Grigori Rasputín: La leyenda del monje loco.
A más de un siglo de su
asesinato, la vida y misterios del hombre que ejerció un hipnótico poder sobre
la familia real rusa.
“Presiento que he de
perder la vida antes del 1 de enero. Quiero dar a conocer al pueblo ruso, al
padre [el zar Nicolás II], a la madre [la zarina] y a los niños aquello que
deben entender. Si he de morir por la mano de asesinos comunes, especialmente
por mis hermanos —los campesinos—, entonces tú, zar de Rusia, no has de temer
por tus hijos, pues ellos reinarán por cientos de años. Pero si soy asesinado
por nobles y aristócratas, sus manos quedarán manchadas con mi sangre durante
25 años, y se verán obligados a marchar al exilio. Los hermanos matarán a sus
hermanos, las personas asesinarán y se odiarán unas a otras. Por 25 años no
habrá paz alguna en el país. Zar de las tierras rusas, si has de oír el sonido
de la campana que anuncie la muerte de Grigori, debes saber esto: si son tus
allegados los responsables de mi muerte, entonces ninguno de tus hijos
permanecerá vivo por más de dos años.
Y si viven, rogarán a Dios
la muerte, pues verán la desgracia de Rusia: plagas, pobreza, iglesias
destruidas y santuarios profanados cubiertos de cadáveres. Tres veces, por los
próximos 25 años, el pueblo, la fe ortodoxa y la tierra rusa serán destruidos. Yo
he de morir. No estoy más entre los vivos. Reza, reza, sé fuerte y piensa en tu
familia bendita.”
Grigori Rasputín
Un manuscrito de Rasputín.
Aunque el manuscrito de
aquella carta, firmada con el puño y letra del propio Rasputín, nunca fue hallado,
muchos investigadores insisten en su autenticidad y es citado en biografías y
documentales. Algunos creen descubrir en ella una macabra prueba de los poderes
sobrenaturales atribuidos al monje loco; otros, más escépticos, opinan que se
trata de una astuta artimaña utilizada para cubrirse las espaldas ante un
posible atentado contra su vida —ya a principios de ese mismo año, el ex
ministro del Interior, Alexei Jvostov, había intentado asesinarlo—. Pero lo
cierto es que, en efecto, el mismo día de Año Nuevo de 1916 —según el
calendario gregoriano que es el que utilizamos actualmente—, el cuerpo
semidesnudo y maniatado de Grigori Yefímovich Rasputín (1869–1916), el
campesino siberiano que llegó a ocupar un lugar prominente en la corte imperial
rusa, fue encontrado flotando en las aguas congeladas del río Nevka, a 140
metros del puente Petrovsky. Según la autopsia practicada esa misma noche por
el experto forense Dmitri Kosorotov —cuyo reporte oficial permanece extraviado
hasta el día de hoy—, el cadáver maltrecho presentaba tres heridas de bala: una
en el pecho, otra en el abdomen y la tercera justo en medio de la frente. Sus verdugos fueron tres
importantes aristócratas rusos cercanos a la familia real. El príncipe Félix
Yusúpov, esposo de Irina Aleksándrovna, sobrina del zar Nicolás II; el duque
Dmtri Romanov, primo del monarca; y el diputado Vladimir Purishkevich, miembro
de la Duma, decidieron acabar con la siniestra influencia que el monje loco
ejercía sobre los gobernantes, con el fin de restaurar la deteriorada imagen de
la monarquía.
Félix Yusúpov, autor del complot contra Rasputín.
Según relata el propio
Yusúpov en sus memorias, publicadas en 1928, la noche del 30 de diciembre había
invitado a Rasputín a su residencia, el Palacio de Moika, con la excusa de
presentarle a su esposa Irina. En una habitación ubicada en el sótano del
palacio, Yusúpov lo esperaba con suculentos pastelillos de crema batida y
varias botellas de vino dulce, todos ellos mezclados con la cantidad suficiente
de cianuro para matar a un hombre adulto. Durante más de una hora Rasputín
comió y bebió a sus anchas, pero el veneno no parecía afectarle. Fue entonces
que el príncipe tomó su pistola Browning y le asestó un tiro en el pecho.
Cuando se aproximó al cuerpo para comprobar su muerte, este abrió sus
penetrantes ojos y maldijo al traidor mientras intentaba estrangularlo. Yusúpov
logró soltarse y corrió a avisar a los demás conspiradores, quienes entraron a
la sala rápidamente. Rasputín, sin embargo, había logrado escapar hacia los
jardines del palacio, donde se encontraba el portón que conducía a la calle.
Segundos después, una bala disparada por Purishkevich atravesó su riñón
derecho, y Rasputín se desplomó sobre la nieve. Pero solo después de la tercera
bala, incrustada en su frente, el monje inmortal dejó de moverse. Luego arrojaron
su cuerpo al río.
Místico, curandero,
degenerado, profeta, charlatán, santo, demonio y hasta espía alemán son algunos
de los adjetivos que salían de las bocas de aquellos que pronunciaban su
nombre: Rasputín, el monje loco; Rasputín, el amante de la zarina; Rasputín, el
demonio de ojos hipnóticos.
Grigori Rasputin, Bishop Hermogenes and Hieromonk Iliodor in Tsaritsyn, 1906.
En vida, su figura ya se
encontraba envuelta en una maraña de rumores y datos dudosos que crearían una
imagen tan repulsiva como atrayente, y que lo perseguiría hasta el final de sus
días. Se decía que Dios lo había bendecido con el don de la clarividencia y la
facultad de curar animales enfermos mediante la imposición de manos. Pero se
decía también que su lascivia no conocía límites, que se acostaba con todas las
mujeres que podía y que era un amante extraordinario. Incluso estando casado
seguía manteniendo aventuras que jamás se molestó en ocultar. Hasta hoy incluso
los hechos que rodean su muerte siguen envueltos en un halo nebuloso,
construido por los testimonios de aquellos que lo conocieron, pues tras el
estallido de la Revolución rusa muchos documentos oficiales fueron destruidos o
extraviados. Después de muerto, su fama siguió creciendo hasta hacer
desaparecer casi por completo a la persona real detrás de la leyenda. De hecho,
sobre su figura se han escrito novelas, biografías, películas, obras de teatro,
óperas, series y documentales que combinan la realidad con la ficción.
Debido a su forma de vida, había muchas personas que admiraban a Grigori Rasputin.
Lo cierto es que Rasputín
fue el quinto hijo de una próspera familia campesina de Pokróvskoye, un pequeño
pueblo ubicado en la Siberia Oriental. Desde joven estuvo envuelto en
incidentes escandalosos como robos de poca monta, actos de vandalismo y
agresiones relacionadas con su excesiva afición por el alcohol. En la década de
1880, sin embargo, decidió emprender una ardua peregrinación hasta el
monasterio de Vertjoture, donde permaneció varios meses como una penitencia
autoimpuesta. Fue ahí que Makari, un viejo sabio, lo indujo al desarrollo de su
vocación religiosa. Al poco tiempo se unió a un grupo de peregrinos con quienes
recorrería el país por 15 años, visitando sitios sagrados para orar. Se dice
que durante estos viajes se volvió muy observador y aprendió a analizar la
conducta y personalidad de la gente, habilidad que, sumada a su carisma y poder
de persuasión, le permitiría después manipular a su antojo la voluntad de sus
allegados.
La familia de Rasputín.
A principios de 1905, sus
viajes lo llevaron a Petrogrado —hoy San Petersburgo—, donde, por intermedio de
la duquesa Milica de Montenegro, conocería al zar y a la zarina, cuya confianza
se ganaría poco tiempo después gracias a un don misterioso. Alexei, el único
heredero al trono, padecía de hemofilia, una rara enfermedad congénita que
impedía la coagulación de la sangre y le provocaba insoportables hemorragias
internas que le presionaban los huesos y los músculos. Muchos médicos y
curanderos habían tratado al niño pero ninguno había conseguido aliviarlo,
excepto Rasputín. Aun hoy se desconoce qué métodos utilizaba, sin embargo, su
habilidad lo convirtió en un servidor indispensable para la pareja real,
quienes, para cuidar la estabilidad política, mantenían en secreto la
enfermedad del zarévich.
La dinastia Romanov.
Así, aunque Rasputín nunca
llegó a ejercer un cargo oficial en la corte, poco a poco fue ganando cada vez
más poder de decisión sobre los asuntos políticos del país, llegando incluso a
determinar la designación o destitución de altos cargos gubernamentales. Pero
fue especialmente su conducta escandalosa y su nefasta reputación las que le
ganaron la enemistad de influyentes miembros de la aristocracia y la política.
Sus borracheras constantes, su actitud altanera, su perturbadora intimidad con
la pareja real y, por supuesto, su enfermizo apetito sexual estaban socavando
profundamente la dignidad y la autoridad divina del zar ante los ojos del
pueblo, en un momento especialmente crítico de la historia rusa —por ese
entonces, la Primera Guerra Mundial se encontraba en pleno desarrollo y Rusia
estaba siendo aplastada—. Rasputín se había convertido en uno de los hombres
más odiados del imperio, en el blanco de ataques tanto de los nacionalistas,
como de los liberales y los aristócratas. Debía ser eliminado, y así fue.
La princesa Irina Felixovna Yusupova y Rasputin.
Una reciente y polémica
investigación, a cargo de los historiadores ingleses Richard Cullen y Andrew
Cook, afirma que el asesinato de Rasputín fue organizado por el agente de
inteligencia británico Oswald Rayner, antiguo compañero de estudios del
príncipe Yusúpov. Rasputín había persuadido más de una vez al zar de mantener a
Rusia alejada de cualquier conflicto bélico, lo cual perjudicaría seriamente a
Inglaterra, pues si se firmaba la paz entre Rusia y Alemania, más de 35.000
tropas alemanas serían enviadas a luchar contra las fuerzas aliadas en el
frente occidental. Aunque esta teoría es una de las pocas que cuenta con
evidencias, muchos investigadores descartan su veracidad ya que faltan
elementos claves para corroborarla, como una serie de documentos oficiales y,
sobre todo, el cuerpo de la víctima. Y es que meses después de su asesinato,
cuando los soviéticos tomaron el poder, el cadáver de Rasputín fue exhumado de
su tumba e incinerado.
1908. La zarina, Alexandra Feodorovna, y sus cinco hijos, acompañados por Rasputín.
Actualmente, los únicos
vestigios físicos que quedan del monje loco se encuentran en el lugar donde fue
asesinado, el sótano del Palacio de Moika, convertido en un museo público.
Entre los muebles del salón, unas estatuas de cera recrean eternamente la macabra
escena narrada por Yusúpov. Una escena que probablemente contenga grandes dosis
de ficción, pero que, sin embargo, mantiene viva la leyenda de ese monje
endemoniado que se resiste a morir.
Recreación de los últimos momentos de Rasputín en el Palacio de Moika, San Petersburgo.
Fuente: Alessandra Miyagi,
El Comercio. Revisión y Diseño: elcofresito.
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