La fundación de Constantinopla, el nacimiento de la nueva Roma
En la tierra existen lugares privilegiados, lugares
que simplemente por su emplazamiento geográfico están destinados a observar los
principales acontecimientos de la historia universal. El Estrecho del Bósforo
que separa Asia de Europa y más concretamente una pequeña península denominada
el Cuerno de Oro que controla el paso entre los dos continentes, es sin duda
uno de los mejores ejemplos conocidos.
Nos remontamos al siglo VII a. C. En aquellos momentos
las ciudades-estado independientes de la antigua Grecia tenían problemas de
superpoblación, debido a la escasez de territorios fértiles donde plantar el
trigo con el que abastecer a sus ciudadanos. Un lugar cercano, los alrededores
del Mar Negro, ofrecía una magnífica oportunidad para convertirse en el granero
de los griegos.
Byzas, uno de estos griegos, partió de Mégara cerca de
Atenas, en busca de un lugar donde asentar a sus vecinos. Como era habitual en
la época pasó previamente por el Santuario de Delfos, para preguntarle a la
sibila cuál era el mejor lugar para ello. Su contestación extrañó a Byzas, el
mejor lugar era “frente a la ciudad de los ciegos”. Cuando Byzas llegó al
Cuerno de Oro, pensó que los griegos que fundaron enfrente la ciudad de
Calcedonia, estaban realmente ciegos por no haber elegido aquel lugar. En este
punto acabamos de navegar entre las brumas de la tradicional mitología griega y
la historia, pero lo cierto es que a partir del año 657 a. C., la ciudad que se
comenzó a construir recibirá por derivación el nombre de su mítico fundador,
Bizancio.
Murallas de Constantinopla.
El lugar tenía todo lo que necesitaba un pueblo de
comerciantes como eran los griegos. La Península era fácilmente defendible con
la sola construcción de una muralla que separara la ciudad del continente, el
resto de la misma era defendida desde el mar. Se construyeron dos puertos, en
ambos se ubicó la poderosa flota bizantina que controlaba la entrada al Mar
Negro, verdadera fuente de ingresos de la nueva ciudad griega. Gracias a la
pujanza económica de Bizancio, la ciudad se fue completando con los típicos
edificios de la cultura griega, como el ágora, el teatro o el gimnasio.
Durante un largo periodo de tiempo no faltaron los que
intentaron conquistarla, atenienses, espartanos o persas, pese a lo cual
Bizancio mantuvo un alto poder de autonomía respecto a estos poderosos pueblos.
Solo sucumbió ante los más poderosos, como Alejandro Magno, que la sitió y
conquistó en el año 334 a. C., previo a su conquista de Asia.
Los bizantinos y Roma.
A partir de finales del siglo III a. C., el nuevo
poder del mediterráneo, Roma, se comienza a hacer dueño de las principales
ciudades griegas. El rival de Bizancio era el más poderoso que se había
encontrado hasta ese momento, de ahí que optará por llegar a una serie de
acuerdos con la República Romana. De esta última Bizancio obtenía protección, a
cambio de libertad política y pago de impuestos.
Pero era inexorable, su destino estaba marcado, la
supuesta libertad y autonomía se fueron desvaneciendo con el tiempo. A la
llegada de Pompeyo, mediados del siglo I a. C., ya casi todas las decisiones de
la ciudad eran sometidas a los designios del Senado Romano. Finalmente, tras el
mandato de Vespasiano (69-79 d. C.) la ciudad de Bizancio se incorpora
definitivamente a las estructuras del Imperio Romano.
El nuevo periodo que emprendía la ciudad estuvo
presidido por las mismas vicisitudes por las que transcurría el Imperio.
Adriano, un enamorado del mundo clásico de los griegos, no podía dejar pasar la
oportunidad de dejar su impronta en Bizancio, remodelando la ciudad y dotándola
de un nuevo acueducto. Pero la ciudad también se convirtió en participe de los
malos tiempos, tras la muerte de Cómodo, en la guerra civil abierta por su
sucesión, Pescenio Níger la eligió como sede de su poder. Debido a esto,
Septimio Severo la sometió nuevamente a dos años de durísimo asedio, tras los
cuales destruyó la ciudad. Pronto se debió arrepentir, iniciando su
reconstrucción hacia el año 200 y construyendo en la misma su célebre hipódromo.
El hipodromo de Constantinopla.
Diocleciano a finales del siglo III ante el acoso de
los pueblos barbaros decidió dar un paso más para convertirla en infranqueable.
Remodeló toda su muralla y reforzó la defensa de sus puertos. Ahora sí, tras
cerca de 1000 años de historia, aquella pequeña ciudad fundada por los hombres
y mujeres de Mégara estaba preparada para dar el salto definitivo en la
historia y convertirse en la Nueva Roma.
De Bizancio a Constantinopla.
De repente nos encontramos a principios del siglo IV.
La decadencia del siglo anterior con la crisis más dura a la que fue sometido
el Imperio Romano parecía haber desaparecido. Primero Aureliano, y luego
Diocleciano sentaron las bases para esta recuperación. Pero ahora más que nunca
aparecía con fuerza la importancia de la parte más oriental de Imperio, ante
una capital Roma con una imparable decadencia especialmente a nivel social. La
Tetrarquía el sistema político basado en la separación administrativa y
política del Imperio entre cuatro cabezas visibles, había concedido este papel
preponderante a la parte oriental del Imperio.
Pero ese sistema político es puesto a prueba tras la
muerte de su principal impulsor Diocleciano. Tras su muerte y las consiguientes
luchas de poder, aparecen con fuerza dos hijos de anteriores tetrarcas, que se
convierten en los favoritos de las dos facciones religiosas de los romanos y
por ende de sus legiones. Constantino abanderado del cristianismo y Mejencio
protector de la antigua religión pagana de Roma. La victoria del primero sobre
el segundo es vista por la historiografía cristiana como la punta de lanza de
la victoria del cristianismo en el Imperio Romano.
Tras acabar con Majencio en el año 313, Constantino y
un nuevo protagonista, Licinio, pactan una especia de Diarquía. Constantino
comandará la parte occidental y Licinio la parte oriental. Incluso la hermana
del primero se casa con el segundo. Todo parecía estar destinado al buen
entendimiento, pero no, la relación entre cuñados no fue idílica y desde el año
316 se reanudan las hostilidades en la cúpula del Imperio. Tras varias
victorias de Constantino y diversas treguas entre ambos, es fácil adivinar
donde se refugió Licinio en el año 324, evidentemente fue el último asedio a la
que fue sometida la vieja Bizancio, ya que pronto, tras la victoria de
Constantino, se convertiría en una nueva ciudad.
La Nueva Roma.
La victoria sobre Licinio era la oportunidad de dotar
al Imperio de una doble capitalidad. Roma, a pesar de su indiscutible grandeza
era una ciudad, como ha quedado señalado en un continua caída. Además, su
defensa ante la llegada de pueblos bárbaros era muy complicada debida a su
situación geográfica y su vasta extensión. Constantino pensó que debía
encontrar una ciudad donde descargar el poder imperial, y no pudo olvidar las
excelentes ventajas que ofrecía Bizancio.
Mosaico de Constantino en Santa Sofia de Estambul.
En pocos días a la ciudad fundada por los griegos
comenzaron a llegar los mejores arquitectos e ingenieros de Roma. Junto a
ellos, canteros, albañiles, escultores y pintores, en definitiva, los mejores
profesionales del Imperio se debieron encontrar en Bizancio, sin olvidar los
miles de esclavos que sirvieron como mano de obra.
La muralla, uno de los símbolos de la ciudad fue
desplazada varios kilómetros tierra adentro, dando a esta, cinco veces más de
territorio que hasta ese momento. Las piedras para la construcción de los
edificios más destacados llegaban desde todos los rincones cercanos del
Imperio. El gran palacio de Constantino, de más de 19.000 m2, conectaba
directamente con el exterior de las murallas por la gran Vía Imperial
completamente porticada. El hipódromo, el otro gran símbolo de la ciudad se
alargó hasta los 500 metros, en él, más de 100.000 personas disfrutaban de las
carreras de cuadrigas y caballos. Para las demandas de agua de todos los
ciudadanos que tenían que llegar para rellenar la ampliación de la ciudad, se
construyó una gran red subterránea de túneles, canales y enormes depósitos.
Cisternas de Constantinopla.
El 11 de mayo del año 330, a pesar de que las obras
continuaran hasta el año 336, la ciudad fue consagrada oficialmente como la
Nueva Roma. Constantino mandó doblar las estructuras políticas del Imperio, se
creó un senado a semejanza del de Roma. Además, se dispuso del palacio como
sede de la administración Imperial y a todos los ciudadanos de la nueva ciudad
se les concedieron los mismos privilegios que a un hombre de Roma.
Merece destacar la política religiosa aplicada por
Constantino a la nueva ciudad. No se negó a la construcción de los templos
paganos dedicados a los diversos dioses grecolatinos. Pero potenció la
introducción de iglesias y monasterios cristianos en el interior de la Nueva
Roma. Sin duda detrás de esta decisión están los pactos acordados en el año 313
en Milán. Así como la presencia de Flavia Helena, madre de Constantino y
consagrada por los cristianos como Santa Elena, que potenció la llegada de las
reliquias cristianas de los santos lugares. Baste como ejemplo los clavos de la
corona que se pusieron en la estatua del emperador erigida sobre su propia
columna de 35 m, según la tradición cristiana eran los mismos que habían
crucificado a Jesucristo, ¿puede haber mayor símbolo de fusión entre las
religiones paganas y cristianas que dicha estatua? A pesar de ello, el Imperio
de la mano de Constantino se encaminaba hacia el cristianismo como religión
oficial de Imperio, aunque tuviera que esperar hasta la llegada de Teodosio a
finales de ese siglo IV.
Columna de Constantino.
Antes de morir en el año 337, Constantino hizo un
llamamiento especial para captar nuevos ciudadanos para la Nueva Roma, 80.000
raciones de comida diarias, distribuidas en 117 puntos diferentes de la ciudad.
Así la ciudad se llenó de ilirios, griegos, sirios, coptos, judíos, godos y
evidentemente romanos. La ciudad se convirtió en un auténtico emporio comercial
e industrial a mitad de camino entre oriente y occidente. Tres años después de la
muerte del emperador, se calcula que 300.000 personas residían de forma oficial
en la ciudad, todos comenzaron a llamarla la ciudad de Constantino,
evidentemente por derivación de la palabra pronto la será conocida como
Constantinopla.
Más información:
Historia Antigua II, historia de Roma, Pilar Fernández
y Javier Cabrero, Ed. Uned, 2014
Breve historia de las ciudades del Mundo Medieval,
Ángel Luis Vera Aranda, 2011
Fuente: José Mari, Caminando por la Historia
Revisión y Diseño: elcofresito.
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