El sitio de Leningrado (1941-1944)



La bella ciudad que fundó el zar Pedro I el Grande con el nombre de San Petersburgo en la desembocadura del rio Neva a principios del siglo XVIII, sufrió durante la segunda guerra mundial uno de los sitios más largos de la historia. El bloqueo duró de septiembre de 1941 hasta enero de 1944.

La radiofonía soviética decía que aquella situación no duraría mucho, pero se prolongó 872 días. Los habitantes de Leningrado fueron víctimas del fuego del enemigo, pero también del severísimo control de las autoridades soviéticas


En la madrugada del 21 al 22 de junio de 1941 Alemania atacó por sorpresa a la Unión Soviética. La Operación Barbarroja, largamente preparada por el Estado Mayor alemán, se ponía en práctica a pesar del pacto germano-soviético firmado en agosto de 1939. Uno de los principales objetivos militares de la Wehrmacht era Leningrado. Ante todo, por el valor icónico de esta ciudad: era allí donde había estallado, en octubre de 1917, la revolución que pretendía cambiar el mundo. Pero también por ser un centro industrial y un nudo de comunicaciones de primer grado. La destrucción de la Unión Soviética debía empezar en Leningrado. En palabras de Hitler, la ciudad debía ser borrada del mapa.


A mediados del mes de agosto las tropas alemanas ya se encontraban cerca de su objetivo. Debían cruzar el Neva por la orilla izquierda y unirse a las fuerzas finlandesas que avanzaban desde el istmo de Carelia, al norte de la ciudad. Pero la heroica resistencia de las tropas y milicias soviéticas desbarató aquellos planes. Ante el avance de la Wehrmacht, la población de Leningrado fue movilizada en masa para construir defensas antitanques y reforzar las fortificaciones. Las tropas del Eje fueron frenadas en las afueras de Leningrado en otoño de 1941. Entonces sus generales decidieron bloquear la urbe por mar y por tierra.


El cerco se completó el 8 de septiembre de 1941. A partir de entonces, cientos de miles de soldados -alemanes, finlandeses, españoles (la División Azul) e italianos- se instalaron a lo largo del extenso perímetro de la ciudad. Los bombardeos causaron decenas de miles de víctimas. Pero también el frío, las enfermedades y, sobre todo, el hambre, acabaron con la vida de la mitad de la población de Leningrado, estimada en dos millones largos de almas. La mayor parte de los sitiados eran mujeres, ancianos y niños. Los hombres mayores de cincuenta y cinco años estaban en el frente o bien en algún campo de trabajo del Gulag.

El cerco de la ciudad duró casi novecientos días. Al principio, los ciudadanos de Leningrado esperaban que la llegada del frío obligaría a los sitiadores a levantar el asedio. En pleno invierno la temperatura puede descender hasta cuarenta grados en las costas del Báltico. Pero llegó puntual el general invierno y los alemanes no se fueron. Se quedaron en las puertas de Leningrado esperando que sus habitantes se rindieran azuzados por el hambre y el desánimo. Sin embargo, nada de esto ocurrió.


En los primeros días del ataque los alemanes destruyeron los almacenes Badaiev, donde se guardaban tres mil toneladas de harina y dos mil de azúcar. A medida que pasaban las semanas las autoridades municipales fueron reduciendo las raciones de pan. Quien perdía la cartilla de racionamiento podía darse por muerto.  No recibía una nueva porque había quien las robaba o bien recogía las de los muertos. A finales de noviembre la ciudad ya pasaba hambre.

La escasa ración que recibían los habitantes de Leningrado se completaba con tortas de salvado o linaza, cortezas, sopa de ortigas y otras hierbas, flores de árboles y arbustos… Los hambrientos también comieron restos de caballos, gatos, perros, pájaros, cola de carpintero, goma de pegar, grasa de los tanques… En un solo mes, diciembre de 1941, murieron de hambre cincuenta y tres mil personas. Entre enero y marzo de 1942, por lo menos dos mil cada mes. Fue la época más dura del sitio. Se calcula que entonces se dieron entre mil y dos mil casos.


Muchos ciudadanos también pasaban frío; a falta de otro combustible -el carbón y el petróleo de los almacenes pronto se agotó- quemaban muebles en las estufas. Cuando se terminaron los muebles, demolieron las casas de madera -en aquella época aún quedaban muchas en Leningrado-. Para combatir el frío, incluso se quemaron revistas y libros de bibliotecas públicas y particulares.

A falta de agua potable, el precioso líquido se sacaba del Neva y de sus canales. Cuando el río se helaba, había que practicar agujeros en el hielo con picos y palas y luego meter en él los cubos, operación nada fácil. Largas cadenas humanas formadas por cientos de mujeres llevaban agua desde el Neva a los hornos de pan para que los panaderos pudieran amasar la harina.


Los bombardeos aéreos no respetaban nada. Destruían fábricas, estaciones ferroviarias, almacenes y centros administrativos, pero también hospitales, escuelas, jardines de infancia y edificios religiosos. En invierno, cuando todo estaba helado, no había agua para apagar los incendios. Las llamas eran tantas que el cielo de la ciudad resplandecía en plena noche. Algunos edificios quemaban durante días. Era una escena apocalíptica.

Después del caos de los primeros meses, a partir de 1942 el abastecimiento de la ciudad se hizo a través del lago Ladoga, con gabarras al principio. Cuando el lago se heló, por una ruta que pronto se llamó El Camino de la Vida. Era un auténtico cordón umbilical, una estrecha franja libre entre las tropas finlandesas al norte y las alemanas al sur. En barcos o en camiones sobre el hielo miles de toneladas de subsistencias, medicinas, municiones y otras mercancías llegaron a Leningrado durante muchos meses. Por este camino fueron evacuados de la ciudad decenas de miles de niños, ancianos, enfermos y heridos.

En enero de 1943 las tropas soviéticas lograron romper el cerco. En la brecha abierta en las líneas enemigas, los rusos construyeron una vía férrea. Pero los trenes no siempre llegaban a su destino por los ataques de la artillería y de la aviación de las fuerzas del Eje.


Un año más tarde, el 27 de enero de 1944, Leningrado fue liberada por las tropas soviéticas, que encontraron una ciudad medio vacía. Se calcula que el total de muertos durante el sitio fue superior al millón, la mayoría civiles. Una escena cotidiana en las calles y plazas de la ciudad durante aquellos días era la de una persona tirando con un trineo cargado con un cadáver amortajado y camino de una fosa común.

Fuente: Josep Torroella Prats, Revista de Historia
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