LA IGLESIA MEDIEVAL: EL CAMBIO DE RELIGIOSIDAD EN LOS TIEMPOS FEUDALES
Desde
el siglo X hasta el siglo XIII surgirían distintas órdenes religiosas, que
caracterizarían a la Iglesia de la Baja Edad Media. Pero antes de explicar el
desarrollo de las distintas órdenes, es de relevante importancia explicar el
proceso de renovación de la Iglesia que ya comenzaría en el siglo X pero que
hasta el siglo XIII no sería consolidado.
Los
nuevos movimientos de la Iglesia tuvieron dos objetivos claros: luchar contra
la simonía y el nicolaísmo; y separar el poder regular y el secular, creando de
la Iglesia un mecanismo independiente.
La
reforma tendría su origen en el 1050, cuando los papas alemanes apoyaban la
creación de una Iglesia más auténtica. Fue en esta época, en concreto en el
1054, cuando con el Cisma de Oriente se separarían las Iglesias Occidentales y
Orientales. Poco a poco, el Pontificado se separaría del Imperio Alemán. Con
los Dictatus Papae de Gregorio VII se afirmaría que Roma era el centro del
cristianismo, llegando a ser el Papa la figura más importante de Europa. Además,
se condenarían el nicolaísmo, la simonía y la investidura laica de clérigos.
Con estas reformas se homogenizaron la liturgia y la vida monástica, de manera
que se pasaría de una Europa formada por un conjunto de iglesias diferentes, a
una Europa unida religiosamente, donde la Iglesia romana sería la coordinadora
de todo lo eclesiástico. Con el Concordato de Worms y el Concilio Ecuménico de
Letrán esta postura de la Iglesia se reafirmó.
En
el 1140, Graciano elaboraría un código de derecho canónico cuyo objetivo era el
de armonizar las reglas que regían la vida en la Iglesia, buscando así la unión
litúrgica en todos los cristianos. Según Giuseppa Sergi, es a partir del siglo
XI cuando se empieza a hablar de una Iglesia cristiana y se abandona el término
de diferentes Iglesias por toda Europa. La Iglesia de Roma quedaría como
coordinadora de esta homogeneización.
Pero
la Iglesia no solo se reformó y se centralizó, sino que haría una renovación
espiritual donde se buscaría volver a la Iglesia primitiva. Para ello se
institucionalizaría el ascetismo, estilo de vida que se alejaba de los placeres
humanos para perfeccionar la moral y el espíritu. Para ello surgirían los
monacatos, estilo de vida ascético sujeto a unas reglas.
La
orden de Cluny, fundada en el 909, sería el precedente de esta renovación
espiritual. Quedaría totalmente aislada del mundo laico y tendría cierta
independencia eclesiástica, aun siempre en un escalón inferior a Roma. Los
abades de Cluny seguirían las Reglas de San Benito, donde destacaba la
liturgia, la ascesis moderada y la labor espiritual e intelectual.
Dos
factores harían que Cluny perdiese importancia. El primero sería que los
monasterios más independientes dejarían de tener importancia, en favor de otros
subordinados al Pontificado. El otro aspecto fue la renovación espiritual del
siglo XII, que buscaba la mundanización eclesiástica ya que la Iglesia no
necesitaba riquezas para ser pura, algo totalmente contrario a la ideología de
Cluny. Además, esta orden no seguía algunas nuevas directrices eclesiásticas
que surgirían, como la atención a enfermos o el rescate de cautivos. De esta
manera, se había sustituido una Iglesia multicéntrica con referencia solo
nominal a la sede apostólica por un conjunto articulado jerárquicamente referido
con claridad a la primacía de Roma.
Entre
los nuevos movimientos habría ermitaños, aunque más éxitos tendrían los que
unieron la vida solitaria con la cenobítica, surgiendo así las órdenes de los
camaldulenses o la orden cartuja.
Pero
la forma predominante de ascetismo en el siglo XII fue la orden de Cister,
fundada en 1098. Siguió la norma cisterciense, a partir de una observación de
las Reglas de San Benito. Se hizo pobre y aumentó el trabajo manual. Fue en el
1220 cuando comenzó su declive debido a que empezarían a recibir diezmos
parroquiales. Algunos de los monasterios de Cister eran femeninos o dobles,
algo que no sería inusual en la Baja Edad Media, ya que surgieron numerosas
órdenes femeninas que correspondían a las masculinas, como las monjas bernandas,
vinculadas a Cister.
Las
órdenes de los canónigos regulares, como la de los premostratenses, se
caracterizarían por compaginar la actividad espiritual con la pastoral y por
seguir la Regla de San Agustín, destacando la orden de los premostratenses.
Las
órdenes militares nacerían en Palestina, tras la conquista de Jerusalén en 1099
y en el contexto de las cruzadas, formadas por caballeros cuya violencia estaba
legitimizada. Destacaron la orden de los hospitalarios de San Juan de
Jerusalén, dedicados a atender a los peregrinos; y la orden del Temple, más
militar. Otras órdenes militares surgieron en zonas conflictivas como la
Península Ibérica.
Surgirían distintos movimientos, llamados herejías, que criticarían las reformas eclesiásticas debido al débil componente teológico y la pérdida a manos de la Iglesia de su carisma espiritual. Destacarían las sublevaciones urbanas, los valdenses, los milenaristas y los cátaros.
Inocencio
III establecería mecanismos para combatir a estas herejías, destacando las
órdenes mendicantes. Eran instituciones apoyadas por el Papado que servían para
encuadrar los movimientos de renovación espiritual. Se caracterizaban por vivir
de las limosnas y se ubicaban en los centros urbanos, sobre todo en lugares donde
más se proyectaban las herejías, de manera que podían combatirlas de forma
silenciosa. Además, adaptaban a la Iglesia a una sociedad con nuevas
necesidades, destacando la importancia de la vida urbana y el trabajo
intelectual. Destacarían las órdenes de los dominicos y la de los franciscanos.
Surgirían otras órdenes como los agustinos y la de las carmelitas, ésta última
dentro de las órdenes mendicantes femeninas.
La
Inquisición sería otro mecanismo surgido para luchar contras las herejías,
quedando dominada por la orden de los dominicos. En 1215, en el IV Concilio de
Letrán, la Iglesia se definiría: lo sagrado era superior a lo secular; se
fijaría la doctrina de los sacramentos como instrumentos de salvación; y se
difundirían nuevas formas de culto y de piedad estables.
Fuente:
Antonio Luis Hidalgo Vicente, Revista de Historia
Revisión
y Diseño: elcofresito
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