La expedición de Nerón a Etiopía y las Fuentes del Nilo.
Imagen: Horrible Histories TV
La Historia de las grandes
exploraciones decimonónicas nos cuenta que el descubridor de las Cataratas
Murchinson fue el aristócrata aventurero Samuel Baker, quien buscando las
fuentes del Nilo, llegó a ese mágico lugar en 1864 acompañado de su esposa
Florence y les puso ese nombre en honor al presidente de la Royal Geographical
Society. Ahora bien ¿seguro que no llegó alguien antes? Parece que sí y no sólo
antes sino con casi dos milenios de antelación: hay historiadores que opinan
que ese honor correspondería a una expedición enviada por el mismísimo
emperador Nerón.
Como explicábamos hace
poco en el artículo dedicado a las expediciones romanas por el áfrica
subsahariana, el imperio no penetró mucho en el continente negro y se limitó a
controlar y explotar la costa mediterránea, que dividió en varias provincias:
Mauretania (Tingitana y Cesariensis), Numinisa, África Proconsularis, Cirenaica
y Egipto. Pero hubo varios intentos de ir más allá del desierto del Sahara
documentados por Plinio el Viejo en su Historia natural: fueron cinco,
encabezados sucesivamente por Cornelio Balbo, Suetonio Paulino, Septimio Flaco,
Julio Materno y Valerio Festo, todos ellos durante el siglo I d.C.
Las cinco expediciones que menciona Plinio el Viejo. Imagen 48f en Wikimedia Commons.
Ahora bien, esas insólitas
expediciones, fundamentalmente con objetivo comercial, se realizaron en una
misma dirección: la zona que abarca desde la costa atlántica africana (que
incluiría desde el actual Marruecos hasta Guinea, incluyendo Canarias, Madeira
y Cabo Verde, visitadas por mar), hasta la región que Ptolomeo bautizó como
Agisymba, en el entorno del lago Chad, pasando por la que bañan los ríos
Senegal y Níger. Pero hacia el año 61 d.C. el emperador Nerón organizó otra con
un itinerario diferente, remontando el Nilo hasta sus fuentes para recabar
información sobre esas desconocidas tierras con vistas a la invasión de Etiopía
que estaba planeando.
El mundo romano, por esas
latitudes, terminaba en Meroe, un lugar que hoy conocemos por el centenar de
agudas pirámides que caracterizan emblemáticamente su patrimonio monumental.
Por entonces, Meroe formaba parte del antiguo reino de Kush, el cual se
extendía por la región de Nubia (norte del actual Sudán, hasta la confluencia
del Nilo Blanco con el Azul). Un lugar rico en oro y otros productos que atrajo
la codicia de los egipcios, que lo conquistaron en una campaña iniciada por
Mentuhotep II y terminada por Sesostris I, durante el Imperio Medio, aunque
luego fue necesaria una segunda invasión durante el Nuevo.
El reino de Kush en el año 400 a.C, con Egipto conquistado por los persas. Imagen de dominio público en Wikimedia Commons.
Paradójicamente, siglos
después los kushitas invirtieron las tornas y se hicieron con el control de
Egipto instaurando su propia dinastía, la de los llamados faraones negros, que
reinó entre los años 751 y 656 a.C. Con la invasión asiria de Egipto, se
retiraron a su tierra, trasladaron la capital de Napata a Meroe y permanecieron
independientes, rechazando luego el intento de conquista del persa Cambises II,
al menos en parte. Entonces aparecieron los romanos, que en el siglo I a.C. se
anexionaron Egipto, lo convirtieron en provincia y Augusto nombró como primer
gobernador a su amigo, Cayo Cornelio Galo.
Galo fue un poeta alabado
por Virgilio y Ovidio pero no estaba allí por sus virtudes artísticas sino por
las militares, que fueron puestas a prueba por una rebelión en la parte
septentrional de Nubia. Eso le obligó a pasar la Primera Catarata, tomar la
isla de Filé y, finalmente, firmar un acuerdo con el rey Teritegas de Meroe,
que aceptó ser vasallo de Roma. Dión Casio cuenta que el éxito se le subió a
Galo a la cabeza y terminó acusado de faltarle al respeto al emperador, por lo
que se suicidó.
Retrato de Cornelio Galo. Foto de The Cleveleand Museum of Art.
Como Augusto tuvo que
enviar buena parte de las tres legiones acantonadas en Egipto a la conquista de
la península arábiga, Teritegas aprovechó la ocasión para levantarse en armas
contra Egipto, pues estaba descontento con la gestión abusiva de sus monarcas,
atacando exitosamente el sur en el año 25 a.C., tal como cuenta Estrabón (que
por entonces vivía en Alejandría). El gobernador interino, Petronio, acudió a
hacerles frente y los derrotó en Pselchis.
El rey enemigo había
muerto repentinamente poco antes y le sucedió la kandake (reina) Amanirena, que
se encontró con una difícil situación: los romanos avanzaban imparables sobre
Napata y rechazaban su oferta de paz. Afortunadamente, tras tomar la ciudad
decidieron regresar ante la inminente llegada del verano y dado que no sabían
qué había más allá. Amanirena terminó firmando un tratado con Augusto que fue
provechoso para ambos pero tras la muerte del emperador la influencia de Roma
en el país experimentó un retroceso.
Representación de Amanirena a partir de un bajorrelieve. Imagen Pinterest.
Por ello, lo que hubiera
al sur seguía siendo ignoto, empezando por el nacimiento del río que vertebraba
el país. Plinio el Viejo dejó escrito que “las fuentes del Nilo no se han
determinado. Fluye a través de desiertos abrasadores a una distancia
inmensamente larga y solo ha sido explorado por investigadores civiles”. Las especulaciones
sobre allende Meroe hablaban de grandes bosques de ébano y montañas de fuego,
de fieras inauditas y hombres enanos.
Así, todo parecía propicio
para que Nerón idease el referido viaje a Etiopía, el nombre que los griegos le
habían dado a Kush. Para esa exploración previa designó a un contingente de
pretorianos dirigido por un tribuno y varios centuriones cuidadosamente
escogidos. Salieron de Egipto en el año 61 d.C. en dirección a Meroe, donde se
entrevistaron con el rey Amanikhabale asegurando que buscaban las fuentes del
Nilo y ocultando el plan de conquista. Él “les proporcionó ayuda y les dio
cartas de presentación para los gobernantes vecinos”, según narra Séneca en su
Cuestiones naturales.
Nerón visto por el artista Jan Stycka. Imagen de Motty en Wikimedia Commons.
A partir de allí avanzaron
casi un millar de kilómetros descubriendo que la veintena de ciudades que
reseñaban los libros griegos estaban en ruinas desde hacía siglos. Dejando
atrás la Quinta Catarata y el desierto nubio, entraron en una tierra más verde
donde vivían elefantes, mandriles y rinocerontes, entrando en el Sudd. Se trata
de una vasta región pantanosa del sur de Sudán formada básicamente por tres
cauces fluviales que hoy conocemos como Bahr el-Zeraf (Río de las Jirafas), el
Bahr al-Ghazal (Río de las Gacelas) y el Bahr el-Jebel (Río de las Montañas),
este último la rama principal del Nilo blanco.
En temporada de lluvias
puede extenderse hasta trece mil kilómetros cuadrados, así que no es difícil entender
que la marcha resultó penosa y lenta, entre calor asfixiante, altísima humedad,
vegetación podrida, papiros, cocodrilos, hipopótamos y mosquitos. Como era casi
imposible moverse pisando aquel fondo cenagoso y tampoco había profundidad para
embarcaciones, los romanos, escasos de víveres y muchos de ellos afectados de
enfermedades tropicales, decidieron dar media vuelta y dar por concluido su
periplo.
El itinerario de la expedición, siguiendo el curso del Nilo. Imagen de Hel-hama en Wikimedia Commons.
“Llegamos a grandes
pantanos cuyas fronteras incluso los nativos desconocían. No pudimos encontrar
los límites de ese lugar” cuenta Séneca que dijeron. Se calcula que habían
recorrido casi dos mil quinientos kilómetros desde la frontera egipcia, pero
falta aclarar el relato que refirieron a Nerón dos legionarios sobre un curioso
y sugestivo accidente geográfico, y que de nuevo recogió Séneca: “Allí vimos
dos rocas enormes, de las que manaba un río de caudal inmenso…” Los soldados
aseguraban que ese agua venía de un gran lago que estaba más al interior.
La descripción parece
ajustarse a las Cataratas Murchinson, un salto fluvial no muy alto (cuarenta y
tres metros) pero en el que el río, procedente del lago Victoria y en dirección
al Alberto, pasa por un estrecho canal entre grandes rocas separadas por apenas
siete metros y adquiriendo una descomunal presión de trescientos metros cúbicos
por segundo. Si realmente vieron aquel espectáculo en persona, ello significa
que llegaron a Jinja, en la parte septentrional del lago; es decir, a Uganda.
La impresionante potencia de las Cataratas Murchinson. Foto de dominio público en Wikimedia Commons.
Aunque Séneca se mostró
escéptico, Nerón sí creyó esa historia y asumió el triunfo de haber descubierto
las fuentes del Nilo, el Caput mundi, con su habitual capacidad de
escenificación artística, mostrándose en público rodeado de africanos y
organizando eventos en los que ponía a etíopes de figurantes, según Dión Casio.
El plan de conquista se puso en marcha con el envío de tropas a Egipto, entre
ellas la Legión XV Apollinaris, que venía de pacificar Partia, y una unidad
auxiliar de reciente creación, con hombres del Africa Proconsularis, llamada
Ala Siliana.
Pero en el 66 d.C. el plan
se torció cuando los judíos se rebelaron y esa legión tuvo que ser enviada a
sofocar la insurrección (por cierto, su general era Tito, futuro emperador).
Dos años más tarde Nerón se suicidó y mientras cuatro candidatos se disputaban
el trono, Etiopía cayó en el olvido. Con ella, la odisea de unos soldados que
pudieron haber descubierto las fuentes del Nilo exactamente mil ochocientos
tres años antes que Samuel Baker.
Fuentes: Cuestiones naturales (Lucio Anneo
Séneca)/Historia natural. Libro V (Plinio, el Viejo)/Desert legions: the romans
in Africa (Raoul McLaughlin en History Today)/A companion to the Neronian Age
(Emma Buckley y Martin Dinter)/Wikipedia. Jorge Álvarez, LBV: https://www.labrujulaverde.com/2018/01/la-expedicion-de-neron-a-etiopia-que-pudo-descubrir-las-fuentes-del-nilo
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