LUCRECIA BORGIA, VÍCTIMA DE LA LEYENDA


Cuando escuchamos el nombre de Lucrecia Borgia inmediatamente se nos viene a la cabeza la palabra “muerte” acompañada de otros elementos como “veneno” “traición”. Nada más lejos de la realidad.

 

La imagen que nos ha llegado a nuestros días es fruto de la leyenda creada en el siglo XIX por autores como Víctor Hugo y Alejandro Dumas, que aprovechando el escaso conocimiento que la sociedad de la época tenía de ella, la convirtieron en una femme fatale.

 

Lucrecia Borgia vino al mundo en Roma, en abril de 1480. Era hija del Cardenal Rodrigo de Borja que más tarde se convertiría en el Papa Alejandro VI. No fue fruto de un desliz del prelado ya que Lucrecia tuvo otros tres hermanos de los mismos progenitores y otros seis hermanos más por parte paterna, haciendo un total de diez vástagos. Como se puede apreciar el celibato, no era algo que se destilase en la época.



Desde muy temprana edad su padre le procuró la mejor educación posible en diversas materias como la danza, música, pintura e idiomas lo que le permitió dominar el italiano, latín, francés y español.

 

Pero el aún cardenal, no lo hacía por el bien de su hija si no para su beneficio propio. Por eso, a la corta edad de tan solo diez años, la casó con el primogénito de los condes de Oliva pertenecientes a la nobleza valenciana. No duró mucho, ya que un año después, en 1491, el Cardenal se dio cuenta de que la unión no colmaba sus expectativas y deshizo el matrimonio.

 

Alcanzada ya la tiara papal, el ahora Alejandro VI concertó el matrimonio de su hija Lucrecia con Giovanni Sforza, duque de Pesaro. El objetivo del Papa era claro: establecer una alianza con las ciudades del norte de Italia que se encontraban bajo el punto de mira francés. La pareja contrajo matrimonio en 1493 en Milán.



Pasó el tiempo y por un motivo o por otro no conseguían tener descendencia, lo que dio lugar a los rumores sobre la falta de virilidad y posible homosexualidad de Sforza. Dichos rumores tendrían su origen en la ciudad papal ya que al sumo pontífice no le hacía ninguna gracia que los milaneses firmaran tratados con los franceses.

 

El resultado de estas disputas fue la cancelación del matrimonio en 1497 bajo el pretexto de la falta de consumación de la unión. Fue entonces cuando, Giovanni Sforza enfurecido, proclamó:

 

    “Si se me quita a mi mujer, es porque el Papa desea tener la libertad de gozar el mismo de su hija”

 

De esta forma comenzó la leyenda negra de Lucrecia y la enemistad entre Roma y Milán.

 

Durante esta época César, el hermano de Lucrecia, empezó a tomar protagonismo en los asuntos familiares que como digno heredero no tenía ningún tipo de escrúpulo en acatar los mandatos de su padre sin importar los métodos.



Lucrecia, harta de ser la moneda de cambio de los asuntos de la familia, se refugió en un convento con la intención de pasar allí el resto de sus días. Pero no le duró mucho este hartazgo ya que al poco tiempo se la pudo ver paseando por palacio mientras tenía a su cargo un bebé.

 

La rumorología volvió a aparecer en forma de vaticinio de Giovanni Sforza. Para acallar los rumores, el Papa, declaró que el niño era hijo de Cesar Borgia y una desconocida, pero a la vista de que el argumento no convencía al pueblo, declaró que el hijo era suyo manteniendo oculto el nombre de la madre. La gente siguió sin creer al pontífice a pesar de que un grupo de expertos presentara un informe médico asegurando la virginidad de Lucrecia.

 

Pero a Alejandro VI no le importaba lo que los demás pensaran de él siempre que consiguiese sus objetivos. Lo demostró volviendo a utilizar a su hija para sus fines. Esta vez la casó con Alfonso de Aragón, hijo del rey de Nápoles, con el propósito de hacer frente común contra el francés.



El amor invadió los corazones de los dos jóvenes y fruto de este nació, en 1499, Rodrigo que lamentablemente perecería a los 13 años.

 

En 1500 César Borgia dio un giro radical en la política familiar con el francés y se alió con este. Ahora lo que no necesitaba era la alianza con Nápoles así que planeó el asesinato de su cuñado, Alfonso, y para ello mandó a unos sicarios. Estos acuchillaron varias veces su objetivo, el cual abandonaron creyendo que estaba muerto. Nada más lejos. A pesar de las graves heridas y gracias a los cuidados de su esposa logró sobrevivir. Pero no por mucho tiempo ya que el propio César Borgia se ocupó de poner fin a su convalecencia.

 

Lucrecia estaba cansada de que la ningunearan y de no tener ni voz ni voto en su propia vida. Quería vivir en paz y amenazaba con conseguirlo incluso ingresando en un convento. El Papa se percató de que ya no la podía tratar como una ilusa niña. Utilizando sus influencias y su dinero, en el año 1501, concierta el matrimonio con Alfonso d’Este, hijo del Duque de Ferrara, alejándola de Roma.

 

Se trasladó a Ferrara en 1501, convirtiéndose en duquesa tras la muerte de su suegro. En esta ciudad fue donde explotó su amor por las artes ofreciendo su mecenazgo a numerosos artistas como el pintor Tiziano.



En 1503 fallecía entre sufrimientos su padre Alejandro VI víctima de un envenenamiento del que se salvó su hijo César gracias a su juventud y condición física. Años después perecería en las guerras de Navarra.

 

Durante los dieciocho años que vivió en la ciudad tuvo numerosa descendencia de la cual le sobrevivirían cuatro de sus hijos. Víctima de uno de estos partos fallecería en 1519.

 

Si bien a lo largo de su vida luchó por su propia independencia moral, y lejos de ser la taimada envenenadora de las obras del siglo XIX, Lucrecia Borgia fue otra víctima más de los devaneos políticos que acostumbraban en la Italia del Renacimiento.

 

Fuente: Ignacio Pérez Pascual, Revista de Historia

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