Historia y muerte de Fernando de Magallanes, capitán de la primera vuelta al mundo.
Fernando de Magallanes, nació en Sabrosa, Distrito de Vila Real, en la region norte de portugal, en la primavera del año 1480.
El 27 de noviembre de
1520, el marino portugués Fernando de Magallanes realizó una de las mayores
proezas de la historia de la navegación.
Dos años antes, Magallanes
había logrado convencer al rey Carlos I de España, para que financiase una
expedición de búsqueda de un paso entre el océano Atlántico y el inexplorado
mar del Sur. El objetivo era poder establecer una ruta marítima hasta el Asia,
navegando hacia el Oeste y poder competir con el floreciente comercio
ultramarino portugués. La flota formada por cinco naves zarpó de Sanlúcar de
Barrameda en septiembre de 1519 para bordear las costas de América del Sur en
busca del ansiado paso. La búsqueda llevó a Magallanes y su tripulación a
navegar cada vez más hacia el sur y tras varios meses de enormes problemas,
falsas pistas y lucha contra las durísimas condiciones naturales, logró doblar
al que entonces llamaron cabo Deseado y avistar el mar del Sur al que el propio
Magallanes bautizaría como Pacífico.
La expedición española
capitaneada por Fernando de Magallanes, quién no llegaría al fin de su cometido,
logró circunnavegar el planeta atravesando tres océanos: Atlántico, Pacífico e
Índico.
Tras noventa y ocho días
de infame navegación, el 6 de marzo de 1521, el vigía de la nave Victoria, Lope
Navarro, cantó tierra. Era el archipiélago de las Marianas, en una de cuyas
islas, la de Guam, por fin iban a encontrar el alimento fresco y el agua que necesitaban.
Las relaciones con los isleños no fueron fáciles. Estos les quitaban todo lo
que veían en el barco, pues no comprendían lo que era la propiedad privada, y
los españoles se enojaron y discutieron con ellos desde el primer momento.
Incluso registraron la anécdota de una mujer que subió desnuda a una de las
naves y se llevó un clavo –que por ser metálico consideraban muy valioso–
dentro de su vagina. Por esta afición a lo ajeno, los españoles bautizaron el
archipiélago como islas de los Ladrones.
Apenas diez días después
de esta escala, la flota avistó un conjunto de islas mucho mayor. Estaban
llegando a las Filipinas. Primero en la isla de Homonhom y luego en la de
Limasawa, los españoles encontraron unos habitantes amigables y dispuestos al
comercio (llevaban siglos de contacto con los mercaderes chinos y árabes), de
forma que pudieron abastecerse de todo lo que necesitaban y comer en
abundancia. Uno de los productos que más llamó su atención fueron los cocos,
cuya leche, además, serviría para sanar su escorbuto. El cronista Pigafetta lo
describió en detalle y, en cuanto a su uso, explicó: “Lo comen con carne y con
pescado, como nosotros el pan”. Sin embargo, lo que más llamó la atención a
Magallanes fue que en estas islas se conocían las especias, por lo que dedujo
que, ahora sí, se encontraban cerca de su destino, y empezó a reactivar sus
proyectos de conquista.
Trabó muy buena relación
con el rey de Limasawa y, cuando este le habló de islas enemigas, el capitán se
ofreció a reducirlas a la obediencia, esperando de esta forma poner al soberano
bajo la protección –y el dominio– de la Corona española. Magallanes le obsequió,
con varias demostraciones, las armas de fuego españolas y las armaduras metálicas que tan bien protegían
a los guerreros. Así impresionaron y asustaron al rey y a sus súbditos.
Magallanes se convenció de que, con su superioridad militar, podían dominar las
islas, que eran muy ricas en oro, producto al que los nativos daban menos
importancia que los europeos.
Su siguiente etapa fue las
Filipinas una isla mucho mayor, Cebú. El cronista Pigafetta, consideró
“desafortunada” la decisión de ir allí. Las razones pronto iban a estar claras.
Los barcos españoles
entraron en el puerto de Cebú haciendo demostraciones de artillería, como le
gustaba a Magallanes, para temor de los isleños. Su rey Humabón le exigió
tributo, como hacían habitualmente con las naves que allí arribaban, pero el
orgulloso capitán español se negó y, con el argumento de que servía al rey más
poderoso de la Tierra, acabó consiguiendo que fuera a él a quien el reyezuelo
de Cebú acabase pagando tributo.
A partir de ahí, la
existencia en Cebú resultó idílica para los españoles: grandes riquezas
materiales, mujeres... Todo parecía ir bien, pero Magallanes se empeñó en una
política de conversiones religiosas masivas al cristianismo (seguramente
aceptadas por los locales, incluido su rey, para no enfadar a los poderosos
guerreros, más que por creencia sincera). Eso creó tensiones, como también el
creciente intervencionismo en los asuntos políticos isleños. Algunos de los
reyes de las islas próximas se resistían a pagarle tributo y Magallanes ordenó
una primera expedición de castigo a un reducto particularmente hostil, la isla
de Mactán, donde quemó una aldea.
En ella había dos caciques
enfrentados que se repartían el territorio y, urgido por uno de ellos, el
capitán, deseoso de afirmar la autoridad española sobre las nuevas islas que
había descubierto, decidió plantar batalla al otro, llamado Lapu Lapu. Los
consejeros españoles más próximos intentaron disuadir a Magallanes, pero fue
imposible. Este únicamente cedió en llevar menos efectivos –cuarenta y nueve
hombres– y en ordenar a los barcos mantenerse alejados.
La artillería falla en
combate.
El optimismo sobre la
superioridad española pronto se demostraría carente de base. Cuando
desembarcaron en Mactán, con el mismo Magallanes al frente, se encontraron con
un ejército de más de mil quinientos isleños, que les atacaron divididos en
tres escuadras, por los flancos y frontalmente. Los mosquetes españoles
resultaron poco eficaces ante tan gran número de guerreros, protegidos con
escudos y en constante movimiento. Además, los mactaneses en seguida
percibieron los puntos débiles de los españoles y, pertrechados con flechas, en
lugar de dirigirlas a las armaduras, las lanzaron hacia las descubiertas
piernas de los españoles. De esta forma, hirieron al propio Magallanes con una
flecha de punta envenenada, que pronto lo debilitó.
Con su superioridad
numérica, los nativos rodearon a los atacantes y fueron acercándoseles. Un
guerrero dio a Magallanes con una lanza en la frente y este le clavó su espada,
pero no pudo volver a sacarla del cuerpo del enemigo. A merced de ellos, sin
arma alguna, otro mactanés le hirió irremediablemente con un golpe de alfanje.
Al final, el capitán general cayó en la playa y una multitud de guerreros se
precipitaron contra él para rematarlo. Así murió el gran Magallanes, junto a
otros ocho de sus hombres: en una playa de una isla carente de importancia para
su misión, a manos de las huestes de un reyezuelo del que la historia nunca más
volvería a tener una sola noticia. Pero los españoles que quedaban no
abandonarían su objetivo.
Desde allí, Juan Sebastián Elcano comandaría la expedición de vuelta a España.
Fuente: Muy Historia.
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