Percival Lowell, el hombre que fue Marte
“En los últimos años
del siglo diecinueve nadie habría creído que los asuntos humanos eran
observados aguda y atentamente por inteligencias más desarrolladas que la del
hombre y, sin embargo, tan mortales como él; que mientras los hombres se
ocupaban de sus cosas eran estudiados quizá tan a fondo como el sabio estudia a
través del microscopio las pasajeras criaturas que se agitan y multiplican en
una gota de agua. Con infinita complacencia, la raza humana continuaba sus
ocupaciones sobre este globo, abrigando la ilusión de su superioridad sobre la
materia. Es muy posible que los infusorios que se hallan bajo el microscopio
hagan lo mismo. Nadie supuso que los mundos más viejos del espacio fueran
fuentes de peligro para nosotros, o si pensó en ellos, fue sólo para desechar
como imposible o improbable la idea de que pudieran estar habitados”.
Con estas palabras
comienza el Libro Primero (“La Llegada de los Marcianos”) de La Guerra de los
Mundos (The War of the Worlds, 1896) de H.G. Wells. Por entonces, Marte
fascinaba al público debido a las observaciones realizadas por Giovanni
Schiaparelli durante la gran oposición de 1877.
Este creyó vislumbrar
sobre la superficie del planeta una densa red de las estructuras lineales que
llamó canali. La errónea traducción al inglés de esta palabra como canals, que
hace referencia a construcciones artificiales, en lugar de channels, que indica
formas naturales del terreno, dio lugar a una oleada de hipótesis y
especulaciones sobre la posibilidad de vida inteligente en Marte.
En 1892, cuándo su
vista fallaba, Schiaparelli anunció que se retiraba de la observación de Marte.
Fue entonces cuando el diplomático y astrónomo aficionado estadounidense
Percival Lowell decidió tomar su lugar.
Nacido en Boston
(Massachusetts) el 13 de marzo de 1855, Lowell provenía de una familia
adinerada. Se graduó con distinciones en Matemáticas en la Universidad de
Harvard en 1876, y entre 1883 y 1893 fue consejero y secretario exterior de la
Misión Especial de los Estados Unidos en la península coreana. En esos años
escribió varios libros sobre las culturas orientales.
En 1894 regresó a su
país decidido a continuar las investigaciones de Schiaparelli. Quería un lugar
de observación que no estuviera perturbado por las nubes, las turbulencias
atmosféricas y las luces de las ciudades, por lo que escogió el desierto de
Arizona. En el poblado de Flagstaff, instaló su Observatorio Astronómico y se
abocó al estudio del planeta Marte, en especial de los canales que le
fascinaban.
A través de la lente
de su telescopio, Lowell vio o creyó ver zonas brillantes y oscuras en la
superficie, un indicio de casquete polar y numerosos canales que incentivaban
su imaginación. Llegó a la conclusión de que Marte estaba habitado por una
antigua civilización que había construido una red de acequias que transportaban
agua desde los casquetes polares hasta las ciudades del Ecuador. Sin duda se
inspiraba en los grandes canales que por ese entonces se estaban construyendo
en el Mediterráneo y en América. Creyó además que los cambios estacionales de
las zonas oscuras eran resultado del desarrollo y marchitamiento de la
vegetación marciana.
Para Lowell, Marte
tenía una geografía desierta similar al sudoeste de los Estados Unidos, donde
estaba instalado su telescopio, y con un clima frío, pero soportable, similar
al del sur de Inglaterra. El aire estaba enrarecido y el oxígeno era escaso.
Estas ideas quedarían plasmadas en obras como Mars (1895), Mars and Its Canals
(1906) y The Genesis of the Planets (1916).
Uno de los primeros
en oponerse a las ideas de Lowell fue Alfred Rusell Wallace, ingeniero y
codescubridor de la teoría de la evolución con Charles Darwin. Wallace observó
que las temperaturas de Marte no eran como las de Inglaterra, sino que en la
mayoría del planeta eran inferiores al punto de congelación del agua, el aíre
era mucho más enrarecido a lo que Lowell supuso y su superficie presentaba
tantos cráteres como la de la Luna. Por ende, concluyó que:
“cualquier intento de
transportar este escaso excedente (de agua) por medio de canales de gravedad
hasta el ecuador y el hemisferio opuesto, a través de regiones desérticas
terribles y expuestas a cielos tan despejados como los que describe el señor
Lowell, tendría que ser obra de un equipo de locos y no de hombres
inteligentes”.
A partir de entonces
se multiplicaron las críticas a sus teorías y Lowell comenzó a quedar solo
hasta que él mismo se rindió ante la evidencia. La estocada final la darían las
sondas soviéticas y estadounidenses que en la década de 1970 recorrieron el
vecino planeta sin encontrar los famosos canales. Sin embargo, la visión de un
Marte parecido a la Tierra y poblado por seres inteligentes persistió en la
cultura popular y dio origen a numerosas obras de ciencia ficción de autores
como Isaac Asimov, Robert Heinlein, Edgar Rice Burroughs, Ray Bradbury o
Stanley Robinson.
Lowell haría otras
contribuciones al campo de la astronomía. Teorizó la existencia de un nuevo
planeta tras la órbita de Neptuno, algo que fue comprobado por Clyde Tombaugh,
un astrónomo del Observatorio Lowell, catorce años después de su muerte. El
planeta se denominó Plutón, nombre del dios romano del inframundo y cuyas dos
primeras letras representaban las iniciales de Percival Lowell. También
descubrió el asteroide 793 Arizona el 9 de abril de 1907. Desde 1902 hasta su
muerte fue profesor no residente en el Massachusetts Institute of Technology
(MIT).
Percival Lowell
falleció en Flagstaff el 12 de noviembre de 1916. En la actualidad un cráter en
la Luna y otro en Marte llevan su nombre. El Observatorio que creó aún sigue
funcionando y ha realizado numerosos descubrimientos que amplían nuestra
comprensión del Universo.
Fuente: Lic. Luciano
Andrés Valencia. Revista de Historia:
Revisión y Diseño:
elcofresito.
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