FRANCISCO DE ORELLANA Y ANA DE AYALA, EXPLORADORES DEL AMAZONAS
Entre las muchas
mujeres españolas que participaron en épicas expediciones en américa, se
encuentra la trujillana Ana de Ayala, esposa de Francisco de Orellana, quién
participó con éste en el intento de remontar el río Amazonas en 1545,
resultando una de las escasas supervivientes de tal expedición.
Previamente, en el
mes de febrero de 1542 Francisco de Orellana y sus 57 hombres descubrieron las
fuentes ecuatorianas del río Amazonas, el más largo y caudaloso de la Tierra
con 6.880 kms.
Orellana había
participado junto a Francisco Pizarro en la conquista del imperio inca,
acreditando ser un soldado valiente y arrojado, al punto que llegó a perder un
ojo luchando contra los indios manabíes. Antes de cumplir los treinta años,
Orellana había tomado parte en la colonización del Perú, había fundado la
ciudad de Guayaquil, actual Ecuador, y había acumulado, según algunos
cronistas, una enorme fortuna.
Gonzalo Pizarro
Sin embargo, tal
eventualidad, en caso de ser cierta, no impidió a Orellana (31 años entonces)
sumarse a la expedición de Gonzalo Pizarro en busca del país de la canela, un
territorio fantasmagórico que según le habían comunicado algunos indígenas, quedaba
en las sierras del interior del continente. La canela era una de las especias
más preciadas de la época, y los españoles soñaban con encontrar bosques
enteros que los hicieran ricos. Con tal objetivo, Pizarro organizó un ejército
de 200 españoles y casi 4000 indios como porteadores. Desde Quito, situada a
casi 3000 metros de altura, los expedicionarios bajaron a la selva ecuatoriana,
pero al llegar al río Coca, en vez de oro y canela, se encontraron con hambre y
confusión. Orellana, entre tanto, había partido por su cuenta desde el
Pacífico, ascendió hasta Quito y de allí marchó al encuentro de Gonzalo
Pizarro. Cuando lo alcanzó, la situación de los españoles era tan desesperada
que Pizarro envió a Orellana en busca de comida con el bergantín San Pedro, un
navío que habían construido los mismos expedicionarios al llegar al río Coca.
Lo conminó asimismo a que regresara como máximo en quince días, sin rebasar la
siguiente confluencia del Coca.
La zona citada
coincidía con el río Napo que, aunque más ancho que cualquier río de la
península ibérica, resulta relativamente modesto en la cuenca amazónica. Tal
anchura suponía una mayor corriente, lo que no impidió a Gonzalo Pizarro
albergar la absurda idea de que Orellana consiguiese provisiones para un
ejército de hambrientos y que además regresara remontando el río. Orellana, en
cambio, era plenamente consciente de que si se separaban sería para siempre,
pues la corriente, de hasta diez kilómetros por hora, hacía imposible el
retorno, pero, al menos aparentemente, se dispuso a cumplir lo ordenado por
Pizarro.
Llegaron hasta Aparia,
donde Orellana ordenó construir un segundo bergantín, el Victoria, haciendo
clavos de cualquier herraje que tuvieran sus hombres, y a continuación, les
propuso seguir adelante argumentando que no podían volver al campamento de
Gonzalo Pizarro a causa de la corriente y de que no habían encontrado ni
encontrarían la comida precisa para abastecer al resto de hombres. En ese
momento Orellana dejó de ser lugarteniente de Pizarro, pues sus hombres lo
legitimaron como jefe por votación.
Así las cosas,
Orellana y sus hombres siguieron el curso del río hasta su confluencia con el
Amazonas y por éste, no sin pasar muchas necesidades y ataques indígenas hasta
el Océano Atlántico, completando una de las hazañas más épicas de los españoles
en América. El relato lo recogió el fraile Gaspar de Carvajal en una
pormenorizada relación que constituye en sí misma una simbiosis entre una
epopeya y un tratado antropológico de los indígenas del territorio. Su relación
abarca desde finales de diciembre de 1541, en que Orellana y sus compañeros se
separaron del cuerpo expedicionario de Gonzalo Pizarro, hasta el septiembre del
año siguiente, en que el bergantín en que iba el religioso domínico arribó a la
Isla de Cubagua.
Problemas para
Orellana
Pero al contrario
de lo que pudiera pensarse la hazaña de Orellana y sus hombres no supuso que
los mismos alcanzaran la gloria; antes, al contrario, la no obtención de
riqueza alguna y las denuncias de Gonzalo Pizarro por traición, colocaron a
Orellana en una difícil situación ante la Corona. Orellana, tendría que volver
a España a hacer valer su descubrimiento y, lo que es peor, hacer frente a las
acusaciones contra él.
De vuelta a la
península
La Corte española
recibió las noticias de Orellana con sumo recelo por la posibilidad de que influyeran
en las ya de por sí tensas relaciones castellano-portuguesas por la expansión
de ambas conforme al Tratado de Tordesillas, pero tras solventar favorablemente
el juicio por traición a Gonzalo Pizarro, en 1544 finalmente obtuvo una
Capitulación con los nombramientos y las instrucciones oportunas para retornar
a la cuenca del Amazonas, bautizada como Nueva Andalucía. Es entonces cuando
surge la figura de Ana de Ayala
Trujillana como
Orellana, Ana de Ayala nació probablemente hacia 1525 y en 1544, a los 19 años,
se casó con Francisco de Orellana (33) mientras éste preparaba en Sevilla y
Sanlúcar la expedición a Nueva Andalucía, con el propósito de remontar el
Amazonas, desde el delta, en virtud de la capitulación obtenida.
Resulta especialmente
relevante el tesón empleado por Orellana tanto para casarse como para conseguir
que su joven esposa lo acompañara. De hecho, contó con la frontal oposición de fray
Pablo de Torres, quien más tarde se convertiría en obispo de Panamá, que no quería
que se casase con una mujer que no iba a aportar “un solo ducado” con su dote y
a la que, además, pretendía llevar consigo al Amazonas.
El futuro obispo
escribió quejándose al Emperador:
“el Adelantado se
casó, contra mis persuasiones, que fueron muchas y legítimas, porque a él no le
dieron dote ninguna, digo ni un solo ducado, y quiere llevar allá su mujer, y
aun a una o dos cuñadas: alegó de su parte que no podía ir sin mujer, y para ir
amancebado que se quería casar; a todo le respondí suficientemente como se
había de responder como cristiano, y como convenía a esta empresa, para que no
ocupásemos la armada con mujeres y gastos para ellas” y es que la intención de
Orellana no solo incluía a su esposa en la expedición, sino también a dos
hermanas de ésta.
Remontando el
Amazonas: el desastre
Desde Sevilla,
Orellana comenzó a pertrechar su expedición con la intención de navegar río
arriba, pero la falta de inversores y de apoyo financiero para la construcción
de las naves – el emperador llegó a negarse a ayudarle con la artillería
necesaria para protegerlas – y las dificultades para encontrar hombres
provocaron que la expedición, ya desde un principio, naciese con grandes
posibilidades de fracaso.
Pero todas estas
dificultades no amedrentaron a Ana de Ayala que porfió con su esposo para
tratar de obtener los medios necesarios que les condujesen hacia un futuro más
que incierto.
Finalmente, el 11
de mayo de 1545 partió de Sanlúcar de Barrameda la expedición en 5 naves y con
unos 400 hombres sin permiso de las autoridades portuarias y dejando en tierra
a fray Pablo. Mal aparejada y peor pertrechada, hubo de recalar en Canarias y
tras pasar por Cabo Verde cruzar el Atlántico. A una nave con 77 personas se la
tragó el mar durante una tempestad y cuando costeaban Brasil, otra tormenta
arrojó el bergantín contra los acantilados y murieron los 25 tripulantes que
iban en él. Tan solo quedarían 150 de los 400 personas que salieron de la
Península y aún no había comenzado la odisea de remontar las aguas del
Amazonas, enfrentarse a los indígenas ni sufrir las enfermedades tropicales.
Las otras dos naves
fueron arrastradas por vientos favorables costeando unas 100 leguas hasta
avistar un aluvión de agua dulce que penetraba con fuerza mar adentro: habían
llegado a las bocas del Amazonas. Sin dudarlo, se internaron río arriba entre
dos islas fluviales y tras estar a punto de naufragar, desembarcaron en la más
grande a finales de 1545. Afortunadamente, encontraron indios amigos que les
llevaron maíz, pescado y frutas.
A pesar de la poco
favorable perspectiva, Orellana decidió remontar la corriente con las dos
naves; en la toldilla de una de ellas se apiñaban Ana de Ayala, sus hermanas y
el resto de las supervivientes, mientras que en la otra iban el piloto Juan
Griego y el capitán Peñalosa con tripulantes y soldados.
Ascendieron casi 80
leguas por un rio pantanoso hasta la actual Santarém, donde desembarcaron para
armar el bergantín, desguazar una nave y encontrar alimentos. Allí, ante la
ausencia de cosa que comer, Orellana ordenó que un grupo navegara en el
bergantín en busca de vituallas toda vez que llevaban el maíz racionado y se
habían comido, según relató Ana de Ayala, los últimos caballos y perros que
trajeron de España. Esta navegación fue un rotundo fracaso: el bergantín regresó
desarbolado al campamento sin víveres y tras perderse por uno de los múltiples
brazos del río, con la tripulación diezmada por los indios.
Orellana continuaba
dispuesto a descubrir la corriente principal del río por lo que navegaron unas
18 leguas (90 kilómetros) hasta que tuvieron que amarrar de nuevo (posiblemente
en la actual liha do Meio) para buscar alimentos, con la mala fortuna de que la
corriente rompiera el cable del ancla de la nao donde iba Ana de Ayala,
hundiéndose tras vararse en la orilla. Afortunadamente, unos indígenas que
habían observado el naufragio, ayudaron a los españoles a sacar del río a los
que no sabían nadar y luego, los llevaron a su poblado, donde curaron a los
heridos y alimentaron a todos, que para entonces no eran muchos más de 80.
El viaje a
ninguna parte
Ante una situación
tan adversa, un enfermo Orellana no se rindió y decidió continuar remontando el
río dejando en la isla a unas treinta personas, las más enfermas y agotadas.
Él, su mujer Ana de Ayala, Juan de Peñalosa, el piloto Juan Griego y el resto
de la gente iniciaron un fantasmagórico viaje en el bergantín durante
veinticinco días, perdidos por afluentes y brazos muertos del Amazonas. El
piloto Juan Griego declaró años después que navegaron 150 leguas adelante (unos
750 kilómetros); posiblemente llegaron al actual Manaos y tomaron la corriente
del Este, pero también pudieron seguir por la confluencia del Río Negro, así
bautizado precisamente por Orellana cuando lo navegó cuatro años antes para
llegar al Amazonas señalando que su agua era «negra como tinta», pero ahora
estaba tan enfermo que era incapaz de reconocerlo. Agotados y al borde de la
inanición y la muerte regresaron a la isla, pero allí ya no estaba ninguno de
sus compañeros. Señala Ana de Ayala que:
“siguió su viaje
con el dicho Adelantado su marido hasta el fin que tuvo […] pasando grandísimos
trabajos de aguaceros y hambres, que por aquella tierra hay muchos»”.
Hubo de asistir
también a la muerte de sus dos hermanas que le acompañaban en la expedición y
relató en juicio posterior cómo vio:
“enfermar y morir a
muchos capitanes, soldados y demás gentes que remontaban con gran dificultad la
corriente del río”
Muerte de
Orellana
Descansaron unos
días y después, a pesar de encontrarse todos enfermos o heridos y con tan sólo
un poco de maíz para cada pasajero, los buscaron durante unos meses río abajo
hasta que un día avistaron un poblado en un claro del bosque al que entraron en
busca de alimentos, siendo emboscados por los indios que hirieron con sus
flechas a 17 hombres, muriendo Orellana cuando una de ellas le atravesó el
corazón.
Se ignora el lugar
y la fecha de su muerte, pero por las declaraciones de su mujer Ana de Ayala y
de los otros supervivientes, se podría afirmar que tuvo lugar en los primeros
días de noviembre de 1546, quizá en Macapá, ya cerca del mar.
El final de la
expedición
Tras enterrar a su
esposo al pie de un gran castaño de Brasil, la ya viuda Ana de Ayala, el
capitán Peñalosa, el piloto Juan Griego y veintitrés hombres arribaron en el
bergantín a la isla Margarita a mediados de noviembre de 1546. Todos llegaron
enfermos y algunos con graves heridas y Ana de Ayala fue la única mujer
superviviente de la expedición al Amazonas.
La aventura de los
que se habían quedado en la isla no fue menor. Tras perder la esperanza de ver
el regreso de Orellana, construyeron un batel y fueron en su busca corriente
arriba. Se perdieron por algún otro brazo y al cabo de algunas semanas
decidieron regresar y buscar el modo de salir al mar, pero antes se detuvieron
tres meses en un poblado para construir una barca más grande, ayudados por los
indios. Cuando la echaron al río, la embarcación hacía agua a pesar de lo cual
decidieron continuar y bajaron por el
río unas 40 leguas (200 kilómetros) antes de la desembocadura, donde se
detuvieron para arreglarla y aprovisionarse de comida en un poblado, donde
algunos hombres prefirieron quedarse con los indios. Alguno más debió morir,
pues solo 18 salieron al Atlántico y achicando agua día y noche, arribaron a la
isla Margarita a principios de diciembre de 1546, donde se encontraron con el
grupo de Ana de Ayala.
La descripción de
Ana de Ayala sobre la extrema dureza de la expedición es descarnada:
“el grandísimo
trabajo de hambre y enfermedades, porque sabe esta (Ana de Ayala) que llegó a
tanto la dicha hambre que se comieron los caballos que llevaban y los perros en
once meses que anduvieron perdidos en el dicho río; en el cual dicho tiempo
murió la mayor parte de la gente y, juntamente con ella, el dicho su marido; y
sabe este testigo que solamente escaparon cuarenta y cuatro hombres”, uno de
los cuales fue el dicho capitán Juan de Peñalosa; y así, este testigo sabe que
todos en general quedaron perdidos, y así aportaron todos en compañía de este
testigo a la isla de la Margarita”
Juan de Peñalosa
Varios años
después, nos encontramos a Ana de Ayala residiendo en Panamá amancebada con el
capitán Juan de Peñalosa, Ana de Ayala interpuso demanda al Consejo de Indias
con el propósito de reclamar los derechos de explotación de los territorios
descubiertos por su marido. Su entonces irregular situación con Peñalosa
respondía tanto a sus demandas legales como al hecho de que las Leyes de Indias
prohibían a los contadores como Peñalosa y a otros cargos oficiales que se
casaran con parientes de compañeros o personas de su propia jurisdicción para
evitar las corruptelas.
Gracias a ese
juicio conocemos muchos extremos de la expedición narrados por la misma Ana de
Ayala que incluso apunta los motivos del fracaso al señalar que la empresa de
su marido fracasó a causa de no haber recibido de la Corona los socorros que
necesitaba y que habrían podido salvarla
“por cuanto su
majestad no dio al dicho adelantado ningún socorro ni ayuda de costa no pudo el
dicho capitán Peñalosa dexar de socorrer al Adelantado como todos los demás
capitanes y gente principal que le socorría”.
Arrestos no le
faltaban, ni en la selva ni fuera de ella.
Fuente: Ignacio del
Pozo Gutiérrez, Revista de Historia
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