El Tesoro de Guarrazar: Siglo y medio para resolver un enigma visigodo
El arqueólogo Juan Manuel
Rojas ha resuelto uno de los enigmas que desde hace más de 150 años intentaban
desentrañar los expertos en historia y arqueología con escaso éxito: ¿quién y
por qué se escondió una veintena de coronas de oro visigodas, además de
numerosos cálices y cruces del valioso metal, en un paraje deshabitado a 15
kilómetros de Toledo, en el municipio de Guadamur? Es lo que se conoce como
Tesoro de Guarrazar, por el nombre de la finca donde fue hallado, un relato en
el que se entremezclan traiciones, robos, intrigas diplomáticas y hasta
abominables criminales nazis.
El descubrimiento del tesoro, en 1858, llegó a tener un gran impacto.
Para entender la historia
hay que remontarse hasta el año 711 cuando las tropas musulmanas y bereberes de
Táriq Ibn Ziyad atravesaron la Península sin apenas resistencia militar. Su
aplastante victoria frente a los ejércitos de don Rodrigo en la batalla de la
Laguna de la Janda —también conocida como batalla de Guadalete—les había dejado
el camino expedito hacia la capital del reino visigodo, Toledo.
La hipótesis hasta ahora
manejada por los especialistas es que los cristianos tomaron la decisión de
ocultar el tesoro real –que fueron recogiendo por todas las iglesias y palacios
del reino– en una solitaria huerta para recogerlo una vez pasado el peligro.
Abrieron dos fosas y en ellas vertieron coronas, cálices, joyas y cruces de oro
recubiertas de gemas y esmeraldas. Durante más de 1.100 años quedaron así
ocultas hasta que Escolástica Morales, hija de Francisco Morales y María Pérez,
sintió una necesidad fisiológica al volver desde Toledo en el verano de 1858.
Al ocultarse tras unas piedras vio un hueco y dentro de él un objeto que
brillaba. Padres e hija comenzaron a extraer las impresionantes piezas, las
lavaron en una charca cercana, llenaron las alforjas del burro que los
acompañaba y siguieron su camino en mitad de una fortísima tormenta. Lo que no
sabían es que otro vecino de Guadamur, Domingo de la Cruz, les observaba a unos
metros. Cuando se marcharon, él se acercó al hueco y descubrió otro de las
mismas dimensiones. Allí se ocultaba la otra parte del increíble tesoro.
Museo Arqueológico Nacional, Tesoro de Guarrazar.
La pregunta que queda
desde entonces en el aire es: ¿por qué se ocultaron las joyas reales en la mitad
del campo sin puntos de referencia claros para recuperarlas? El enigma ha provocado
desde su hallazgo y posterior pérdida –el conjunto fue vendido al Estado
francés– numerosas polémicas políticas e históricas, que se han plasmado
últimamente en dos libros: la novela El último tesoro visigido (Penguin Random
House), del académico de Historia José Calvo Poyato, y Guarrazar, el tesoro
escondido, del historiador Pedro Antonio Alonso Revenga.
Juan Manuel Rojas lo
explica así: “No tenía ningún sentido lo que se decía de que lo ocultaron en
una huerta. Por eso, empecé a excavar en la parcela donde se halló y que en
1859 ya excavó Amador de los Rios. Él encontró diversas estructuras y restos
arquitectónicos, lápidas [incluida la del presbítero Crispinus, que se conserva
en el Museo Arqueológico Nacional]. Pero se seguía con la teoría de la huerta.
Era cuestión de verlo todo desde un punto global”. Así, con la ayuda decidida
del Ayuntamiento de Guadamur, inició unas investigaciones que han dado lugar,
además, a un parque arqueológico visitable.
Tres cruces de oro del Tesoro de Guarrazar.
Durante los últimos años
han aflorado los muros de un edificio de más de 30 metros de longitud, una
iglesia basilical, los restos de un posible palacio, un cementerio visigido y
hasta una edificación que servía de residencia a los peregrinos. Porque las
pesquisas de Rojas le permiten afirmar que el lugar donde se halló el tesoro
era, en realidad, un complejo religioso, semejante al santuario de Lourdes
(Francia), con aguas curativas propias (el pozo donde los Morales limpiaron las
joyas) y donde los cristianos venían a pedir a Dios su sanación. Por eso, y
dada su importancia, el tesoro real se guardaba allí, en los edificios
religiosos y reales, de cuyos techos colgaban las coronas votivas de los
monarcas.
Cuando sus ocupantes
conocieron el avance imparable de los musulmanes, aterrados, buscaron un lugar
donde enterrar las joyas. Se les ocurrió que lo mejor era meterlas en el
cementerio. Allí nadie miraría. Levantaron dos lápidas, escondieron los
preciados objetos, los taparon con piezas de tela y arena y volvieron a poner
los cadáveres encima. Cuando Escolástica se ocultó para hacer sus necesidades
más de mil años después, buscó el lugar más protegido: lo que ella no reconoció
como la valla del desaparecido cementerio.
El responsable del centro de interpretación del tesoro de Guarrazar y autor del libro El tesoro escondido , Pedro Antonio Alonso.
En 2014, durante las
labores de excavación de uno de los grandes edificios desenterrados, la
alcaldesa de Guadamur, Sagrario Gutiérrez, comenzó a remover con una palita una
pequeña alberca hallada junto a una estructura arquitectónica. Buscaba
encontrar de dónde procedía el manantial que llenaba la balsa. Escarbó hasta
que la pala hizo aparecer algo azul: era una de las joyas que se habían
desprendido de las coronas cuando los Morales las lavaron en lo que creyeron un
pozo y que no era otra cosa que el lugar donde los peregrinos tomaban el agua
del santuario.
Himmler entra en juego.
El Tesoro de Guarrazar fue
vendido en 1856 a diversos joyeros toledanos. Numerosas piezas fueron fundidas
y desmontadas para hacerlas desaparecer de las autoridades y de la policía.
Otras, en cambio, se conservaron y terminaron en manos del diamantista José Navarro.
Este las vendió al Museo de Cluny (Francia). El Gobierno español, en mitad de
un fortísimo escándalo que llegó a las Cortes, intentó recuperarlas sin éxito.
Napoleón III esgrimía las más peregrinas excusas.
Finalmente, en 1941, con
una Francia ocupada, el lugarteniente de Adolf Hitler, el nazi Heinrich
Himmler, devolvió al Gobierno de Francisco Franco buena parte del hallazgo,
además de piezas arqueológicas como la Dama de Elche. Hoy en día, gran parte
del descubrimiento se puede admirar en el Museo Arqueológico Nacional y en el
Palacio de Oriente, en Madrid, mientras que otras joyas se conservan en el
Museo de Cluny.
Himmler en su visita a España, ante la réplica de la Dama de Elche.
"Es una historia
apasionante que aún no ha acabado", señala el catedrático de Historia José
Calvo Poyato. "Domingo de la Cruz, el otro vecino que halló numerosas
alhajas, agobiado por la presión, regaló a Isabel II parte de lo que encontró,
incluida la corona de Suintila. Esta se guardó en la armería del Palacio Real
hasta 1921, cuando fue robada". Calvo recuerda que las pesquisas policiales
fracasaron, aunque estuvieron cerca de encontrarla. "¿Dónde está la corona
de Suintila, el rey visigodo que expulsó a los bizantinos de la Península? Ese
es otro de los misterios aún sin resolver. Indudablemente es una historia
apasionante que da para muchos más libros", concluye el académico.
Reproducción de la corona de Suintila, robada en 1921, que se expone en el museo de Guadamur.
UN PASEO POR LA HISTORIA
Guadamur es un pequeño
pueblo toledano recubierto de olivos que guarda dos joyas: su impresionante
castillo en un excelente estado de conservación y el Tesoro de Guarrazar. Sobre
este último, y gracias a la cooperación público-privada, se han abierto dos
lugares para conocer mejor la historia del que está considerado el más
importante conjunto de joyas visigodas de Europa. En la localidad hay un centro
de interpretación municipal donde se reproducen todas las coronas, cálices y
cruces desenterrados en la finca de Guarrazar, además de amplios paneles que
explican de manera clara el reinado de los visigodos. También se pueden admirar
piezas arquitectónicas encontradas por los vecinos en la zona y que han sido
donadas al Ayuntamiento.
Castillo de Guadamur.
A poco más de un par de
kilómetros, se levanta un cuidado yacimiento. Incluye visitas guiadas por los
terrenos y la posibilidad de hacer actividades arqueológicas y medioambientales
con los niños. El precio por persona es de 8 euros, descuentos para
desempleados y gratuidad para niños menores de 10 años.
Fuente: El País, Vicente
G. Olaya:
Revisión y diseño:
elcofresito.
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