9 rincones de museos en los que valdría perderse toda una vida



¿Qué nos viene a la mente cuando pensamos en museos? Supongo que depende de la persona. Habrá quién al pensar en un museo sienta todo el peso del aburrimiento, o todo un mundo lleno de posibilidades placenteras, estéticas e intelectuales.

Hemos preguntado a diversas personas cuáles son sus rincones favoritos en los museos, o sus lugares especiales a los que siempre vuelven, ya sea físicamente o través de la memoria, y nos han entregado multitud de respuestas. El Museo del Prado es uno de los que cuenta con más adeptos, pero han aparecido muchísimos rincones. El Museo de Rodin; la sala El Origen de lo Hondo en el Julio Romero de Torres; El Foso patio del museo MET-Breuer de Nueva York, que es un oasis de tranquilidad en medio de Manhattan; El Palacio Fortuny de Venecia; la sala Simonet en Málaga; el Orsay; y un largo etcétera.

Hay quien, como Fegere Piouh, señala que después de la borrachera pictórica le encantaba sentarse un buen rato en uno de los bancos del Claustro de los Jerónimos, pues agradecía el silencio mientras meditaba o escribía. Y otros que destacan la belleza del Museo Louisana de Copenhague, del Museo Nacional de Mérida, o de la cúpula del Museo de Catalunya. De entre todas las respuestas que obtuvimos hemos seleccionado varios lugares preciosos para perderse y a los que volver sería un placer.


The National Portrait Gallery, Londres

Siempre que se va a Londres, hay que visitar la National Portrait Gallery y algunas de sus salas. Entre ellas, destaca la 18, porque en ella está el retrato de Jane Austen. Quién escribió sólo seis novelas y en ellas está todo lo que se debe saber sobre la vida. Es una escritora extraordinaria. Y en la sala también está Keats, EL Poeta, y Mary Shelley; en fin, una compañía de lo más agradable. Vomos a verlos para rendirles admiración, pleitesía y gratitud. La National Portrait es, además, uno de los museos favoritos porque su concepto museístico (sólo retratos) nos parece una maravilla.


En el Philadelphia Museum Art, Filadelfia

Es un rincón maravilloso. Donde dicen que hay un antes y un después en el "Etant Donnes" al que se ve por primera vez.



El Isabella Gardner, Boston

El museo en general es magnífico: fue la mansión de una mujer que dedicó toda su fortuna a la belleza. Creemos que la frivolidad bien entendida es algo muy serio. Ella estaba obsesionada con Europa, así que el patio interior evoca Italia. Boston era extraño, pero en ese lugar se sentía en casa.


En el Reina Sofía, Madrid

Es gracias a ese cuadro de Saura donde se siente una revelación sobre qué representa la imagen: una lucha entre el pintor y una superficie donde el resultado es su terrible visión sobre la vida. Y es terrible no porque no es bella, sino porque se hace visible.


Las caras de arcilla del Museo Judío, Berlín

Recordamos un manejo perfecto del espacio, de la luz, de la sombra, de las texturas, pero sobretodo del sonido y del silencio. El silencio es inmenso, desolador, te sientes vacío y solo. Las caras de arcilla, tan bien elegidas, rechinan cuando pisas en ellas, te da la sensación de oír a los prisioneros gritar. En el frente hay muros fríos, de hormigón, que aumentan más aún esa sensación de claustrofobia. Arriba, un tímido filtro de luz cayendo sobre las personas, nosotros lo veíamos como un último rayo de esperanza. Nos pareció todo un ejercicio de empatía bestial.


En el Museo Rodin, París

Es un museo en el que no se cansan. Además, que tiene obras para todos los niveles y te dejan acercarte o alejarte como quieras. Tiene también unos jardines estupendos por los que pasear y sentarte es un placer.


El suelo al lado de Marte, en Madrid

El Marte nunca está en el Museo del Prado. Es el Velázquez que más alquilan a museos extranjeros cuando presentan alguna exposición del Siglo de Oro. Es el dios más rentable del museo. Cuando está en la sala comparte espacio con "Las hilanderías" y "Mercurio y Argos". Antes deben cruzar por delante de "Pablo de Valladolid" y "Menipo", los otros dos de los cinco mejores. La sala donde está Marte es alarmante, llena de humedad (de los acuíferos que ahogan El Prado) y el color de la pared es desvaído. Es una sala pequeña, terrible y cuando hay inundaciones de turistas no cabe ni un alma. Pero a veces se queda tranquila y es en ese momento cuando hay que mirar a Marte desde abajo, porque era una pintura pensada para estar en altura.

Hay personas que se acuestan para verla. Hay que perder el miedo a los museos, desacralizarlos y rebatirlos, desde su forma de usarlos.


Un pasillo desde el que mirar

Más que un rincón favorito lo que gusta es el efecto de verlo desde ese angulo, le quita un poco la sensación de museo y lo convierte en una capilla y hace la escena más íntima.


La sala de escultura antigua del MET, Nueva York

En la sala de las estatuas griegas del Metropolitan.


Visitar un museo es, como dejan entrever los testimonios, caminar al lado de alguien especial, disfrutar de un momento en soledad, percibir la belleza, y cruzar a través de ella. Para nosotros tampoco es distinto.

Cada vez que se visita un museo o algún rincón de él, alguna sala, algún espacio en concreto, queda anclado en la memoria para siempre, unido a un montón de sensaciones.

Hay que perder el miedo a los museos, decía Peio H Riaño. Pasear por ellos, recorrer sus pasillos, mirar los cuadros que nos gustan desde el suelo. Llenarlos de vida, de nuestras vidas. Resignificarlos es una manera de re-entender la relación que podemos llegar a establecer con los espacios culturales, que a menudo se relacionan con procesos intelectuales o aspiraciones estéticas, que en ocasiones nada tienen que ver con las pretensiones de quiénes los visitan.

¿Quién no ha amado, reído, llorado o sentido la vida misma en un museo?

Fuente: Deborah García Sánchez-Marín, Magnet:
Revisión y Diseño: elcofresito.

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