EL DINERO DE PAPEL, UN INVENTO CHINO

 



En Valladolid, en el Real Colegio de los Padres Agustinos, está ubicado el Museo Oriental. Este museo, prácticamente desconocido, es el mejor museo de arte oriental de España, porque los agustinos establecieron misiones en China, Japón y Filipinas y se trajeron a su casa madre algunas cosas de aquellas tierras que les llamaron la atención. Desde luego no se trataba de objetos de un extraordinario valor, sino más bien de curiosidades.

 

Entre ellas se encuentran una reproducción en barro del sismógrafo de bronce que el astrónomo Zhang Heng inventó en el año 132 d. C   que era tan preciso como los actuales. Aunque no podía predecir la intensidad del terremoto, sí podía calcular su ubicación. Una de las veces predijo uno que se produjo a más de 600 kilómetros de distancia. ¡Los primeros sismógrafos europeos aparecieron 1.700 años después!

 

En la sala 3 de este museo se conserva un billete de papel del año 1375- 1378. Este billete “Da Ming Tong Xing Bao Chao” o “Kuan”, equivalía a mil monedas de bronce o a un “Tael” (una moneda de 40 gramos de plata pura).  Ming en este caso alude al nombre de la dinastía reinante.

 




Los primeros billetes chinos datan del año 812, estaban impresos en corteza de morera y profusamente dibujados. El billete que se exhibe en este museo tiene fecha 1375-1378, porque cada tres años se cambiaba el modelo, seguramente para dificultar las falsificaciones. ¿Por qué se inventó el papel moneda? Simplemente por comodidad.

 

China era un imperio muy grande y había que pagar a los funcionarios que a veces vivían muy alejados de la capital y otro tanto pasaba con la paga del ejército, además el comercio movía ingentes sumas de monedas en cobre, plata y oro.

 

El transporte de los sacos de las monedas se hacía en mulas y era largo y peligroso. ¿Por qué no crear una especie de recibo, mucho más fácil y ligero de transportar que la plata o el oro? Una sola mula llevaba en papel el equivalente a lo que cuarenta mulas transportaban en monedas. Además, con este sistema, se conseguía un mayor acumulo de oro y plata en la clase dirigente.

 



El gobierno garantizaba que cuando lo desearan, aquellos papeles se podían cambiar por su valor en monedas de plata, que era el patrón habitual de cambio. ¿Y el pueblo chino aceptó de buena gana que se les pagara con aquel papel en vez de con plata? Pues sí, desde luego, porque el hecho de que un comerciante se negara a que le pagaran con aquellos papeles, significaba la muerte inmediata.

 

A aquel dinero que no pesaba nada y que era tan fácil de transportar le llamaron “dinero volante”. Pero aquel dinero de papel demostró tener problemas.

 

No hay que olvidar que en China existía ya la imprenta y había excelentes copistas para estampillar los billetes falsos. A pesar de que la impresión de moneda falsa estuviera castigada con la muerte y de que las autoridades chinas fueran muy dadas a aplicar dicha pena, las falsificaciones no eran algo raro. También el gobierno cayó en la tentación de fabricar más billetes de lo que el tesoro real podía cubrir y al final el papel moneda se devaluó un 90% y el comercio volvió poco a poco al patrón plata.

 



En 1271, el veneciano Marco Polo, de tan sólo diecisiete años, llegó a China acompañando a su tío y a su padre, que eran comerciantes. Durante 23 años permaneció al servicio de Kublai Kan, emperador de Mongolia y China y llegó a ser gobernador de Yangzhou. A su vuelta fue capturado y encarcelado por los genoveses, con los que los venecianos estaban en guerra y fue en la cárcel donde le dictó a Rustichello de Pisa sus memorias: “Los viajes de Marco Polo” que le hicieron famoso en toda Europa.

 

Hay quien dice que realmente no fue a China, sino que escribió lo que oyó relatar a su padre y a su tío, ya que en sus relatos no se habla de la gran muralla, algo que tenía que haber llamado su atención. Pero de lo que sí habló fue de aquellos extraños billetes de papel que valían lo mismo que la plata o el oro.  Por supuesto que sus contemporáneos se rieron de aquella noticia y no se creyeron aquel embuste. ¡No podían existir otras monedas que las de oro, plata o cobre, eso eran invenciones suyas!

 



Los primeros billetes europeos se imprimieron en Suecia, en 1657, aunque ya en Holanda existían algo parecido a los pagarés. En Suecia el patrón monetario era el cobre cuyo precio fluctuaba a menudo y además las “monedas” eran unas incómodas planchas de cobre de varios kilos de peso, la plata era poco utilizaba.  Joham Palmstruch, era un cambista espabilado de origen letón-holandés y creó el Banco de Estocolmo tras convencer al rey Carlos Gustavo X de la necesidad de tener bancos como los holandeses o los alemanes y de prometer de paso la mitad de las ganancias a la corona. El rey a cambio le dio un título de nobleza y le hizo director del Banco de Suecia.

 

El problema de un banco era que la gente podía retirar en cualquier momento su dinero, lo cual dificultaba los préstamos a plazo fijo y Joham lo solventó creando un billete al que llamó “papel de crédito” y que equivalía al oro, plata o cobre indicado en el billete. Pero cayó en el mismo defecto que los chinos y en 1668 el banco quebró porque había emitido billetes por un valor muy superior al de los metales de cobre y plata que el banco tenía depositados en garantía.

 

El rey le quitó su título de nobleza, le destituyó de su cargo y le condenó a muerte, aunque luego le conmutó la pena por prisión perpetua. Murió pocos años después; la cárcel era muy dura en aquellos tiempos.

 

El papel moneda llegó a Francia con John Law, un economista escoces, en 1716. Un año antes había muerto Luis XIV y el país estaba arruinado por la guerra de Secesión contra España y por los enormes gastos que ocasionaba la monarquía francesa, lo que produjo una   escasez de plata y oro y un estancamiento de la economía. Eso le llevó a pensar que si se reemplazaba el oro por un billete de papel que representara su valor nominal, la economía mejoraría.

 



Así fue, y Law, como buen economista, exageró la riqueza de los territorios de Luisiana haciendo correr la voz de la existencia de grandes minas de oro, lo que hizo que todo el mundo quisiera invertir en las compañías francesas que las explotaban. El papel moneda, igual que las acciones, subieron como la espuma y la economía creció de forma espectacular.

 

Pero el regente, Felipe de Orleans, que llevaba una vida escandalosamente lujosa, sin avisar a Law, mandó imprimir nada menos que tres mil millones de libras. La inflación se disparó y cuando el regente prohibió por decreto que los ciudadanos tuvieran en su casa joyas y más de 500 libras en metálico, éstos se dieron cuenta de que el oro era lo único que valía y no aquellos papeles. Desde la alta nobleza hasta los más humildes inversores todos perdieron su dinero. El regente, que había tenido la culpa de todo, le destituyó como si fuera el culpable. Law tuvo que huir a Venecia disfrazado de mujer para evitar su linchamiento. Allí murió a los 57 años de una neumonía y en la más absoluta pobreza.

 

Los billetes llegaron a España en 1780, de la mano de Carlos III, debido a que los gastos que la Guerra de los Siete Años contra Inglaterra originaba, había empobrecido el tesoro real

 



A pesar de los fracasos de Suecia y Francia, el dinero de papel se generalizó en todos los países, aunque con un mayor control de la Banca y siempre con un respaldo del patrón oro, es decir, cualquier ciudadano podía acudir a su banco y cambiar sus billetes por oro o plata cuando quisiera. En los billetes españoles, antes del euro, se podía leer “El banco de España pagará al portador…”, es decir, el billete (teóricamente, claro, porque en la guerra se perdió el oro del Banco de España) se podía cambiar por oro.

 

Pero tras las dos guerras mundiales la escasez de metales preciosos se hizo evidente en todos los países; era imposible a las naciones respaldar sus billetes con oro y en 1970 se llegó al acuerdo de que los billetes tuvieran una validez “per se”, sin respaldo oro, lo que liberó a los bancos de tener reservas en oro que garantizaran el valor de los billetes de papel. Al final, las ideas de los economistas del emperador chino habían triunfado, aunque más de mil años después.

 

Fuente: Nissim de Alonso, Revista de Historia

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