La historia de Sigurd I de Noruega, el vikingo que fue a la Primera Cruzada.
Vikingos noruegos en el siglo X (Angus McBride). Imagen Pinterest.
Si hay un pueblo asociado
a una imagen bien definida es el vikingo. La estampa de sus drakkars arribando
a una playa y sus ocupantes desembarcando espada en mano, protegidos por sus
escudos y dando feroces alaridos de guerra constituye toda una iconografía del
Medioevo, a pesar de ser muy estereotipada. Buena parte de la fascinación que
aún producen se basa en su atractiva mitología pagana, repleta de elementos mil
veces imitados por la fantasía literaria y cinematográfica actuales, por eso
resulta tan insólita la historia de Sigurd I de Noruega, el primer vikingo que
se fue a las cruzadas.
El cristianismo empezó a
asentarse en Escandinavia a partir del siglo IX por la acción de los misioneros
que visitaban la región ya desde la centuria anterior. No fue una conversión
fácil y si muchos de esos predicadores debieron tener la frustrante sensación
de clamar en el desierto, otros lo pasaron peor al terminar esclavizados o
simplemente asesinados. Pero la semilla estaba sembrada y floreció en torno al
año 965, cuando el rey danés Harald Blåtand abrazó la nueva fe. Sus súbditos no
siguieron el ejemplo y hubo que esperar al reinado de su nieto Canuto para que
el cristianismo se generalizase.
De la furia de los hombres del norte líbranos, Señor (Tom Lovell). Imagen National Geographic Education.
En Noruega la cosa fue
diferente, impuesta de arriba a abajo forzosamente por los monarcas Olaf
Tryggverson y Olaf Haraldsson. Suecia, en cambio, fue más reticente y la nueva
religión no fue oficial hasta el año 1008, en que el rey Olaf Skötkonung se
convirtió; no así su pueblo, al que fue necesario “convencer” destruyendo las
estatuas de los antiguos dioses y talando los bosques sagrados. Aquel cambio
espiritual tan drástico en el mundo vikingo supuso el final de su forma de vida
tradicional; se acabaron los sacrificios humanos, la eliminación de niños
débiles, los entierros con ajuar, disminuyeron las razzias indiscriminadas y se
erigieron las bellas iglesias de madera de las que todavía se conservan
ejemplos.
Y una de las cosas más
sorprendentes fue la presencia de un soberano vikingo en Tierra Santa en
defensa de la fe de Cristo, tal como cuenta la Heimskringla o Crónica de los
reyes de Noruega, una colección de sagas nórdicas escritas por el escaldo
islandés Snorri Sturluson, que negoció con el rey noruego Haakon IV el
sometimiento de la isla a su autoridad. Su estancia en la corte le permitió
conocer bien la historia del país y fruto de ello fue la redacción de la citada
Heimskringla, una de cuyas sagas, la Magnússona, cuenta la historia de los
hijos de Magnus (Sigurðar saga jórsalafara, Eysteins ok Ólafs), Sigurd, Øystein
y Olaf.
Retrato en piedra de Øystein. Foto de Wikimedia Commons.
Sigurd Magnusson, nacido
en Noruega en torno al año 1090, era el segundo de los tres hijos del rey
Magnus III, tras Øystein y antes que Olaf; los tres de madres diferentes y, por
tanto, con el mismo derecho a la sucesión, razón por la cual a la muerte de su
padre gobernarían juntos. Pero antes, un Sigurd todavía niño acompañó a su
progenitor en una expedición a los archipiélagos del norte de Escocia e Irlanda
(Orcadas, Hébridas, Mann), recibiendo primero el título de jarl (conde) de las
Orcadas en sustitución de los depuestos Paul y Erlend Thorfinsson y después
siendo coronado rey de todas las islas tras derrocar al monarca local, quedando
aquel territorio insular vinculado a Noruega durante mucho tiempo.
Estos hechos ocurrieron en
el año 1098 y no está claro si Sigurd regresó con su padre o se quedó. En
cualquier caso, Magnus volvió cuatro años más tarde y, con vistas a pactar una
alianza, se casó con una hija del dalcassiano Muirchertach Ua Briain (también
conocido como Murtough O’Brien), hijo del rey de Munster (la provincia sur de
la isla irlandesa) y que se había autoproclamado rey supremo de Irlanda. Para
fortalecer el acuerdo y pese a que sólo tenía catorce años, Sigurd desposó a
Bjaðmunjo, la hija de Muirchertach, que era aún más joven. Los nuevos socios
emprendieron entonces una campaña militar que les permitió controlar el Ulster.
Irlanda en el siglo XI. Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
Pero cuando Magnus se
disponía a retornar a su hogar en el 1103 falleció en una emboscada del
enemigo. Eso supuso la ruptura del matrimonio de Sigurd, al fin y al cabo un
simple adolescente que tendría que compartir el poder con sus hermanos. En
efecto, se formó aquel peculiar triunvirato (sólo teórico porque Olaf apenas
tenía cuatro años), que se mantuvo por el afecto que se tenían entre sí y
porque el reino vivía en la abundancia gracias a que las incursiones de su
difunto progenitor proporcionaron riqueza y dominios. De hecho, se considera
aquélla una edad de oro noruega, un florecimiento cultural y político al que no
afectó el hecho de que las Hébridas y Mann aprovechasen la muerte de Magnus
para independizarse (por contra, las Orcadas permanecieron sujetas).
No obstante, faltaba aún
el episodio más singular. En 1095, durante el Concilio de Clermont, el papa
Urbano VII había convocado la Primera Cruzada para auxiliar al Imperio
Bizantino y liberar los Santos Lugares, que habían caído en manos de los
selyúcidas. Al llamamiento respondió inicialmente la conocida como Cruzada de
los Pobres que, bajo el liderazgo de Pedro el Ermitaño, fue fácilmente
derrotada por los turcos. Luego, en 1097, llegó el turno de la Cruzada de los
Caballeros, que a despecho de sus luchas internas tuvo éxito y creó un reino
cristiano en Jerusalén, tomada en 1099 y con Godofredo de Bouillón como rey,
enseguida sucedido por su hermano Balduino.
Conquista de Jerusalén por los cruzados (Émile Signol). Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
Eso no significó que
llegara la paz porque las desavenencias entre cristianos les dejaron a merced
de una coalición musulmana, por lo que siguieron fluyendo tropas desde Europa
hacia la región palestina lenta pero regularmente. En ese contexto se enmarcó
lo que se ha dado en denominar la Cruzada noruega. La decidieron Sigurd y
Øystein en 1107, acordando -no sin cierta disputa- que el primero la lideraría
por tener mayor experiencia bélica mientras el segundo se quedaría gobernando
el reino.
Sigurd, que ya había cumplido
dieciocho años, se puso así al mando de una fuerza de algo más de cinco mil
hombres (parte de ellos esclavos con la promesa de ser manumitidos) que en
otoño de 1108 zarparon de Bergen en unos “sesenta barcos de guerra de hermosa
construcción”, narra Sturluson, y “según la voluntad de Dios/de aquí hacia
fuera navegaron”. Se dirigieron a Inglaterra, donde fueron acogidos por Enrique
I para pasar el invierno.
Ilustración de Gerhard Munthe para una edición de la saga Magnussønnens mostrando la flota de Sigurd. Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
En la primavera de 1109 se
pusieron otra vez en marcha, dejando atrás el Canal de la Mancha, costeando
Francia y descansando un tiempo en Santiago de Compostela para invernar de
nuevo; la escasez estacional en lo que llamaban Galizuland hizo que el señor
local se negara a facilitarles avituallamiento, por lo que tomaron y robaron su
castillo antes de irse. También en aguas hispanas se produjo un curioso
enfrentamiento naval, cuando se toparon con una flota árabe dedicada a la
piratería que, tras ser vencida, engrosó con ocho naves más la de Sigurd -que
combatía siempre junto a los suyos, como era costumbre vikinga-.
Llegaron a Sintra,
asaltando su fortaleza y pasando a cuchillo a la guarnición por negarse a
abrazar el cristianismo. Lo intentaron también en Lisboa pero estaba bien
defendida y no pasaron de las afueras. La que no se libró fue Alcácer do Sal
(donde “el desesperado lamento de las viudas de los paganos/resonó en las casas
vacías/por cada hombre huido o muerto”), para después cruzar Norfasund (el
Estrecho de Gibraltar), continuando sus depredaciones en Formentera, Ibiza y
Menorca; evitaron Mallorca porque estaba bien fortificada y a esas alturas ya
habían acumulado un botín fabuloso.
Recuperaron fuerzas en
Sikileyjar (Sicilia), bien recibidos por Rogelio II, un joven (trece años)
conde normando, y finalmente pisaron Tierra Santa en el verano de 1110,
desembarcando en Akrsborg (Acre) y dirigiéndose a Jorsalaland (Jerusalén),
donde Balduino les acogió calurosamente. Los dos reyes se hicieron amigos y
visitaron el río Jordán, en cuyas aguas se dijo que Sigurd fue bautizado. Luego
el vikingo apoyó con su flota a Balduino y al duque de Venecia Ordenato Faliero
en la conquista de Sidón, que estaba en poder de los fatimíes y cayó en
diciembre; como premio especial se le regaló a Sigurd una astilla de la Vera
Cruz.
Sigurd y Balduino cabalgando hacia el Jordán (Gerhard Munthe). Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
Como todo quedó más o
menos pacificado, los noruegos se desplazaron a Chipre y de allí a Miklagard
(Constantinopla), donde permanecieron una temporada. Sigurd dio por terminada
su cruzada y emprendió el regreso a su reino por tierra, dejando en manos del
emperador bizantino Alejo I la mayor parte de las riquezas obtenidas y la
flota.
De hecho sólo le acompañó
un centenar de sus hombres porque el resto, aparte de las bajas y otros que
fueron volviendo en grupos pequeños, prefirió quedarse al servicio del Imperio
Bizantino incorporándose a la Guardia Varega. Ésta era la escolta de los
emperadores que había creado Basilio II en el año 988, tras un acuerdo con la
Rus de Kiev -una vez que ésta se cristianizó-, debido a que los varegos
(vikingos suecos establecidos en Rusia, Bielorrusia y Ucrania) eran de lealtad
probada frente a los bizantinos, tendentes a cambiar de bando si había dinero
de por medio.
Vikingos de la Guardia Varega (Angus McBride). Imagen de Frontier Partisans.
El viaje de retorno llevó
tres años y permitió a Sigurd conocer numerosos reinos centroeuropeos hasta
llegar a Dinamarca, donde el rey Niels le dio un barco para cruzar a Noruega.
Era el 1111 y se reencontró con Øystein, quien se había convertido en un
monarca muy popular, no sólo por sus notables dotes personales sino también por
una provechosa política que había llevado prosperidad general y al
fortalecimiento de la Iglesia. Pero su hermano falleció en 1123 y como Olaf
también lo había hecho en el 1115, Sigurd se quedó solo al frente del país.
Rutas de ida y vuelta de la Cruzada noruega. Imagen de Gabagool en Wikimedia Commons.
Estableció su capital en
Konghelle, donde construyó un castillo y erigió un templo -hoy perdido- para
albergar la mencionada reliquia regalada por Balduino. Asimismo, continuó la
línea de reforzar a la Iglesia introduciendo el diezmo religioso y fundando una
diócesis en Stavanger. Y si bien tuvo un choque con ella cuando el obispo de
Bergen se negó a concederle el divorcio de su esposa Malmfred de Kiev (tuvo que
nombrar a otro más receptivo que si accedió), en 1123, el mismo año del óbito
de Øystein, demostró que no cejaba en su apoyo al estamento eclesial
encabezando una expedición contra la sueca Småland porque sus habitantes habían
retomado el paganismo.
El cráneo de Sigurd, conservado en la Catedral de San Hallvard. Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
En 1130, a la edad de
cuarenta años y tras veintisiete de reinado, Sigurd enfermó y murió en Oslo.
Fue enterrado en la Catedral de San Hallvard y al no dejar herederos varones
legítimos (sólo Cristina, una hija que tuvo con Malmfred), el trono lo heredó Magnus,
bastardo concebido con su amante Borghild Olavsdotter. Los otros vástagos e
incluso su sobrino Olaf el Desafortunado, hijo de Øystein, reclamaron sus
derechos (en la tradición vikinga no sólo contaba la sangre sino también la
popularidad) y Noruega quedó sumida en una terrible guerra civil que duraría
más de un siglo, hasta 1240.
Aquel vikingo que fue el
primero en combatir en Tierra Santa en nombre del Dios cristiano pasó así a la
Historia como Sigurðr Jórsalafari, es decir, Sigurd el que ha estado en
Jerusalén. O el Cruzado.
Fuentes: Heimskringla,
history of the kings of Norway (Snorri Sturluson)/Demonios del norte. Las
expediciones vikingas (Carlos Canales y Miguel del Rey)/Cruzados en la
Reconquista (Francisco García Fitz y Feliciano Novoa Portela)/The viking age
(Angus A. Somervill y R. Andrew McDonald, ed)/Wikipedia, Jorge Álvares, LBV.
Revisión y Diseño: elcofresito.
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