Opríchnina, el siniestro ejército personal del Zar Iván El Terrible.
No vamos a descubrir ahora
la figura peculiar de Iván el Terrible. Quien más quien menos habrá oído algunas de las cosas que la Historia nos cuenta de él: un zar que hacía honor a
su sobrenombre y que a lo largo de los cuarenta años que duró su largo reinado
alternó grandeza y miseria, impulsando importantes reformas militares y
jurídicas, fundando el Zemski sobor (el primer parlamento), conquistando
Siberia, y derrotando a los tártaros por el lado positivo, pero también
casándose siete veces, sufriendo una enfermedad mental que hizo aflorar en él
una crueldad inusitada, asesinando a su hijo y ejerciendo una represión feroz
contra todo opositor en la parte negativa.
En ese último capítulo
jugó un papel fundamental un siniestro cuerpo paramilitar, una especie de
ejército privado que el propio Iván creó en 1565, para afianzar su poder
personal y actuar con contundencia tanto contra los recalcitrantes boyardos
como contra todo aquél que osara llevarle la contraria o alzarse. Hablamos de
la Oprichnik u Opríchnina, guardia personal mezcla de monjes y guerreros que
venían a ejercer funciones parecidas a las de los pretorianos romanos, pero con
mucha mayor libertad de acción y, por supuesto, respondiendo única y
exclusivamente ante el zar.
Curiosamente, parece ser
que la idea no partió del propio Iván sino de su segunda esposa, la circasiana
Maria Temryukovna (analfabeta, tiránica y odiada por el pueblo primero y por su
marido después), según apuntan algunos estudiosos. En cualquier caso, lo que
buscaban ambos era disponer de hombres fieles que escaparan al control administrativo
de los boyardos, en el contexto de aquella Rusia feudal en la que esa
aristocracia disgregaba el poder efectivo entre múltiples mandatarios y no se
resignaba a que hubiera alguien por encima; de hecho, Iván el Terrible, que de
joven había sufrido la humillación por parte de los boyardos (que no sólo le
encarcelaron sino que además envenenaron a su madre), fue quien centralizó el
poder ruso por primera vez y el primero también en usar el título de zar.
Los oprichniki, eran
reclutados entre aquellos que carecieran de vínculo alguno con los boyardos,
debiendo abandonar completamente sus relaciones familiares para dedicarse en
cuerpo y alma al zar, al que habían de mostrar lealtad absoluta. Por eso la
principal cantera era el norte del país, donde apenas había aristocracia,
procediendo muchos del ejército mientras que otros acreditaban un pasado
turbulento como bandidos y aventureros. No se exigía ser ruso, por eso no eran
raros los tártaros y otros extranjeros en la Opríchnina.
Se organizaban como una
especie de orden monástica medieval, religiosa y castrense a la vez, con un
régimen disciplinario interno implacable que lo mismo suponía la riqueza si
destacaban (exención de impuestos, cargos en la administración) que un castigo
brutal, físico (incluso la muerte, en casos graves), si traicionaban su
juramento de fidelidad. Éste rezaba así: “Juro ser fiel al Señor, Gran
Príncipe, y su reino, y a la joven Gran Princesa, y no guardar silencio sobre
cualquier mal del que me entere u oiga que vaya contra el Zar, sus reinos, la
joven Gran Princesa o la Zarina. Juro no comer ni beber con los zemschina
[alusión a los boyardos] y no tener nada en común con ellos. Así beso la cruz”.
La Opríchnina estaba
compuesta por millar y medio de hombres -algunos autores amplían la cifra a
seis mil-, trescientos de loc cuales vivían en el castillo de Aleksandrovskaia
Sloboda, anexo al Kremlin, como guardia de corps del zar. Era una existencia
que combinaba el ascetismo con rituales pseudo religiosos corporativos a los
que a veces se unía el propio Iván. Pero no hay que engañarse con el carácter
de los opríchniki; gracias a la total autonomía de que disponían, tanto en el
aspecto jurídico como en el político, rindiendo cuentas únicamente al zar,
actuaban con total impunidad y usaban el terror como método de actuación.
Eso se debía a que no
estaban concebidos para combatir a un enemigo exterior sino interior. Por eso
vestían un siniestro hábito negro -hasta la armadura estaba pavonada- y lucían
en el casco un significativo emblema: un cráneo de perro y una escoba; el
primero aludía al mote que recibía, los Perros del Zar, y la segunda a su
actividad, que no era otra que “barrer la inmundicia de Rusia”. Y,
efectivamente, se empleaban con violenta contundencia: linchaban, asesinaban, violaban,
robaban y torturaban, alcanzando a veces extremos verdaderamente salvajes
(empalamientos, descuartizamientos, quema de gente en hogueras…) procurando
siempre que el pueblo contemplara sus acciones para dar ejemplo.
El capítulo más infame de
su dilatado repertorio quizá fuera la masacre que llevaron a cabo en la ciudad
de Novgorod en enero de 1570, exterminando a tres mil personas (la cuarta parte
de la población) sin reparar en sexo ni edad porque el zar creyó que allí se
preparaba un levantamiento contra él en alianza con los lituanos y alentado por
boyardos y mercaderes. Lo cierto es que, a esas alturas, la paranoia de Iván ya
estaba completamente desatada, presuntamente por el tratamiento de mercurio que
tomaba para combatir la sífilis, y una serie de derrotas ante los suecos y los
citados lituanos le llevaron a desconfiar de la misma Opríchnina, varios de
cuyos miembros fueron ejecutados a manos de sus propios compañeros.
La cosa emperoró ese mismo
año cuando los tártaros del Janato de Crimea hicieron una incursión en la que
llegaron hasta Moscú y lo incendiaron. El zar acusó a parte de los opríchniki
de estar sobornados por el enemigo y realizó una amplia purga. El cuerpo
parecía sentenciado como tal y, por supuesto, no le importó a nadie porque
durante años no había hecho otra cosa que ganarse el odio de todo el pueblo.
Iván lo disolvió en 1572 y, no queriendo dejar cabos sueltos, utilizó al
ejército regular para acabar con todos sus miembros.
Fuente: LBV, Jorge
Álvarez. Revisión y Diseño: elcofresito.
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