. Unvarnishing the
legend of master forger Han van Meegeren (Jonathan López)/The deception. The
life of the master forger Han van Meegeren (Frederik Hendrik Kreuger)/Forged.
Why fakes are the great art of our age (Jonathon Keats)/Art forgery. The
History of a modern obsession (Thierry Lenain)/Wikipedia. Jorge Álvarez,
LaBrujaVerde. Fotografías de dominio público. Revisión y Diseño: elcofresito.
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