La expedición patrocinada por la Unión Soviética en busca de Shambala, el mítico reino perdido tibetano.
Fotografía de la expedición en el Karakorum.
El Dorado, las Siete
Ciudades de Cíbola, Paititi, el reino del Preste Juan…..Si alguien que cree que
este tipo de lugares perdidos en espera de ser descubiertos eran una exclusiva
de los crédulos conquistadores españoles de los siglos XVI y XVII se equivoca;
es sobradamente sabido que en el segundo cuarto del XX los nazis enviaron diversas
expediciones en busca de sitios tan improbables como Thule, Hiperbórea, Agartha
o el centro de la Tierra, presuntos orígenes de la raza aria. Pero,
curiosamente, al menos uno de esos raros rincones despertó también el interés
de los bolcheviques y mucho antes: El reino Shambala.
Shambala era un rico y
mítico reino tibetano donde tradicionalmente se situaba el nacimiento de Kalki,
la última encarnación de Vishnú, tal como refieren algunos textos hindúes como
el Vishnu Purana, el Majabhárata o el Bhagavata-purana, entre otros; también el
budismo lo reseña, a través del Mipham, explicando que cuando el mundo entre en
una era de destrucción y odio será el rey de Shambala quien asuma la
responsabilidad de ponerle fin -manu militari- e iniciar un nuevo período de
paz y prosperidad.
Las dos versiones son, en
realidad, la misma adaptada a sus respectivas creencias. Sin embargo, y pese a
su exotismo, la leyenda de Shambala tuvo una amplia difusión a caballo en la
cultura occidental entre los siglos XIX y XX, prolongándose en este último
hasta los años veinte y treinta. Aunque se había oído hablar de ese reino ya
cientos de años antes, desde que los misioneros portugueses lo mencionaran como
Xembhala pero pensando que era un nombre más para referirse al Catay de Marco
Polo (o sea, a China), Shambala entró en el imaginario de los escritores,
teósofos y geógrafos. Era cuestión de tiempo que alguien emprendiera su
búsqueda y el honor recayó en el país a priori más insospechado para ello: la
recién creada Unión Soviética.
En realidad el tema había
llamado la atención de más naciones con intereses en la zona, como Reino Unido;
no en vano estaban aún calientes los rescoldos del Gran Juego, aquella especie
de partida de ajedrez geoestratégico que jugaron el Imperio Británico y el Ruso
por el dominio de Asia y al que ahora se habían sumado franceses, alemanes,
japoneses y chinos. Sorprendentemente, quienes se decidieron a dar el paso de
explorar in situ fueron los bolcheviques, en la persona de un jefe de la Cheka
(policía secreta) especializado en criptografía llamado Gleb Bokii, quien,
junto a su amigo escritor Alexander Barchenko, proyectó la búsqueda de Shambala
en la primera mitad de los años veinte. El porqué no podía resultar más
pintoresco: fusionar la filosofía oriental con la ideología comunista para
conseguir el ciudadano perfecto; de paso, se reforzaría la influencia de la
Unión Soviética en la región de Asia Central. Pero, al final, una serie de
intrigas y celos entre el servicio de inteligencia y Asuntos Exteriores dieron
al traste con el plan al dejarlo sin presupuesto.
Representación de Kalki.
No obstante, Bokii no tiró
la toalla y decidió seguir adelante por una vía indirecta: recurriendo a una
pareja de expatriados rusos llamados Nikolái y Helena Roerich, famosos eruditos,
que prepararon una expedición bajo bandera estadounidense. Él era un
prestigioso arqueólogo y pintor para el que aquel viaje suponía una oportunidad
de oro, mientras que ella, escritora y filósofa, conocía el tema por haber
traducido la obra de La doctrina secreta, de Madam Blavatsky, en la que se
citaba a Shambala. Además, su hijo Georgui era un consumado tibetólogo y
políglota, experto en el diseño de campañas militares. Aunque los Roerich no
eran comunistas, Bokii pensó que lo importante era encontrar Shambala y luego
ya vería la forma de aprovecharlo, así que llegó a un acuerdo con ellos y los
puso en contacto con Georgui Chicherin, ministro de Exteriores soviético, y con
Trilisser Meer, jefe de espionaje; el estado les financiaría a cambio de que
informaran sobre los movimientos de los espías británicos y franceses en aquel
área. Hubo acuerdo; “Lenin está con nosotros” escribió Helena en su diario.
Los Roerich se pusieron en
marcha. A lo largo de cuatro años, entre marzo de 1925 y mayo de 1928,
visitaron Moscú, pasaron a Siberia, Cachemira y Mongolia, cruzaron el desierto
de Gobi, atravesaron una treintena de puertos de montaña y caminaron 25.000
kilómetros de difícil orografía bajo duras condiciones climáticas, ora pasando
calor tórrido, ora muertos de frío, unas veces acosados por bandidos, otras
envueltos en guerras tribales, pero tomando nota de todas sus experiencias
tanto por escrito como en las extraordinarias pinturas que realizaba Nikolái,
reputado artista. Así llegaron al Himalaya, donde las penalidades se
intensificaron: la comida empezó a escasear, el aire gélido les cegó la vista y
a los salteadores no les disuadía la bandera de barras y estrellas. Una
tormenta de nieve estuvo a punto de acabar trágicamente con ellos en el
Karakorum.
Helena y Nikolí Roerich.
Esta epopeya personal
quedó plasmada en un libro que publicaron a la vuelta, titulado Shambala la
Resplandeciente, que va más allá del estricto y aséptico tono científico del
diario de viaje y en el que se incluyen visiones muy personales adornadas con
las citadas ilustraciones. Ahora bien, Shambala no apareció. Al menos que
sepamos, ya que la URSS decidió cortar su colaboración con la expedición y
cerró el grifo de dinero, con lo cual los Roerich también dejaron de enviar
información y desaparecieron. Al parecer, y es difícil establecerlo con
precisión porque el diario de viaje se contradice a menudo con el libro, fueron
hechos prisioneros por los tibetanos durante un tiempo y luego, ya liberados,
pasaron a la India.
Según declararon, un sabio
anciano les había mostrado la entrada al misterioso reino en las montañas de
Altái, en el Valle de Uimon, pero estaba cegada con rocas. En cualquier caso, a
su regreso a Estados Unidos trabaron buena relación con Roosevelt, fruto de la
cual fue el patrocinio para una nueva expedición, esta vez a Manchuria entre
1934 y 1935. Con el tiempo, Nikolái Roerich fue tres veces candidato al premio Nobel
de la Paz por promover el pacto que lleva su nombre (un acuerdo internacional
sobre la protección de monumentos históricos e instituciones artísticas) y se
bautizó con su nombre una montaña de la cordillera Altái e incluso un
planetoide en 1969; hoy tiene su propio museo en Nueva York. Mientras, se
supone que el soberano de Shambala sigue esperando en su reino a que el mundo
se vuelva lo suficientemente loco como para intervenir.
Fuentes y fotos:
Roerich.org / Shambhala (N.Roerich) / Sambhala (Fabrizio Torricelli) / Roerich
and Tibet: The Road to Shambhala Can Take Some Very Surprising Turns /
Wikipedia. Jorge Álvarez, LBV: https://www.labrujulaverde.com/2016/10/la-expedicion-patrocinada-la-union-sovietica-en-busca-de-shambala-el-mitico-reino-perdido-tibetano
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