La Primera Guerra del Opio
La Primera Guerra del Opio enfrentó a la Gran Bretaña
y el Imperio chino por motivos comerciales. Esta guerra significó el fin de la
hegemonía china en el lejano Oriente, que pasó de un imperio respetado a una
nación asediada por las naciones occidentales que deseaban expandir su área de
influencia en Asia.
Antes del conflicto, el Imperio chino era uno de los
principales poderes del lejano Oriente. Por su parte, la Gran Bretaña se alzó
como uno de los principales poderes de Europa tras la caída del Imperio
napoleónico y las revoluciones industriales que modernizaron al continente
también conocido como el Viejo Mundo.
Pese a que los europeos ya tenían presencia en el
Sudeste Asiático desde la Era de los Descubrimientos (del siglo XV al siglo
XVII), esta comenzó a incrementarse a causa de las necesidades comerciales del
viejo continente. En el caso de China, comenzaron a hacer sentir su presencia a
causa de la presión ejercida para introducir sus productos comerciales, al
mismo tiempo que buscaban hacerse con bienes propios del Imperio, como seda,
porcelana y té. Como respuesta, la dinastía china de los manchú (1644-1912)
decidió endurecer su política de aislamiento, lo que provocó que los beneficios
comerciales para los europeos se vieran profundamente mermados.
Aunque el uso del opio como medicamento era conocido
en el Imperio chino, su uso estaba prohibido desde 1729 por sus efectos
adictivos, lo que hizo que comerciantes británicos vieran en él un producto
viable que compensara sus pérdidas. Bajo su auspicio, esta droga dio origen a
un lucrativo mercado negro que, para 1836, generaba millones de libras y
millones de adictos y muertos.
Frente a esta situación, el emperador Daoguang
(1782-1850) decretó nuevas leyes contra el comercio de opio, mientras que sus
consejeros llegaron incluso a proponer la ejecución inmediata de todos los
consumidores de esta droga en un intento por eliminar de raíz el problema. Otra
medida que se tomó fue la creación de un Comité para la Supresión del Opio,
investido con poderes suficientes para arrestar a cualquiera que estuviese
relacionado con su contrabando, lo que afectó a más de un ciudadano británico.
Como consecuencia, Charles Elliot, agente del gobierno
británico, partió al puerto de Hong Kong, esperando entrevistarse ahí con los
funcionarios chinos; no obstante, estos se negaron a permitirle desembarcar,
por lo que abrió fuego contra el escuadrón chino que le cerraba el paso. En
respuesta a este ataque, flotillas chinas interceptaron a Elliot que se vio
obligado a combatirles en la batalla de Chuenpei (1839), que se saldó con el
hundimiento de cuatro barcos chinos. Tras esta victoria, la armada inglesa
alcanzó la isla de Chusan en 1841, que fue tomada luego de un intenso cañoneo.
Asegurado el control de la isla, Elliot envió una
carta al emperador para darle a conocer sus exigencias, entre las que figuraban
colocar una isla entera bajo jurisdicción inglesa, abrir más puertos chinos al
comercio y pagar una indemnización al gobierno británico. Aunque el emperador
ordenó a su consejero, Ch’i-shan, iniciar pláticas con la Gran Bretaña, las
negociaciones se vieron comprometidas desde el principio, pues los ataques
occidentales habían incendiado los ánimos entre las altas esferas del gobierno
chino, que rápidamente se dividió entre los que apoyaban la paz y los que se
pronunciaban a favor de exterminar a todos los extranjeros en la región.
Descartada una solución pacífica, el emperador, ordenó
la creación de una armada de exterminación, con el único propósito de acabar
con el enemigo británico. Bajo el mando de su sobrino, I-shan, la armada de
exterminación se enfrentó por primera vez a los occidentales el 21 de mayo de
1841. En esta batalla, librada frente a Canton, la armada británica le infligió
una severa derrota al Imperio chino, que perdió 71 barcos y la propia Canton,
que debió rendirse para evitar la destrucción total.
En un último intento por contenerles, los chinos
reunieron los restos de su armada en Chen-hai, y se prepararon para ofrecer
batalla ahí. Esta tentativa de resistencia desembocaría de nuevo en fracaso, en
gran parte debido a que, en vísperas de la lucha, las tropas chinas se
dedicaron a consumir opio.
La derrota de Chen-hai supuso el inició de nuevas
negociaciones de culminaron el 29 de agosto de 1842 con la firma del Tratado de
Nanking, con el que el Imperio se comprometió a indemnizar a los británicos
afectados durante la guerra y a abrir más puertos al comercio internacional,
además implantar consulados ingleses en todos los puertos. No obstante, uno de
los puntos más destacados fue la cesión de Hong Kong a Gran Bretaña, control
que permaneció efectivo hasta finales del siglo XX.
Al concluir la Primera Guerra del Opio, quedó claro
que las pretensiones chinas de superioridad frente a los extranjeros estaban
lejos de ser reales. Con su derrota, el Imperio no solo quedó expuesto a los
efectos del opio, también a las demandas de otras potencias occidentales que no
fue capaz de negociar efectivamente. A consecuencia de esto, en 1850 estallaría
una segunda guerra del opio, que se saldaría con una nueva derrota china, cuyo
gobierno no tendría más remedio que legalizar el tráfico de opio en toda la
nación y permitir el ingreso de extranjeros hacia el interior de su territorio.
Fuente: Juan Carlos Castañeda Pérez, Revista de
Historia
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