El Tratado de Rapallo: el pacto de los apestados
La geopolítica no entiende de ideologías y en
ocasiones hace extraños compañeros de viaje, como sucedió tras la I Guerra
Mundial en la localidad italiana de Rapallo entre la joven República de Weimar
y la Rusia bolchevique.
Alemania fue la gran derrotada del conflicto mundial.
El Tratado de Versalles la condenó a la pérdida de sus colonias, de parte de su
territorio en el este de Europa, de su ejército y al pago de grandes sumas
económicas en concepto de reparaciones de guerra. Los alemanes estaban
indignados.
Rusia, a pesar de encontrarse en el bando vencedor,
fue otra de las damnificadas del conflicto. Sus aliados en las trincheras no le
perdonaban que hubiese firmado la paz con los alemanes por su cuenta,
eliminando así el frente del este, los rusos no se fiaban de las naciones
capitalistas por su apoyo a los rusos blancos, opositores del gobierno
revolucionario durante la guerra civil rusa.
Las dos naciones se encontraban apartadas de la
diplomacia internacional y entre ellas recelaban la una de la otra. Los
alemanes no olvidaban el apoyo prestado por los rusos a la revolución comunista
en Alemania y los soviéticos tampoco podían olvidar los asesinatos a manos de
los frierkops de Rosa Luxemburgo y Liebknecht con el apoyo del gobierno alemán.
La clase política alemana se dividía en dos bandos:
los pro-occidentales, en su mayoría socialdemócratas, y los pro-orientales
formados por nacionalistas, derechistas y oficiales de la Reichswehr. Estos
últimos ya habían tenido un acercamiento con Rusia por medio de tratados
comerciales y de apoyo militar clandestino.
En 1922 los socialdemócratas ocuparon puestos de
importancia en el Reich. Cabe destacar a Walther Rathenau, nombrado ministro de
Asuntos Exteriores, donde consiguió reducir las reparaciones de guerra. De
marcado carácter pro-occidental, se afanó en congratular a Alemania con Gran
Bretaña, EEUU y la siempre difícil Francia. Para ello, concibió la idea de
crear un consorcio de potencias capitalistas para la reconstrucción de Rusia o
lo que es lo mismo: minar a la joven nación bolchevique desde dentro haciendo
que dependiese económicamente del capital occidental. Convenció al primer
ministro británico, Lloyd George, que hizo suyo el plan y convocó una
conferencia de países europeos en Génova donde estarían todos reunidos por
primera vez.
Los rusos recelaban de las intenciones británicas, por
ello camino de Génova la delegación comandada por el Comisario del Pueblo para
Asuntos Exteriores, Gueorgui Chicherin, hizo un alto en Berlín. Presentaron un
tratado de paz entre ambas potencias, pero los alemanes no quisieron comprometerse
sin saber antes que les deparaba la conferencia.
El 10 de abril de 1922 se inauguró la Conferencia de
Génova con la gran expectativa de la paz en Europa tras el desastre de la I
Guerra Mundial. Esa era la escusa oficial.
El plan de Lloyd George era la reconstrucción de Rusia
por potencias capitalistas. Con ese fin debía atraer a Rusia hacia su lado
haciéndola creer que ella también tenía derecho a reparaciones de guerra por
parte de Alemania dado que se encontraba en el bando de los vencedores de la
contienda. Para ello, los rusos debían ceder en el asunto de las compensaciones
a Francia por los embargos de las empresas durante la Revolución, la mayoría de
capital francés. Los franceses en cambio no veían con buenos ojos esta
conferencia, no estaban muy satisfechos con lo acordado en Versalles con
respecto a su frontera con Alemania y querían que la conferencia fracasase
para, utilizando las reparaciones de guerra, hacerse con territorio alemán al
otro lado del Rin.
El canciller alemán, Joseph Wirth, en el centro, conversando con la delegación soviética en la Conferencia de Génova de 1922 que llevó a la firma del Tratado de Rapallo.
El primer ministro británico centró sus esfuerzos en
convencer a los rusos, dejando para el final a los alemanes y a los franceses.
Si tenía éxito, los alemanes saldrían ganando con diferencia y los franceses no
les quedaría otra opción que plegarse a la decisión de la mayoría.
Ante esta situación, los alemanes comenzaron a ponerse
nerviosos. Los rumores empezaban a llegar a sus oídos: a los rusos les ofrecían
reparaciones de guerra. No se lo podían creer. Otra vez ultrajados como en
Versalles. ¿Sería Capaz Lloyd George de traicionarlos? Los rumores siguieron
incrementándose: las potencias occidentales y la Rusia bolchevique habían
llegado a un acuerdo. Rathenau intentaba en vano ponerse en contacto con el
premier británico. Los teutones estaban desolados. Cansados y con la sensación de
haber sido traicionados se retiraron a dormir.
Mapa de Europa (1923) en el que se muestran los cambios territoriales ocurridos como consecuencia de la Primera Guerra Mundial.
Unas horas más, tarde la delegación alemana recibió
una llamada por parte del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Chicherin. Este
les emplazaba a reunirse con él al día siguiente, en el balneario donde estaban
alojados, Rapallo. Esta convocación les desconcertó por completo. ¿A caso no habían llegado a un acuerdo con el
resto de potencias? Rathenau quiso informar inmediatamente a Lloyd George, pero
el canciller del Reich, Wirth, se lo impidió.
Los rusos se habían percatado de las intenciones
británicas. Aprovecharon la animosidad entre las naciones vencedoras de la I
Guerra Mundial y Alemania para pactar con esta última y así, no verse rodeada
de potencias capitalistas que, sin duda alguna, acabarían siendo hostiles con
la nación comunista.
En Rapallo las negociaciones fluyeron con amabilidad y
entendimiento. Para la tarde ya se había firmado un tratado de paz, el Tratado
de Rapallo. En él se reconocían los territorios de cada nación, se entablaban relaciones
diplomáticas entre ambas y se comprometían a cooperar económicamente.
Erróneamente a lo que se cree, el Tratado de Rapallo
no contenía ninguna cláusula secreta o militar. Establecieron en territorio
soviético bases de aviación, artillería y de pruebas de gases de combate. En
ellas se fabricaban armamento y se instruía a oficiales del Reichwehr. Los
rusos a cambio sacaron entrenamiento en combate para los oficiales del Ejército
Rojo, así como de conocimientos tecnológicos de la fabricación de material de
guerra.
El Tratado de Rapallo se mantuvo vigente hasta 1933 y
se llevó la vida del ministro de Asuntos Exteriores alemán Rathenau, que fue
asesinado dos meses después de la firma por ultraderechistas contrarios al
tratado.
Fuente: Ignacio Pérez Pascual, Revista de Historia
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