Glenn T. Seaborg, premio Nobel de Química, quién logró, por unos momentos, el viejo sueño alquímico de transmutar un elemento en oro.


Glenn T. Seaborg en su laboratorio. Foto de dominio público en Wikimedia Common.

La transmutación de los metales fue una de las obsesiones de los alquimistas, aquellos que dedicaban su vida al objetivo de buscar la piedra filosofal que permitía conseguir la conversión del plomo en oro. Para ello contaron a menudo con el mecenazgo de reyes y emperadores, deseosos de enriquecer sus arcas pero todo fueron fracasos hasta 1980, cuando se consiguió… durante unos segundos; el responsable se llamaba Glenn T. Seaborg y era premio Nóbel de Química.

Siglos atrás la alquimia tenía la consideración de ciencia y recibía el nombre de Opus Magnum (Gran obra) porque el proceso de investigación implicaba también una evolución espiritual del practicante. Seaborg, obviamente, partía de supuestos distintos, de ciencia de verdad y una sólida formación, aparte de una carrera profesional sobre la que se podría escribir un libro entero. Porque en su hoja de vida figuran el descubrimiento de una decena de elementos químicos -uno incluso lleva su nombre-, la serie actínida que ha determinado la disposición de la tabla periódica de los elementos, el desarrollo de isótopos atómicos (con aplicaciones en la primera bomba atómica pero también en medicina nuclear, para curar tumores), etc.

El alquimista (Joseph Wright). Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.

Era estadounidense, de Michigan, aunque descendiente de emigrantes suecos. Nació en la localidad de Ishpeming en 1912, si bien se trasladó con su familia a la localidad de South Gate, en las afueras de Los Ángeles. En su propio diario cuenta que la ciencia no le interesó -prefería el deporte o el cine, por lo que su madre le sugirió hacerse contable-, hasta que un profesor de Física y Química de su instituto le metió el gusanillo en las venas, eligiendo así esa carrera universitaria y graduándose en la UCLA (Universidad de California) en 1934. Tres años más tarde, después de trabajar como técnico de laboratorio en Firestone, obtenía el doctorado con una tesis sobre neutrones.

Robert Oppenheimer, Enrico Fermi y Ernest Lawrence. Foto de dominio público en Wikimedia Commons.

Para entonces ya había publicado varios artículos especializados, mostrando un interés especial por la física nuclear e investigando sobre la radiactividad artificial. Eran los años pioneros de la investigación del átomo y Robert Oppenheimer se fijó en él por su capacidad de concisión. Seaborg trabajaba con isótopos y llegó a crear más de un centenar partiendo de diversos elementos gracias al ciclotrón (un acelerador de partículas) del laboratorio universitario; algunos de ellos tuvieron aplicaciones médicas, como el Fe 59, un isótopo de hierro para la hemoglobina, o el I-131, isótopo de yodo usado para tratar enfermedades de la glándula tiroides; curiosamente, años más tarde su madre recibiría ese tratamiento.

Laboratorio Nacional de Los Álamos. Foto de dominio público en Wikimedia Commons.

La posibilidad real de alcanzar la fisión nuclear le fascinó y orientó buena parte de sus esfuerzos en esa dirección. En 1939 fue contratado por la universidad como profesor, trabajo que alternó con sus investigaciones. En una de ellas, en 1941, sustituyó al prestigioso Edwin McMillan, el descubridor del neptunio, que tenía que incorporarse a otro proyecto; en esa labor, Seaborg y su equipo aislaron un elemento de número atómico 94 al que bautizaron con el nombre de plutonio y que sería trascendental en la era atómica. Ese mismo año avanzaron otro escalón en ese sentido descubriendo el isótopo U235.

Eso le abrió las puertas a colaborar con el Proyecto Manhattan, el que se llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial para fabricar una bomba atómica antes que los nazis. Se desarrolló en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México, bajo la dirección del citado Oppenheimer, quien no olvidaba a aquel joven químico que tanto le había impresionado. Seaborg se unió al equipo que trabajaba en Chicago, junto a Enrico Fermi, con la misión de obtener plutonio a partir de uranio. Lo lograron en el verano de 1942, permitiendo el inicio de la producción a mayor escala.

Explosión de Trinity, primera bomba atómica, en Alamogordo (Nuevo México), el 16 de julio de 1945. Foto dominio público en Wikipedia Commons.

En ese contexto, Seaborg descubrió el americio, el curio y el berkelio, además de aportar su granito de arena en los descubrimientos del californio, el einstenio, el fermio, el mendelevio y el nobelio. A un décimo elemento de aquella tanda, conocida como elementos transuránidos (los que tienen un número atómico superior a 92, el del uranio), se le dio su nombre: el seaborgio. De algunos obtuvo la patente, aunque no todos eran realmente útiles; el curio tiene una vida demasiado corta para poder comercializarse, por ejemplo, pero el americio se usa en detectores de humos.

1942 también fue un buen año en lo personal porque se casó con Helen Griggs, secretaria del físico Ernest Lawrence, compañero suyo en Chicago, en una boda improvisada durante un viaje en la que hicieron de testigos a un par de funcionarios. El matrimonio tendría siete hijos, pero el vástago más ansiado en esos momentos era la bomba atómica; cuando finalmente la consiguieron, Seaborg fue uno de los firmantes del llamado Informe Franck, que solicitaba al presidente Truman que el artefacto se probase públicamente para disuadir a los japoneses a rendirse. La petición se desestimó, para desgracia de los habitantes de Hiroshima y Nagasaki.

Seaborg y JFK en 1961. Foto de dominio público en Wikimedia Commons.

Al acabar la guerra, Seaborg retomó su actividad docente en Berkeley y la investigadora en el Lawrence Radiation Laboratory. No tardaron en llegar reconocimientos: en 1947 fue elegido uno de los Diez Jóvenes Sobresalientes de América (como curiosidad, cabe decir que otro fue Richard Nixon) y en 1948 le nombraron miembro de la Academia de Ciencias; también fue asesor de la Comisión Nacional de Energía Atómica y pasó a formar parte del staff de la universidad justo cuando se extinguió el maccarthismo, coincidiendo así con un período de libertad de expresión inusitado hasta entonces.

En su labor universitaria recuperó aquel gusto juvenil por el deporte impulsando la creación de equipos de baloncesto y fútbol americano; él mismo empezó a practicar senderismo. En 1951 le concedieron el Nóbel de Química compartido con Edwin McMillan, acumulando doctorados honorarios hasta superar el medio centenar. Ocho años después también apoyó la fundación de un laboratorio espacial en el campus, haciendo gala del cargo que Eisenhower le otorgó en el comité Asesor Científico del Presidente para fomentar la difusión de las ciencias. En 1961, ya bajo la administración Kennedy, alcanzó la presidencia de la Comisión de Energía Atómica, en la que permaneció una década.

Seaborg en 1951, año en que recibió el premio Nóbel. Foto de dominio público en Wikimedia Commons.

Desde ese puesto empezó a manifestar su preocupación por los efectos que tendría la radiactividad en el medio ambiente y en el ser humano, tratando de impulsar una carrera armamentística nuclear que fuera lo más limpia posible y participando en los tratados para limitar las pruebas atómicas, algo de lo que estaba especialmente orgulloso. En ese sentido, defendió el Tratado de no Proliferación que Lyndon Johnson pactó con los soviéticos. También Nixon le llamó para eso en 1969, aunque chocó con su gabinete al defender al científico judío Zalman Shapiro, acusado de espionaje a favor de Israel.

La lista de distinciones que recibió es inacabable, al igual que sus publicaciones (superan el medio millar de artículos y varios libros) y patentes (unas cuarenta). Ronald Reagan lo incluyó en la Comisión Nacional de Excelencia en Educación en 1983 y en 1981 fue miembro fundador del Consejo Cultural Mundial. Pero uno de los capítulos más singulares de su vida tuvo lugar un año antes, trabajando en su laboratorio universitario californiano, cuando materializó el sueño de los alquimistas al transmutar un elemento químico en oro.

El material original fue bismuto, uno de los primeros metales descubiertos ya en la Antigüedad y que debido a su similar densidad solía confundirse con el plomo e incluso con el estaño. Seaborg logró transmutar unos miles de átomos de bismuto en oro, eliminando los protones y neutrones de su núcleo e igualando su número atómico. La técnica era demasiado costosa y además se obtenía una cantidad microscópica para resultar rentable desde un punto de vista comercial, aparte de que la inestabilidad atómica hacía que el oro obtenido sólo fuera tal durante unos segundos. No obstante, queda en el anecdotario de la historia de la ciencia… y sin necesidad de encontrar la Piedra Filosofal.

Seaborg falleció en 1999, seis meses después de sufrir un derrame cerebral durante una conferencia.

Fuentes: The transuranium people. The inside story (Albert Ghiorso, Darleane Hoffman, Glenn T. Seaborg)/The Manhattan Project. The making of the atomic bomb (Al Cimino)/Adventures in the atomic age. From Watts to Washington (Glenn Theodore Seaborg y Eric Seaborg)/The men of Manhattan. Creators of the Nuclear Era/Cathedrals of Science. The personalities and rivalries that made modern Chemistry (Patrick Coffey)/Wikipedia. Jorge Álvarez, LBV:
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