La primera colonia británica en Australia
Durante el siglo XVIII tuvo lugar en Gran Bretaña un
gran crecimiento demográfico y económico. La revolución agrícola expulsó a
muchos campesinos del campo. A causa del
éxodo rural, pero también de las altas tasas de natalidad, la población urbana
creció rápidamente.
En las ciudades, Londres en primer lugar, la
revolución industrial provocó la aparición de barrios obreros donde las
condiciones de vida y trabajo eran deplorables. Friedrich Engels denunció las
consecuencias sociales del sistema fabril en un conocido ensayo (La situación
de la clase obrera en Inglaterra) publicado en 1844.
Para no morir de hambre o no pasar frio mucha gente de
los barrios populares se veía empujada a delinquir. Los robos eran tan
frecuentes que las leyes se endurecieron. Robar unos huevos o una pieza de
abrigo podía comportar el destierro e incluso la horca si el delito se había
cometido con violencia. A mediados del siglo XVIII las cárceles británicas
empezaban a estar saturadas. Ya por entonces muchos presos eran conducidos al
Támesis, donde eran encerrados en viejos barcos llamados hulks. Amontonados,
mal alimentados y tratados con pocos miramientos, en aquellas cárceles flotantes
los presos morían como moscas a causa sobretodo de diversas enfermedades.
Desde el siglo XVII muchos condenados eran trasladados
a las colonias que Gran Bretaña poseía en la costa oriental de América del
Norte. Sin embargo, el envío de reclusos al otro lado del Atlántico tuvo que
suspenderse cuando los colonos se alzaron en armas para romper sus lazos con la
metrópoli. Después de la independencia de las Trece Colonias en 1778 las
autoridades británicas tuvieron que buscar otro lugar donde enviar a los convictos
que no cabían en las cárceles del país. Y fue entonces cuando el secretario
colonial, Thomas Townshend, primer barón de Sidney, pensó en Australia.
Quien, hacía poco tiempo, había proporcionado
información sobre aquellas remotas tierras era el capitán James Cook, que había
pisado el gran continente austral en uno de sus viajes por el Pacífico sur. El
gran navegante había descrito aquel lugar -que llamó Botany Bay- como una
región prometedora, con puertos naturales, bosques, ríos, valles, montañas… Pero
Cook visitó las costas del sudeste del continente durante el invierno austral.
En verano aquel lugar no era tan placentero, como podrían comprobar algunos
años después los primeros colonos que se establecieron cerca de allí.
Diecisiete años más tarde, el gobierno británico envió
una flota de once naves cargada de convictos al lugar del que había hablado
Cook. La mandaba el capitán Arthur Philip y su objetivo era fundar allí una
colonia penal, el primer establecimiento europeo en aquella parte del mundo. En
total, mil quinientas personas viajaban en la flota. De los 775 convictos, 193
eran mujeres, muchas jóvenes prostitutas. La flota zarpó de Porstmouth el 13 de
mayo de 1787 y llegó a Botany Bay el 20 de enero del año siguiente. Más de
cuarenta convictos murieron durante el largo viaje. En traslados posteriores la
tasa de mortalidad aun fue más elevada.
No todos los viajeros eran reclusos. También había
entre ellos militares, funcionarios y familiares de éstos; incluso civiles no
penados. Nunca se había trasladado tanta gente a un lugar tan lejano. Cuando la
flota llegó a Botany Bay, al capitán le pareció que aquel no era el lugar más
idóneo para establecerse. El agua escaseaba, la tierra no era muy buena para el
cultivo. Por tanto, viajó hacia el norte hasta llegar a un profundo entrante, y
decidió poner punto final al viaje allí. Había nacido lo que en el futuro sería
Sidney.
La flota no solo transportaba seres humanos. Para
prosperar en aquella tierra virgen éstos necesitaban herramientas agrícolas y
artesanales, caballos y otros animales domésticos. Sin embargo, los colonos lo
ignoraban todo acerca de la botánica y la fauna del país. No había entre ellos
ningún experto en agricultura. Sabían más de la vida en los bajos fondos de
Londres que sobre el cultivo de la tierra y la cría de animales de granja.
Algunos oficiales y convictos escribieron diarios
sobre la vida cotidiana en la colonia penal. Los que se han conservado permiten
hacernos una idea de los obstáculos que tuvieron que vencer los colonos para
sobrevivir en un lugar tan alejado de su país. Especialmente interesantes son
los dos libros que escribió el oficial de marina Watkin Tenh.
El contacto con los nativos se produjo pronto. Los
recién llegados se esforzaron en establecer relaciones con aquellos seres de
piel oscura, más que nada porque podían serles útiles, pero fue en vano. Si los
colonos se alejaban del campamento para explorar sus alrededores, los nativos
les atacaban. El primer año murieron diecisiete colonos a causa de aquellos ataques;
el propio gobernador fue herido en uno.
Los primeros años de la colonia fueron muy difíciles.
Una tempestad abatió los frágiles edificios levantados. Dado que los colonos carecían de arados, las
cosechas eran muy pobres. Por otra parte, los convictos no colaboraron mucho en
la prosperidad de la colonia. Algunos huyeron y nunca se supo de ellos. También
causaban quebraderos de cabeza al gobernador sus propios oficiales. No estaban
de acuerdo con las decisiones que tomaba éste y discutían a menudo con él.
Los convictos que osaban violar las normas recibían
rigurosos castigos. A causa de la brutalidad de algunos guardias hubo intentos
de rebelión, y muchos convictos se volvieron violentos. La primera colonia
europea en Australia no fue ninguna Arcadia. Más bien un infierno.
Con el tiempo, la situación se degradó. La comida cada
vez era más escasa. Al no llegar las provisiones prometidas, los colonos
comenzaron a pasar hambre. Finalmente, el capitán Arthur Phillip tomó una
decisión: envió un barco a África del sur a buscar provisiones. Pero el viaje
era largo y la nave tardó meses en regresar. Cuando llegó al asentamiento
encontró una población desnutrida, medio muerta de hambre.
Con el descubrimiento de oro en Australia el año 1851
el poblamiento blanco del continente aumentó. Decenas de miles de civiles no
convictos llegaron al continente. A partir de 1868 el gobierno británico ya no
envió más penados a aquellas remotas tierras. Pero mientras tanto, a lo largo de
ocho décadas, Gran Bretaña había enviado a Australia unos ciento sesenta mil
reclusos.
En el lugar donde se estableció el primer asentamiento
británico en Australia hoy en día se levanta la ciudad más bella del
continente, Sidney. Pero del primitivo campamento solo quedan unos pocos y
pobres vestigios.
Fuente: Josep Torroella Prats, Revista de Historia
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