EL REVOLUCIONARIO PROYECTO DEL CONDE DE ARANDA PARA AMÉRICA
Basta profundizar un poco en el conocimiento
de la historia de España, para llegar a una triste conclusión: los malos
gobernantes que han tenido a lo largo de los siglos, más interesados en su
fortuna personal o en el disfrute de los placeres terrenales que en el gobierno
de la nación.
Pues bien, esta afirmación encuentra escasas
pero notables excepciones como es el caso del protagonista de este artículo: El
Conde de Aranda.
Pedro Pablo Abarca de Bolea nació en el
castillo de Siétamo, en el seno de una ilustre familia aragonesa. Se educó en
el Seminario de Bolonia (Italia) y en Roma. Siendo muy joven realizó muchos
viajes por toda Europa recibiendo una sólida y liberal formación que pronto
hizo que se le identificara con los filósofos y enciclopedistas.
El conde de Aranda es considerado como una de
las personalidades más discutidas de la historia de España del siglo XVIII y
puede encuadrarse en el grupo de personajes que representan el reformismo
ilustrado español.
Voltaire llegó a decir de él ''con media
docena de hombres como Aranda, España quedaba regenerada''.
Su labor política daría para varios artículos,
pero hoy nos vamos a centrar en una de sus propuestas, para nosotros la más
revolucionaria: la división de las colonias americanas en tres estados
independientes y la unión con España en una gran Federación.
En 1783, tras la independencia de los
incipientes Estados Unidos, Aranda enviaba estas asombrosas recomendaciones al
rey Carlos III:
“...Que V.M. se desprenda de todas las
posesiones del continente de América, quedándose únicamente con las islas de
Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la
meridional, con el fin de que ellas sirvan de escala o depósito para el
comercio español. Para verificar este vasto pensamiento de un modo conveniente
a la España se deben colocar tres infantes en América: el uno de Rey de México,
el otro de Perú y el otro de lo restante de Tierra Firme, tomando V.M. el
título de Emperador. (…)“
Carlos III
El proyecto es tremendamente interesante. ¿Qué
viable hubiera sido la formación de esta Federación de naciones hispanas?
Lamentablemente, el conde no fue escuchado y el proyecto fue ignorado. Sin
embargo, las consideraciones que esgrimió para ello no carecían en absoluto de
sentido:
«La independencia de las colonias inglesas
queda reconocida, y éste es para mí un motivo de dolor y temor. Francia tiene
pocas posesiones en América, pero ha debido considerar que España, su íntima
aliada, tiene muchas, y que desde hoy se halla expuesta a las más terribles
conmociones...». Y más adelante: «Jamás han podido conservarse por mucho tiempo
posesiones tan vastas colocadas a tan gran distancia de la metrópoli. A esta
causa, general a todas las colonias, hay que agregar otras especiales a las
españolas, a saber: la dificultad de enviar los socorros necesarios; las
vejaciones de algunos gobernadores para con sus desgraciados habitantes; la
distancia que los separa de la autoridad suprema, lo cual es causa de que a
veces trascurran años sin que se atienda a sus reclamaciones... los medios que
los virreyes y gobernadores, como españoles, no pueden dejar de tener para
obtener manifestaciones favorables a España: circunstancias que reunidas todas
no pueden menos de descontentar a los habitantes de América moviéndolos a hacer
esfuerzos a fin de conseguir la independencia tan luego como la ocasión les sea
propicia.
Respecto a la nueva nación americana: «esta
república federal nació pigmea, por decirlo así y ha necesitado del apoyo y
fuerza de dos Estados tan poderosos como España y Francia para conseguir su
independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante, y aun coloso
temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido
de las dos potencias, y sólo pensará en su engrandecimiento... El primer paso
de esta potencia será apoderarse de las Floridas a fin de dominar el golfo de
México. Después de molestarnos así y nuestras relaciones con la Nueva España,
aspirará a la conquista de este vasto imperio, que no podremos defender contra
una potencia formidable establecida en el mismo continente y vecina suya».
Escudo del Rey Carlos III
Aranda describía con más de 100 años de
antelación la realidad a la que se tuvo que enfrentar el recién independizado
México en la Guerra contra los Estados Unidos en 1846.
Discurriendo este gran hombre de Estado sobre
los medios que convendría emplear para evitar las grandes pérdidas que preveía,
proponía al Rey el establecimiento de tres infantes españoles en los dominios
de América como reyes tributarios, uno en México, otro en el Perú, y otro en
Tierra Firme, tomando el rey de España el título de Emperador, y conservando
para sí solamente las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional, y
alguna otra que conviniera en la meridional.
Los Infantes y príncipes disponibles para 1783
en la Corte de Madrid eran:
· María Josefa; (1744–1801)
· El futuro Carlos IV; (1748–1819)
· Fernando; (1751–1825); Futuro Fernando IV de
Sicilia
· Gabriel de Borbón; (1752–1788); Uno de los
príncipes más ilustrados de la época.
· Antonio Pascual de Borbón; (1755–1817); Quién
desempeñaría un honroso papel en la Guerra de Independencia.
Los nuevos soberanos y sus hijos deberían
casarse siempre con infantas de España o de su familia, y los príncipes
españoles se enlazarían también con princesas de los reinos de Ultramar.
«De este modo -decía- se establecería una
unión íntima entre las cuatro coronas, y antes de sentarse en el trono
cualquiera de estos príncipes debería jurar solemnemente que cumpliría con
estas condiciones».
Entre las ventajas que resultarían de este
plan contaba la de la contribución de los tres reinos (que habían de ser, una
en oro, otra en plata, y otra en géneros coloniales), la de cesar la continua
emigración a América, la de impedir el engrandecimiento de las colonias, o de
cualquiera otra potencia que quisiera establecerse en aquella parte del mundo,
el aumento de nuestra marina mercante y militar, y añadía: «Las islas que
arriba he citado, administrándolas bien y poniéndolas en buen estado de
defensa, nos bastarían para nuestro comercio, sin necesidad de otras
posesiones, y finalmente disfrutaríamos de todas las ventajas que nos da la
posesión de América sin ninguno de sus inconvenientes».
Las consideraciones que esgrimió para este
proyecto de radical cambio en la concepción de España sobre sí misma no
carecían de sentido y mucho menos eran discordantes con la realidad existente
en la Europa del siglo XVIII, dada la necesidad de asegurar el poderío de un
imperio basado en intereses comerciales —según se denota en la retención de
Cuba y Puerto Rico—, que además, en el caso español, traería mayores
beneficios, siendo que en los citados reinos ya existía una sociedad
organizada, culturizada y homogeneizada por la cultura española y la religión
católica.
Aranda daba, además, como razones para la
federalización el claro descontento entre los criollos y la comunidad en
general en América tras las reformas emprendidas que no fueron recibidas con
gusto por los súbditos. Asimismo, era claro que los americanos deseaban tener
participación activa en el gobierno de sus territorios y evitar la llegada de
mandamases enviados desde Madrid que poco o nada tenían en común con la forma
de vida de los territorios ultramarinos y, en ciertos casos, sólo llegaban a
las colonias para enriquecerse amparados ante el capricho de válidos y
ministros poderosos que no hacían llegar al Rey las quejas sobre el desempeño
de sus protegidos.
Una prueba de que las ideas del Conde no eran
alejadas de la realidad política de los súbditos americanos, es la proclama del
Plan de Iguala por don Agustín de Iturbide y Arámburu el 24 de febrero de 1821,
donde, tras la independencia de México, se ofrecía la corona del Imperio Mexicano
al entonces Fernando VII o a algún otro príncipe de la Casa de Borbón española.
Desgraciadamente todo el revolucionario plan
no solo no fue ignorado por el rey sino que, a la larga, causó que el propio
Aranda cayera en desgracia siendo sustituido por Manuel Godoy, amante de la
reina María Luisa, el Conde fue desterrado primero a Jaén y luego a Épila donde
murió en 1798.
Apenas 100 años después de la muerte de
Aranda, América era un continente de naciones libres y Estados Unidos
arrebataba España sus últimas posesiones coloniales en el desastre del 98.
Resulta inevitable, cuando uno lee las
premonitorias palabras del Conde de Aranda, dejar volar la imaginación sobre cómo
podría haber cambiado la historia, si Carlos III se hubiese decidido a llevar a
cabo este increíble proyecto de Conmonwealt a la Española, ese visionario
proyecto para cambiarlo todo sin que nada cambie:
¿Un desembarco de tropas hispanoamericanas en
Cádiz en ayuda de la España ocupada por Napoleón?, ¿Una triple entente contra
Estados Unidos en la guerra del 98?, ¿Hubiese los Estados Unidos entrado en
guerra contra México en 1846 o se habrían decantado por la expansión hacia el
norte, hacia territorios británicos?
¿Qué les parece el plan de Aranda? ¿Se atreven
a especular con que ''hubiese pasado''?
Fuente: La Estantería de Arriba
http://laestanteriadearriba.blogspot.com/2009/10/el-revolucionario-proyecto-del-conde-de.html
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