Heródoto, el historiador viajero.
Escultura de Mma, Rmn-grand palais.
Nacido en la ciudad jonia
de Halicarnaso, Heródoto concibió la historia como una investigación personal y
una exploración de otras culturas, incluidas las de los pueblos
"bárbaros".
El padre de la historia.
Heródoto de Halicarnaso
describió el mundo y los acontecimientos que marcaron su época en su Historia,
una magna obra que siglos después fue dividida en nueve libros. Aquí en un
busto en el Museo Metropolitano de Nueva
York.
Foto de KPZFOTO, ALAMY ACI.
Persépolis, capital del
imperio.
Heródoto dedica buena
parte de su obra a hablar del Imperio persa, de sus gobernantes y costumbres, y
de las guerras que lo enfrentaron con los griegos. La fotografía corresponde a
la monumental puerta de Todas las Naciones, erigida por Jerjes en Persépolis en
475 a.C. y flanqueada por dos toros alados o lamassu.
Foto de ANNA SERRANO, GTRES.
Biblioteca de Celso, en
Éfeso.
Heródoto narra en su libro
primero que el rey Creso de Lidia sitió la ciudad de Éfeso durante su conquista
de Asia Menor, y que sus habitantes dirigieron sus oraciones a Ártemis mientras
unían templo y ciudad con una soga.
Foto de Scala, Firenze.
Clío, la musa de la
historia. Fresco. Museo de Roma.
La actual división de su
larga obra Historia en nueve libros procede, seguramente, de los filólogos
alejandrinos. Heródoto habla de lógoi, algo así como "tratados", cada
uno con temática propia, reunidos en ese conjunto final.
Foto de TOÑO LABRA, AGE FOTOSTOCK.
La Gran Pirámide de Gizeh.
Según cuenta Heródoto,
Keops, el constructor de la Gran Pirámide de Gizeh, fue un tirano que durante
sus cincuenta años de reinado "sumió a los habitantes de Egipto en una
completa miseria".
Foto de Oronoz, Album.
El origen de las leyes,
las artes y las ciencias, 1820.
En su Historia, Heródoto
nos ofrece una visión personal de su mundo, que exploró escuchando a
informadores de los distintos países que visitó. Construcción de una gran
pirámide según las descripciones proporcionadas por Heródoto.
Foto de AKG, ALBUM.
El faraón Keops.
Estatuilla de marfil del constructor de la Gran Pirámide. Museo Egipcio, El
Cairo.
Keops y la construcción de
la gran pirámide.
Cuando Heródoto habla de
la construcción de la Gran Pirámide de Gizeh y de su artífice, Keops, retrata
al faraón como un tirano sin escrúpulos que obligó a su pueblo a erigir su
tumba en un régimen de semiesclavitud, lo que no es cierto: "Cerró todos
los santuarios y luego ordenó a todos los egipcios que trabajasen para él. En
este sentido, a unos se les encomendó la tarea de arrastrar bloques de piedra
[...] y a otros les ordenó hacerse cargo de los bloques [...] El pueblo estuvo, por espacio de diez años,
penosamente empeñado en la construcción de la calzada por la que arrastraban
los bloques [...] Por su parte, en la construcción de la pirámide propiamente
dicha se emplearon veinte años".
Heródoto describe la
técnica constructiva: "Esta pirámide se construyó sobre la colina en una
sucesión de gradas, que algunos denominan repisas y otros altarcillos; después
de darle esta primera estructura fueron izando los restantes sillares mediante
máquinas formadas por maderos cortos, subiéndolos desde el suelo hasta la
primera hilada de gradas [...] y desde la primera hilada lo subían a la segunda
y lo colocaban en otra máquina; pues el caso es que había tantas máquinas como
hiladas de gradas". Y menciona el enorme gasto en rábanos, ajos y cebollas
para alimentar a los obreros: "Mil seiscientos talentos de plata".
Foto de White Images, Scala, Firenze.
Heródoto y Tucídides. Los
dos historiadores que describieron las guerras médicas y la guerra del
Peloponeso.
Demasiado pintoresco para
merecer crédito.
El aprecio hacia la obra
de Heródoto ha variado notablemente según autores y épocas. Tucídides, por ejemplo,
impuso en su Guerra del Peloponeso un modo de narrar historia mucho más crítico
y centrado sólo en los grandes conflictos bélicos y políticos contemporáneos, y
limitado a lo griego, sin relatos pintorescos, sin escenarios lejanos y con
estilo austero. Creó un modelo de historiadores "serios" en contraste
con Heródoto, que fue considerado un ingenioso fabulador poco digno de crédito.
Plutarco lo condenó por ser "amigo de los bárbaros", y Luciano y
Dionisio de Halicarnaso salvaron su texto sólo por ser divertido y de gracioso
estilo.
No fue hasta el
Renacimiento cuando se redescubrió a Heródoto, que volvió a leerse con
entusiasmo. Pronto se tradujo al latín, y con los relatos de la conquista de
América resurgió la historia al estilo de Heródoto. En el siglo XVIII se
reafirmó su prestigio, a la vez que se comprobó la veracidad de mucho de lo que
contaba y que parecía fabuloso.
Foto de H. LEWANDOWSKI, RMN-GRAND PALAIS.
Diosa alada lidia en una
placa de terracota, divinidad relacionada con la naturaleza.
El rey Candaules burlado
por su esposa.
En su libro primero,
Heródoto narra la historia del pueblo
lidio y de los reyes que precedieron al famoso Creso. Uno de ellos era
Candaules, el último rey de la dinastía Heráclida, que perdió la vida por culpa
de una conspiración urdida por su esposa y Giges, un general que se convertiría
en el primer rey de la dinastía Mérmnada, la de Creso.
Cuenta Heródoto que
Candaules, locamente enamorado de su esposa, proclamaba que era la mujer más
bella del mundo. Como le pareció que Giges no estaba convencido de sus
palabras, le instó a contemplar en secreto a su mujer en la intimidad de su
alcoba, cuando se desnudase para meterse en el lecho. Giges así lo hizo, pero
ella se dio cuenta de que la observaba. Sintiéndose vejada, al día siguiente
abordó al general con estas palabras: "Giges, de entre los dos caminos que
ahora se te ofrecen, te doy a escoger el que quieras seguir: o bien matas a
Candaules y te haces conmigo y con el reino de los lidios, o bien eres tú quien
debe morir sin más demora para evitar que,
por seguir todas las órdenes de Candaules, veas lo que no debes. Sí,
debe morir quien ha tramado este plan o tú, que me has visto desnuda y has
obrado contra las leyes del decoro". Giges, sin salida, no tuvo más
remedio que matar al rey en su dormitorio mientras descansaba, con un puñal que
la reina le entregó, y de este modo "se hizo con la mujer y con el reino
de los lidios".
Foto de FINE ART, AGE FOTOSTOCK.
El rey Candaules.
El rey espera en el lecho
a su esposa, que es observada por Giges mientras se desviste. Óleo por
Jean-Léon Gerôme. 1859 Museo Pushkin de Bellas Artes, Moscú.
Foto de AKG, ALBUM.
Estela de Filocles.
Relieve funerario de este poeta ateniense, del siglo V a.C., en el que aparece
con su hijo.
El pasado visto de modos
diferentes.
El reportero polaco
Ryszard Kapuscinski escribió a mediados de la década de 1950 un libro de viajes
titulado Viajes con Heródoto, que pretende ser un homenaje al historiador
griego, al que considera el primer reportero del mundo, cuya prosa le acompaña
e inspira en su propio periplo. En su libro, Kapuscinski dice: "Heródoto
se marca un ambicioso objetivo: perpetuar la historia del mundo. Nadie lo había
intentado antes. Es el primero a quien se le ocurre esta idea. Mientras intenta
recopilar el material para su obra magna e interroga a los testimonios [...] se
da cuenta de que cada uno recuerda una cosa y de un modo diferente. Además
[...] descubre un aspecto importante y a la vez pérfido y tramposo de nuestra
memoria: la gente recuerda sólo lo que quiere recordar y no lo que ocurrió en
realidad [...] El pasado no existe. Sólo hay infinidad de versiones".
Foto de Mary Evans, Scala, Firenze.
Entre la historia y la
etnografía.
En su Historia, Heródoto
describe extensamente las costumbres y tradiciones de los pueblos que habitaban
las distintas regiones que él mismo visitó en sus viajes o de las que obtuvo
información indirecta. Aunque a veces se ha puesto en duda su veracidad, los
informes de Heródoto constituyen un ensayo pionero de investigación etnográfica
en la Antigüedad.
Foto de Bridgeman, Aci.
Babilonia, según la
descripción dada por Heródoto. Grabado anónimo de 1732.
Los babilonios, médicos
callejeros.
"Una costumbre muy
acertada que rige entre los babilonios es ésta: sacan a los enfermos a la plaza
(pues resulta que no tienen médicos). Así, los transeuntes –si alguno de ellos
ha sufrido un mal semejante al que padece el enfermo o si ha visto afectado de
él a otra persona– se acercan al enfermo y le dan consejos sobre su enfermedad
[...] y no les está permitido pasar junto a un enfermo sin preguntarle qué mal
le aqueja". Libro I.
Foto de Akg, Album.
Tapa exterior del sarcófago
de Psamético I. Siglo VII a.C. (Baja época). Dinastía XXVI.
Los egipcios, amantes de
los animales.
"Los gatos muertos
son trasladados a unos edificios sagrados, en la ciudad de Bubastis, donde, una
vez embalsamados, reciben sepultura; en cambio, a los perros cada cual los
sepulta, en su respectiva ciudad, en unos féretros sagrados; y también los
icneumones [mangostas] son sepultados como los perros. A las musarañas y a los
halcones los llevan a la ciudad de Buto, y a los ibis, a Hermópolis. En cambio
a los osos [...] y a los lobos [...] los sepultan allí donde los encuentran
muertos". Libro II.
Foto de British Museum, Scala, Firenze.
Aplique de oro escita que
recrea la lucha entre un tigre y un lobo fantástico. Siglos VII-VI a.C
Los juramentos de los
escitas
"Los escitas, con
quienes sellan un juramento, lo hacen de la siguiente manera: en una gran copa
de cerámica vierten vino y con él mezclan sangre de los que prestan el
juramento, haciéndoles previamente una punción con una lezna o una ligera
incisión en el cuerpo mediante un cuchillo; y, acto seguido, sumergen en la
copa un alfanje, flechas, una sagaris [una especie de hacha] y un venablo.
Hecho esto, lanzan múltiples imprecaciones y, finalmente, beben del contenido
de la copa [...] ". Libro IV.
Carro de oro tirado por
cuatro caballos. Tesoro del Oxus. Siglos V-IV a.C.
Los persas y la educación
de los hijos.
"Demuestra hombría de
bien quien además del valor en la guerra puede mostrar muchos hijos; y al que
puede mostrar más, el rey le envía regalos, todos los años [...]. Desde los
cinco hasta los veinte años sólo enseñan a sus hijos tres cosas: a montar a
caballo, a disparar el arco y a decir la verdad. Y hasta que un niño no tiene
cinco años no comparece en presencia de su padre [...] Esto se hace con el fin
de que si muere durante su crianza no cause a su padre pesar alguno".
Libro III.
Heródoto, el historiador
viajero.
Homero, el autor de la
Ilíada y la Odisea, comienza sus poemas invocando a la "Musa divina"
como inspiradora de su obra; Heródoto, en cambio, pone su nombre propio en la
primera línea de su relato, escrito no en verso, sino en prosa. Esa firma
personal sirve como garantía de la veracidad de su testimonio y de su
narración, como harán otros dos cronistas, Tucídides y Jenofonte.
En ese inicio encontramos
también la palabra que denominará para siempre a este nuevo género de
escritura: historia. El relato que presenta Heródoto es el resultado de su
investigación personal (apodexis historíes). Enseguida nos advierte de que no
pretende contar mitos de los dioses y héroes antiguos, sino "los hechos de
los hombres". Pero hay algo en su gran proyecto narrativo en lo que
coincide con los poetas épicos: escribe para salvar del olvido el recuerdo de
gestas admirables. Conviene fijarse bien en las líneas iniciales de ese relato
histórico pionero, tan extenso y de largo aliento, que esboza su programa de
clara novedad: "Ésta es la exposición de la investigación de Heródoto de
Halicarnaso, a fin de evitar que, con el tiempo, caigan en el olvido los hechos
de los hombres y que las gestas importantes y admirables realizadas tanto por
griegos como por bárbaros, y de manera particular el motivo por el que lucharon
unos contra otros, queden sin gloria".
Heródoto quería explicar
las causas de la gran confrontación que conocemos con el nombre de guerras
médicas.
En este prólogo, escrito
sin duda al concluir su extensa obra, subraya un doble objetivo: referir las
grandes gestas tanto de griegos como de no griegos –bárbaros– y, en segundo
lugar, explicar las causas de la tremenda guerra entre unos y otros, la gran
confrontación que conocemos con el nombre de guerras médicas (492-478 a.C.). En
el texto de Heródoto, la palabra bárbaros no tiene ningún matiz despectivo,
como sí tendrá posteriormente en Tucídides y otros autores clásicos. Heródoto
admira el mundo abigarrado de "los bárbaros", sus hazañas y los
grandiosos monumentos que erigieron.
Un hombre cosmopolita.
Heródoto vivió
aproximadamente entre los años 485 y 425 a.C. Es, por tanto, coetáneo del
sofista Protágoras y del poeta trágico Sófocles. Consiguió gran renombre
durante su visita a Atenas hacia 441 a.C. Allí fue invitado a leer con gran
éxito algunos capítulos de su obra y recibió un premio importante por ello, un
pago a sus elogios de la heroica lucha de los griegos, sobre todo de los
atenienses, en defensa de la libertad.
Nacido en la ciudad jonia
de Halicarnaso, de donde fue desterrado, pasó largo tiempo en la isla de Samos
y luego se dedicó a viajar. Fue en Jonia donde surgieron los primeros
filósofos, en ciudades como Mileto o Éfeso, urbes comerciales y abiertas al
mar, siempre bajo la amenaza del vecino Imperio persa. Allí forjó Heródoto su
carácter y su ánimo intrépido de amante de los viajes, curioso y tolerante, y
tomó nota de las noticias frescas de lo que veía y lo que le contaban, como un
buen reportero avant la lettre; no en vano, Ryszard Kapuscinski, uno de los
mejores periodistas del siglo XX, lo vio como un guía ejemplar para viajeros a
tierras lejanas en su libro Viajes con Heródoto.
La actual división de su
larga obra Historia en nueve libros procede, seguramente, de los filólogos
alejandrinos. Heródoto habla de lógoi, algo así como "tratados", cada
uno con temática propia, reunidos en ese conjunto final. En el libro primero de
su Historia, Heródoto trata del reino de Lidia, del fastuoso rey Creso y sus
enormes riquezas, y de la conquista de este territorio por el rey persa Ciro.
En el segundo libro nos habla de Egipto y sus maravillas. El tercero comienza
con la conquista del país del Nilo por el persa Cambises y vuelve a las
historias de Persia. El cuarto libro abarca dos lógoi: uno sobre Escitia
(región situada en Asia Central) y otro sobre Libia.
Los libros siguientes
relatan el conflicto bélico entre griegos y persas, episodio tras episodio. En
el quinto enfoca las intrigas de los persas en Macedonia y los conflictos de
las ciudades griegas, con noticias sobre las políticas de Esparta y Atenas. Los
siguientes libros cuentan las dos guerras médicas: en el sexto, la expedición de
Darío, que concluye con la victoria griega en Maratón; el séptimo evoca con
intenso dramatismo las batallas decisivas, las de Termópilas y Maratón; en el
libro octavo, la de Salamina, y en el noveno narra la de Platea. Todas ellas
sellan la merecida victoria final de los griegos.
El primer reportero de la
historia.
Heródoto reúne noticias
muy variadas de sus viajes y experiencias. No se basa para ello en textos
escritos, no usa viejos archivos, sino que cuenta lo que ha visto y oído en sus
largos viajes y, ya en la segunda parte, nos describe y comenta, como nadie
antes, la guerra que decidió la libertad de Grecia, con especial referencia a
la democrática Atenas. No sólo es el "padre de la historia", como lo
definió Cicerón, sino también de la geografía e incluso de la antropología
cultural. Nos ofrece una visión personal de su mundo, que exploró con enorme
agudeza escuchando a informadores de distintos países a lo largo de sus
itinerarios. Sus instrumentos fueron la mirada curiosa (ópsis), el escuchar a fondo
(akoé) y la reflexión crítica sobre los datos recogidos (gnóme).
No sólo es el "padre
de la historia", como lo definió Cicerón, sino también de la geografía e
incluso de la antropología cultural.
Los primeros libros de su
Historia atestiguan esa faceta de viajero excepcional. Visitó Egipto,
recorriendo el valle de Nilo hasta la primera catarata en Elefantina (Asuán),
donde acababa el Egipto antiguo, a unos mil kilómetros del mar. También visitó
Mesopotamia y nos ha dejado una descripción de la famosa Babilonia y las
comarcas cercanas; tal vez llegara hasta Susa. Hacia el norte, visitó las
colonias griegas a orillas del mar Negro, y más allá se internó en las praderas
pobladas por los errabundos escitas, en la estepa ucraniana, hasta llegar cerca
de la actual Kíev. Recorrió también el norte de África, pasando por la
Cirenaica y la costa de la actual Libia. Recaló un tiempo en las ciudades
griegas del sur de Italia y colaboró en la fundación de la colonia de Turios.
Podemos suponer que deambuló por toda Grecia y visitó muchas islas del Egeo.
Nos habría gustado saber
más de las andanzas del intrépido viajero. ¿Cómo viajaba? ¿En solitario y con
mínima impedimenta? ¿A caballo? ¿Cómo pagaba sus gastos y dónde se albergaba?
¿Registraba sus encuentros e impresiones en apuntes en rollos de papiro?
Algunas regiones que Heródoto recorrió estaban colonizadas por griegos –como la
costa del mar Negro o el sur de Italia–. También en la costa norte de Egipto
había comerciantes griegos, y en Persia, tal vez algunos mercenarios. Pero ¿y
en la estepa escita, cuando remontó el río Dniéper viajando entre tribus
bárbaras, o en el Alto Egipto? Por otra parte, parece que sólo conocía el
griego (como era natural en los viajeros griegos de la época), así que en
Egipto tuvo que recurrir a sacerdotes locales bilingües para que le
interpretaran las inscripciones más o menos sagradas de los templos.
Heródoto era,
indudablemente, un tipo excepcional en su curiosidad por lo exótico y en su
admiración de lo extraordinario. Al recordar al sabio Solón cuenta que, tras su
etapa como legislador en Atenas, partió de viaje "por afán de ver
mundo" (theoríes héneken). Ese mismo "afán téorico" movía sin
tregua a Heródoto, pero en él va unido a las ganas de narrar las cosas
asombrosas que ha visto o que le contaron, y lo hace en un estilo muy claro,
con descripciones y anécdotas de vivo colorido en escenarios muy variados.
Pionero de la antropología.
Comparado con
historiadores como Tucídides o Jenofonte, Heródoto se revela –sobre todo en los
primeros libros– como un narrador divertido y fabuloso; después, cuando
describe la guerra y sus contextos políticos, resulta más austero. Pero si nos
detenemos en la lectura de la mitad inicial de su gran obra podemos admirar
toda la variedad de sus observaciones. Es, con razón, muy conocido el libro
segundo, dedicado a Egipto –que, desde tiempos de Homero, fue un país que siempre
fascinó a los griegos y adonde viajaron famosos sabios como Tales, Pitágoras y
más tarde Platón–. Fue Heródoto quien lo llamó "un don del Nilo".
Y, en efecto, comienza
hablando del caudaloso río y de las teorías sobre sus lejanas fuentes en el
centro de África, para describir luego las extrañas costumbres de sus gentes,
así como algunos animales del variopinto bestiario egipcio, como el cocodrilo,
el ibis y los gatos (por entonces, unos animales poco conocidos por los
griegos). Asimismo trata de las colosales pirámides y de los dioses, sus
templos, sus arcanos ritos y las historias asociadas a ellos; incluso narra
cuentos curiosos, como el del ladrón de tesoros de pirámides, Rampsinito.
Heródoto es también aquí el gran precursor de la pasión por las maravillas del
milenario y enigmático Egipto, conocida luego como "egiptomanía".
Heródoto es así, en cierto
modo, el primer antropólogo que explora mundos ajenos a su cultura. Abre ojos y
oídos a las tradiciones de otros pueblos y elabora una pintoresca narración,
una "historia" de horizontes lejanos, monumental y novelesca a ratos;
se nos aparece como un viajero ilustrado fascinado por Oriente y Egipto, un
pensador de extraordinaria amplitud de miras, tolerante y ameno.
Como otros historiadores
griegos, Heródoto vivió desde joven en el exilio y compuso su magna obra desde
él. Al igual que Tucídides, Jenofonte y Polibio, la experiencia del destierro
le incitó a tender una mirada aguzada e imparcial sobre otras culturas, sin
censuras morales ni partidismos patrióticos. Lo hizo con el hondo orgullo de
ser un hombre libre y haber conocido la democracia, y de manejar la flexible
lengua griega y afianzar, escribiendo en la joven prosa jonia, la tradición
helénica del gusto por el diálogo en libertad y el examen crítico ante los
hechos y las personas. Por eso, en los últimos libros de su Historia, exaltó la
lucha heroica de los griegos por su independencia contra el gran ejército de
los persas, llevados de continuo al desastre por reyes despóticos.
Desafiar al olvido.
"Todo es azaroso en
la vida humana", apunta en una sentencia; "La divinidad es envidiosa
y perturbadora", dice en otra.
Coetáneo y amigo de
Sófocles, Heródoto mantiene una visión humanista y trágica de la historia
universal, con esa mentalidad arcaica que veía a los humanos como seres
"efímeros" de azaroso destino. Incluso el poderío y la ambición de
los más grandes puede derrumbarse. "Todo es azaroso en la vida
humana", apunta en una sentencia; "La divinidad es envidiosa y perturbadora",
dice en otra. "No llames a nadie feliz hasta contemplar su último
día", alecciona el ateniense Solón al riquísimo rey Creso, que recordará
la frase al caer derrotado por el persa Ciro.
La divinidad abate a los
orgullosos y premia a los justos, y castiga el exceso de soberbia, como hizo
con Jerjes, al que ya Esquilo en su tragedia Los persas presentó como ejemplo
de hybris (el arrebato pasional que lleva a los hombres a desafiar los límites
impuestos por los dioses). Para Heródoto, el mundo se mueve bajo la mirada de
los dioses, pero la providencia divina nos es extraña e imprevisible. El
destino resulta trágico, y por ello vale la pena celebrar las gestas heroicas y
las maravillas, e inventar, para siempre, la historia, es decir, un testimonio
acreditado a favor de las glorias humanas desafiando las sombras del olvido.
Fuente: Carlos García Gual,
National Geographic. Revisión Y Diseño: elcofresito.
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