El soñador que encontró la ciudad de Troya: Heinrich Schliemann y su extraña vida.


Heinrich Schliemann, quizá sea el explorador aficionado más importante de la historia.

Heinrich Schliemann, fue un ambicioso millonario alemán que tuvo el sueño desde su niñez de descubrir la mítica ciudad de Troya. Y lo hizo realidad. Este hombre de origen humilde se había hecho solo. Nació en 1822, se quedó sin madre a los nueve años, creció entre campesinos supersticiosos y aun así, se convirtió en un hombre acaudalado que llegó a amasar hasta cuatro fortunas. Schliemann, no tenía una educación formal, aunque era un abnegado lector y un poliglota que dominaba 18 idiomas. Su mayor logro fue demostrar a los escépticos de su época que la guerra narrada en La Ilíada y la antigua ciudad homérica de hecho sí existieron en la antigüedad.

Su padre, quien era párroco en Ankershagen (aldea de nacimiento de Schliemann), le narraba al pequeño Heinrich, las historias de La Ilíada. Desde muy temprana edad el niño visualizaba en su mente las batallas en las que se debatían Aquiles, Héctor, Agamenón, Ajax y los dioses griegos. A los siete años Heinrich, recibió de su padre como regalo una historia universal ilustrada, con la que profundizó los conocimientos de la antigua Grecia. Durante su edad adulta, era tanto su amor por el mundo helénico que era capaz de recitar de memoria todo el poema de Homero, como los Aedas, de los tiempos heroicos.

Schliemann, fue un multimillonario, quien obtuvo su fortuna tras una serie de trágicos e insólitos sucesos, que él consideraba parte de su destino. A los 14 años su padre lo separó del amor de su vida, Minna, para convertirse en aprendiz de tendero. Se había transformado en adulto cuando, en un esfuerzo por cargar un cajón con verduras, tosió una copiosa cantidad de sangre. Esto lo llevó a renunciar a su vida en el almacén y dirigirse a Hamburgo, para estudiar contabilidad. Ahí se gastó hasta el último chelín ahorrado. En 1840 decidió trabajar como oficinista traductor para un inversionista colombiano. Sus opciones eran cortas: morirse de hambre en Europa o probar suerte en Suramérica. Estaba convencido de que al otro lado del océano le aguardaban grandes riquezas, por lo que vendió su reloj y abordó el buque Dorothea, rumbo a Venezuela. Una feroz tormenta lo hizo naufragar desnudo y el viento lo llevó a las costas de Holanda, donde fue rescatado junto a otros 13 sobrevivientes, Schliemann, salvó su vida aferrado a un tonel. Curiosamente de todo el cargamento del barco sólo se salvó su equipaje, con sus pertenencias y documentos. En Ámsterdam, consiguió un empleo de contador que a la postre, y dado su hábito disciplinario de trabajo, lo convertiría un par de décadas después en un próspero hombre de negocios.

La muerte de Héctor de Peter Paul Rubens, 1630-1635.

Con mucho dinero en los bolsillos Schliemann, concentró su tiempo libre en educarse y en afinar su maravillosa memoria. En menos de un año dominó idiomas como el holandés, inglés, francés, italiano, portugués y español. Estas habilidades le garantizaron un empleo en una firma de exportaciones e importaciones. A los 25 años, luego de aprender el ruso, fue nombrado representante en jefe de una compañía en San Petersburgo, lo que multiplicó su naciente riqueza.

La confianza al lograr excesivas cantidades de dinero lo motivó a escribirle al padre de Minna, para pedirla en matrimonio, pero éste, lamentablemente le respondió que ya había convenido compromiso con un granjero de su aldea de nacimiento. Schliemann, quedó devastado por la noticia, pero su determinación vocacional era indetenible. Era un hombre inquieto y en su ascendente carrera al éxito empresarial navegó hasta Estados Unidos, para participar de las inversiones de la naciente fiebre del oro de California. Viajó hasta Nueva York y luego a Panamá, en mula, y ahí conoció los peligros de las enfermedades, los cocodrilos, los ladrones y asesinos. En San Francisco, amasó una ganancia de 400 mil dólares al abrir un negocio de polvo de oro, no sin antes contraer un doble acceso por fiebre amarilla y ser atrapado por un catastrófico incendio. Ambos eventos lo tuvieron bordeando nuevamente la muerte. Schliemann, decidió regresar a Rusia, no sin antes atravesar nuevamente el Istmo de Panamá. Durante la travesía sus guías huyeron y Schliemann, incluso comió iguanas crudas para no morir de hambre. Algunos de sus acompañantes sucumbieron ante la disentería o la fiebre. Perdidos y hambrientos, el grupo se volvió un verdadero peligro para Schliemann, quien además tenía una pierna gangrenada y no conciliaba el sueño al tener que dormir con un cuchillo y un revolver para vigilar sus lingotes de oro y sus cheques bancarios. Sin embargo, saldría airoso de la experiencia.

Ya en San Petersburgo, contrajo matrimonio con la aristócrata rusa Ekaterina Lishin. A pesar de que tuvieron tres hijos, esta mujer lo menospreciaba profundamente, por lo que sus 17 años de matrimonio por poco lo vuelven loco. En Rusia, disfrutó de una nueva fortuna, gracias al comercio del añil. En ese país se dedicó a estudiar el griego, un idioma que amaba desde pequeño. Superó la crisis económica de 1857 y compensó sus penas maritales al viajar a Grecia, Egipto, India, Palestina, China y Japón. Cuando supo que en Estados Unidos se aprobaría una ley de divorcio, vio una solución a su casamiento. Por eso se radicó en Indianápolis, comenzó un negocio de almidón y se hizo ciudadano al cabo de un año.

Comienza su pasión por la arqueología

En 1868 viaja a Ítaca, donde La Odisea de Homero señala la patria y el destino de Ulises. Schliemann, estaba fascinado con practicar su gran pasión: la arqueología. En Ítaca, esperaba hallar el palacio del héroe griego. Sus conclusiones fueron rechazadas por los arqueólogos profesionales de la época, pero su próximo proyecto era aún más ambicioso: encontrar la perdida Troya.

Schliemann, sentado en Lion Gate, Micenas, en 1876.

Schliemann, fue un gran admirador de Ernst Curtius, considerado un verdadero pontífice de la arqueología. Curtius, además era historiador y dirigió excavaciones en Olimpia. Fue uno de los primeros hombres de ciencia con los cuales Schliemann, confrontó sus primeras indagaciones en el hallazgo de Troya. Curtius, lo recibió amablemente en una entrevista, pero lo creyó un loco, pues según él siempre los sucesos relatados por Homero, sólo eran una epopeya basada en un mito.

El soñador alemán situó sus primeras investigaciones cerca de las colinas de Hisarlik, que se encontraban en la región de Burnarbashi, en la actual Turquía. En turco Hisarlik, significa “lugar de la fortaleza”, interesante analogía sobre todo si se trataba de ubicar el palacio del rey Príamo, un lugar inexpugnable y que defendía la ciudad de Troya, conocida también como Ilión. El primero en hacer excavaciones en esta localidad fue el inglés Frank Calvert, otro arqueólogo aficionado, quien pronto sería eclipsado por Schliemann.

Aspecto de Troya VI, considerada por los arqueólogos como la Troya del Rey Príamo.

Luego de sus primeros pasos como arqueólogo, Schliemann, al fin pudo separarse de su esposa. Había perdido además a su hija Natalia, de apenas 10 años de edad. Después de estos desconcertantes hechos el millonario alemán decidió que quería tener una esposa griega y la encontró en una joven de 17 años llamada Sofía Engastromenos, la humilde hija de un pañero. Sofía, era muy inteligente, pero le había confesado a Schliemann, que sus padres la casaban con él porque era un millonario. La confesión le rompió el corazón, pero el tiempo se encargó de que esta unión fuera fuerte, cálida y duradera.

Las primeras excavaciones en Hisarlik fueron decepcionantes. A esto se le sumó que los dueños de la propiedad lo expulsaron y el Gobierno turco, a cargo de Ahmed Pasha, le negó la autorización oficial para continuar con sus exploraciones. Aun así, en los años siguientes exploró la colina turca sin los permisos correspondientes, con trabajadores griegos que frecuentemente se rebelaban en protesta por sus pagos, con la amenaza permanente de la malaria y con un Schliemann, que sufría múltiples dolores y estados febriles que sólo eran detenidos por el uso permanente de la quinina. Sus hallazgos en Hisarlik, fueron deprimentes: sólo encontró conchillas, piedras y terrones de arcilla.

La frustración era parte del día a día. Schliemann, había invertido más de 60 mil francos en su empresa en Hisarlik, toda una fortuna para la época, pero la historia estaría pronto lista para da un giro. Poco a poco sus excavaciones empezaron a desenterrar bloques de mármol con inscripciones y antiguos objetos de uso rudimentario. Sin embargo, no sería fácil. Los intensos fríos de Hisarlik, se transformaron en lluvias torrenciales que dificultaban toda excavación. En marzo de 1873 la compañía exploratoria sufrió un horroroso incendio que casi hace perder los planos, libros, ensayos y antigüedades que Schliemann, había acumulado durante años. El alemán se preguntó muchas veces si los dioses estaban de su parte en la titánica empresa.

Sofía Schliemann, con las joyas del Tesoro de Príamo.

Cosechó los frutos de su insistente personalidad en 1873, año en el que Schilemann, encontró un tesoro de más de 10 mil piezas de oro que, supuso, perteneció a Príamo, el mítico rey de Troya. Fue el mayor hallazgo arqueológico del siglo XIX. Mientras ponía diademas de oro en la cabeza de Sofía, Schliemann, exclamó: “El adorno usado por Helena de Troya, ahora engalana a mi propia esposa”. Apenas pudo eludir a los guardias y oficiales turcos, llevó dicho tesoro a tierras griegas para ocultarlo en las granjas de los parientes de su esposa. El Gobierno turco estaba enfurecido y elevó reclamos ante las cortes griegas. Los escépticos señalaron que este tesoro fue reunido en diferentes niveles de excavación o que Schliemann, lo recopiló de diferentes mercados de antigüedades. El “Tesoro de Príamo”, como se le conoció, fue donado posteriormente a un museo de Berlín, pero se encuentra perdido desde la Segunda Guerra Mundial.

Máscara de Agamenón, otro tesoro encontrado por Schliemann, en Micenas, en 1876.

A pesar de que los expertos discutían sus hallazgos, el soñador alemán era celebrado en toda Europa. A pesar de su éxito, murió solo el 26 de diciembre de 1890. Un infarto lo hizo desplomarse en una plaza pública en Nápoles. Al no portar sus documentos ni llevar dinero, el hospital lo rechazó como un verdadero indigente. Cuando su médico personal lo halló, Schliemann, estaba paralizado y sin habla. Luego de descubrir el polémico Tesoro de Príamo, fue sindicado por la historia y la arqueología moderna como el descubridor de Troya. Heinrich Schliemann, hizo posible la mayoría de sus sueños, alcanzó la fama en vida y en la muerte, amasó una extensa riqueza y encontró el amor en una mujer notable que le dio dos hermosos hijos: Andrómaca y Agamenón.

Fuentes: Historia mundial myth Arqueología. Daniel Lobos Jeria, Cutura Colectiva. Revisión y Diseño: elcofresito.

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