El III Reich y la Alemania Nazi.
Discurso de Adolf Hitler ante la jerarquía del partido.
La larga crisis de la
posguerra en Alemania.
En Alemania la derrota en
la I Guerra Mundial y el armisticio llevó a la abdicación de Guillermo II
(9-XI-1918), seguida por la proclamación de la llamada República de Weimar
(1919-1933), dirigida por un gobierno socialista que firmó la paz. Era una
república federal de 17 estados, que se mantuvo durante catorce años en medio
de grandes dificultades económicas, sociales, diplomáticas e ideológicas.
Los primeros años de la
posguerra fueron muy duros en Alemania, marcados por la crisis económica (la
inflación era monstruosa), paro, desmoralización nacionalista por la derrota,
irritación por las condiciones humillantes de la paz de Versalles. La república
se vio atacada desde la izquierda comunista del movimiento espartaquista en
1918-1919, pero éste fue destrozado por el ejército, y también fue agredida desde
la derecha conservadora y nacionalista. Francia, que quería enormes
reparaciones económicas, llegó a ocupar militarmente la rica región carbonera
del Ruhr.
Fueron momentos muy
difíciles, con frustrados golpes de Estado (el putsch de Hitler y Ludendorf en
Múnich en 1923) aunque hacia 1925 las cosas parecieron arreglarse. Por una
parte las inversiones de capital norteamericano volvieron a activar la economía
y pareció que se superaba la crisis; por otra parte, la derecha conservadora
representada por el general Hindenburg, presidente de la República desde 1925 a
1934.
La incidencia de la crisis
de 1929.
La crisis de 1929 fue
terrible. Al retirar los americanos su capital de Europa, primero la banca y
luego la entera economía alemana se hundieron. La producción industrial en 1932
era un 58% de la de 1929 y en el mismo 1932 se llegó a los 6 millones de
parados y una miseria generalizada. En esta situación desesperada, la gente se
radicalizó: una parte pensó que la solución era la revolución comunista y otra parte,
temiendo esta revolución, creyó que la solución era un gobierno fuerte y
autoritario.
La toma nazi del poder.
Adolf Hitler.
Fue entonces cuando los
grandes capitalistas ayudaron a un partido de ultraderecha, el Partido
Nacionalsocialista Alemán del Trabajo (NASDP o partido nazi), presidido desde
1920 por Adolf Hitler (1889-1945) —un fracasado pintor, ex-cabo y espía
militar—, de ideología pangermanista, antisemita y antiparlamentaria, a desarrollar
sus fuerzas paramilitares (las SA y las SS) según el modelo fascista, con las
que combatir a los sindicatos y al partido comunista. La alta burguesía creía
que podía utilizarlo para vencer a la revolución, pero no contaba con que
desencadenaba una fuerza destructora e irracional.
Desde que el partido nazi
contó con dinero para su organización y propaganda, consiguió que la pequeña
burguesía y muchos parados se pasasen crecientemente a su lado, con lo que su
fuerza electoral aumentó. Su estrategia era clara: tomar el poder
electoralmente y desmontar el Estado liberal desde arriba.
En las elecciones de 1932
el partido nazi obtuvo 13 millones de votos (37%) y el 30 de enero de 1933 el
presidente Hindenburg nombró canciller a Hitler; en pocos meses se estableció
la dictadura del partido único, gracias a la policía política (Gestapo), y
eliminando violentamente (detenciones, campos de concentración, asesinato,
exilio) toda oposición. Cuando Hindenburg murió, en agosto de 1934, Hitler
ocupó su puesto.
El partido nazi en el
poder.
Una vez en el poder,
Hitler y el partido nazi iniciaron una política de centralización (la Alemania
federal se convirtió en un Estado unitario), intervencionismo estatal, de
fomento militarista con grandes pedidos de armamento (90.000 millones de
marcos-oro entre 1933 y 1939 a los grupos Krupp, Thyssen y otros) y de obras
públicas como autopistas, junto con el alistamiento militar masivo, la
restricción del trabajo femenino, el dominio comercial y financiero sobre los
países balcánicos, todo lo cual resolvió en parte el problema del paro y alivió
la crisis económica.
La sociedad fue
adoctrinada de un modo metódico en la educación, la prensa, la radio. Los
libros y el arte que no seguían las pautas del nazismo fueron prohibidos. La
intransigencia, el racismo y el fanatismo irracionales sustituyeron a la razón.
Todos los grupos sociales que podían oponerse o que eran vistos como no
alemanes fueron aplastados, con una estrategia metódica de ir uno tras otro a
fin de no chocar a la vez con todos: comunistas, socialistas, sindicalistas,
judíos, intelectuales, activistas cristianos. Al final, como dice el poema de
Bertolt Brecht, todos fueron oprimidos o exterminados.
La expansión alemana antes de la II Guerra Mundial y el reparto de Polonia con la URSS.
El pangermanismo llegó a
su extremo más radical. Era un régimen que para sobrevivir necesitaba insistir
en las pautas del expansionismo militar y territorial. Si no crecía al exterior
se iba a colapsar económicamente, por lo que debía arriesgar más y más. El
potente ejército que se organizó sirvió finalmente para llevar a cabo su
política expansionista: alianza con Italia (1937) y Japón (1940),
militarización de la Renania (1936), anexión de los Sudetes en Checoslovaquia
(1938) —un territorio habitado por alemanes—, Anschluss (unión) con Austria (13
de marzo de 1938) —favorecida por la presencia allí de un importante partido
nazi partidario de la anexión—, ocupación de Bohemia (1939), Pacto de no
agresión con la URSS (1939) y finalmente la reclamación de la ciudad libre de
Danzig en pugna con Polonia (verano 1939).
Los países occidentales
habían claudicado repetidamente a fin de no caer en una nueva y atroz guerra.
La conferencia de Múnich de 1938 fue un compromiso cobarde e ineficaz, puesto
que la invasión alemana de Polonia (1-IX-1939) hizo inevitable el conflicto
militar.
La II Guerra Mundial fue
la mayor catástrofe bélica que ha conocido la Humanidad.
En ella el nazismo se
mostró en toda su crudeza genocida: murieron seis millones de judíos y otros
seis millones de personas pertenecientes de otros pueblos, minorías o grupos
especiales como gitanos, homosexuales, deficientes físicos o mentales, eslavos,
negros, intelectuales, sacerdotes cristianos, políticos progresistas o
simplemente intelectuales o profesionales que parecían potencialmente
peligrosos. Los judíos fueron masacrados en la llamada “solución final” de los campos
de concentración y exterminio; los polacos y rusos fueron perseguidos y
aniquilados en masa sólo por ser eslavos, un pueblo inferior al ario, al que
debían hacer espacio en sus tierras.
Hitler, en la derrota,
incluso estuvo a punto de destruir Alemania. Su lógica criminal horroriza: si
los alemanes no habían merecido ganar la guerra y mantener el “Imperio de los
Mil Años” que su Führer les había prometido entonces la conclusión era que su
debilidad debía ser castigada con la aniquilación. Por ello preconizó la
destrucción de todo y todos.
El nazismo fue el
totalitarismo más monstruoso que ha conocido el mundo. El juicio de Nuremberg
(noviembre de 1945-octubre de 1946) mostró su inhumanidad aborrecible; fue un
juicio contra el horror y la barbarie.
La ideología nazi.
La ideología del partido
nazi se resume en su gran frase de propaganda: “Ein Volk, ein Reich, ein
Führer” (Un Pueblo, un Imperio, un Jefe).
Ein Volk (un solo pueblo).
Se refiere al pueblo alemán, representante de la raza aria, superior a las
demás. Sus lemas son explícitos: “Tú no eres nada, tu pueblo lo es todo”. El
partido nazi debía mantener la pureza de la raza. Se promulgaron las leyes de
Nuremberg, 1933, prohibiendo el matrimonio o cualquier relación con los judíos.
En 1942 se decidió el exterminio físico total de los judíos, como primer paso
para la aniquilación de los pueblos inferiores (los latinos, como el español o
el italiano, en el futuro mundo nazi debían ser pueblos de esclavos, cuya
natalidad debería ser controlada para lograr su paulatina sustitución
demográfica a largo plazo por los arios). Respecto a este feroz antisemitismo,
Burleigh, en la senda de Brächer, considera: “Nada inexorable obligaba a
Alemania a convertirse en verdugo del pueblo judío”, pero la crisis económica de
la posguerra, rematada en la crisis de 1929, destruyó el equilibrio social e
ideológico del país, dejándolo al final en manos de fanáticos antisemitas.
Goldhagen, en cambio, opina que todo el pueblo alemán es responsable de
participar en la represión nazi.
Claudio Magris ha apuntado
la enorme pérdida que esto supuso para Alemania:
“Nosotros, que tenemos
presente el nazismo, nos olvidamos de lo que fue la enorme simbiosis
judeoalemana. En Europa, la cultura alemana y la cultura judía han tenido una
gran simbiosis. Sobre todo en la Europa centro-oriental se consideraba al
judaísmo portador de esa gran y culta Alemania. Franz Werfel decía que el gueto
de Praga era el bastión del germanismo frente al Este. Esta cultura
judeoalemana fue el elemento supranacional que permitió dar una unidad cultural
a Europa, y unir a rumanos, húngaros... Pensemos en el patriotismo judeoalemán
de la Primera Guerra Mundial. Alemania, al amputarse este elemento, se amputó
una fuerza enorme ligada a su propia esencia. Es evidente que existía una
tradición antisemita, pero en Alemania coexistía con este otro elemento. Ningún
otro país de Europa ha necesitado la cultura judía como Alemania para ser él
mismo.”
Ein Reich (un imperio). De
acuerdo con la teoría racista, proponía la creación de una gran nación alemana
que unificara todas las tierras donde vivían alemanes, y para cuyo desarrollo
económico era necesaria la conquista y colonización germana de nuevas tierras
(la teoría del Lebensraum, “espacio vital”), que facilitaran materias primas y
alimentos y compraran los productos industriales alemanes. En su libro Mein
Kampf (Mi lucha, 1925), Hitler aseguraba que estas tierras estaban en el Este
(Polonia, Ucrania), habitadas por pueblos eslavos, considerados una raza
inferior; y el pueblo alemán debía conquistar esas tierras y aniquilar a los
eslavos, con el fin de dejarlas libres para su posterior colonización.
Ein Führer (un jefe). Un
líder indiscutible que acapare todo el poder y dirija el país con autoridad.
“Führer manda; nosotros te obedecemos”. Este jefe era exaltado en grandes fotografías,
espectaculares desfiles y concentraciones, en campañas de propaganda entre el
pueblo y, sobre todo, entre la juventud a la que se educó en las ideas nazis
para asegurar la aceptación masiva entre el pueblo. Es evidente la enorme
importancia de la personalidad de Hitler en el nazismo: su fascinación sobre
las masas, la simplicidad de su discurso, sus odios y temores, lo
inquebrantable de sus propósitos (ya en 1925 avisaba que exterminaría a los
judíos). Todos estos rasgos personales marcaron la política nazi, aunque
objetivamente sólo podían llevar al desastre. Pero no hay que exagerar el papel
de Hitler: si no hubiera existido habría surgido otro líder encarnando
similares ideas. El historiador alemán Martin Brozat ha apuntado que el régimen
era de “dictador débil”, con una poliarquía en la que Hitler sólo tenía un
poder limitado, pero Burleigh apunta que era más bien un régimen de
“delegación”, en el que él podía ejercer todo el poder sin discusión si lo
deseaba.
Al mismo tiempo había un
culto a la violencia, hasta extremos patológicos, como prueba una anécdota:
“Los animales sufren, padecen angustia y temor. En ocasiones, incluso piedad.
Los torturadores nazis de Erich Mühsam, poeta judío alemán detenido en 1933,
tuvieron la idea de meter en su celda a un chimpancé que habían capturado en la
casa de un científico también detenido. Esperaban que el simio se ensañase con
el torturado, cuyo aspecto era lamentable. En lugar de eso, se abrazó al
prisionero y lamió sus heridas. Frustrados por esa reacción del animal, la de
los guardias fue torturar y matar al chimpancé, que había demostrado tener más
piedad, piedad animal, entre seres vivos, que ellos.”
Fuente: Antonio Boix Pons
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