BUSCADORES DEL TESORO INCA
“No se puede escapar de un tesoro una vez que
se ha fijado en tu mente”, escribía en una de sus novelas Joseph Conrad,
sentencia perdurable acerca de la obsesión que impulsa dicha búsqueda.
Curiosamente, en 1857, año de nacimiento del
autor anglo polaco, se había publicado en la revista de la Royal Geographic
Socety de Londres, un artículo del botánico Richard Spruce, que al tiempo se
encontraba en Baños de Ambato, investigando sobre variedades de cascarilla o
quina para combatir la malaria. El artículo daba cuenta, por primera vez, del
Derrotero de Valverde, esto es, la breve guía que describe la ruta para llegar
al Tesoro de Atahualpa, presuntamente escondido por Rumiñahui, cuando se produjo
la conquista del Reino de Quito por parte de los españoles. No hay que
confundir a este Valverde con el cura dominico que fue protagonista de la
captura del inca-shyri, y que años después, al huir de la toma del poder por el
hijo de Almagro, a raíz del asesinato de Pizarro, terminó naufragando a orillas
de la isla Puná, donde fue capturado y canibalizado por los lugareños. El dueño
del famoso Derrotero era al parecer un soldado o burócrata español que desposó
a la hija del cacique de Píllaro, Ecuador, quien, al tomarle confianza y
afecto, le reveló dónde se encontraba el tesoro oculto.
Cuando se produjo el llenado del cuarto con
objetos de oro y plata para pagar el rescate del cautivo en Cajamarca, hay que
anotar que la mayor parte del botín provino del sur, de la parte del
Tahuantinsuyo que acababa de ser conquistada por las huestes quiteñas.
Después de repartir el tesoro, cuya sola
fundición tomó un mes y sumó 6.087 kilos de oro de 22,5 quilates y 11.793 kilos
de plata, la codicia española seguía insatisfecha. El propio Atahualpa se había
ufanado de su fabuloso tesoro real en Quito, que debía seguir intacto. Sin duda
esta ambición movilizó a Sebastián de Benalcázar hacia el septentrión del
imperio, valido además de la noticia de la llegada a territorio ecuatorial del
Adelantado de Guatemala, Pedro de Alvarado.
El Rescate más caro de la historia, valorado en más de 400 millones de dólares
Según el cronista Fernández de Oviedo,
Rumiñahui llegó a recaudar 70.000 cargas de oro y plata que iban a ser
transportadas a hombros por 15.000 porteadores, cuando llegó la noticia del
ajusticiamiento del Inca, lo cual habría obligado a su inmediato ocultamiento.
Según el Derrotero de Valverde, el lugar
escogido fue la remota y agreste zona de los Llanganatis, al oriente de Ambato,
Ecuador, mitad páramo y mitad selva, que al decir del explorador-historiador
Luciano Andrade Marín, en su libro homónimo publicado en 1933, significaría
“lugar de laboreo minero de los Atis”, patronímico de los reyes puruhaes. Uno
de los accesos más comunes es por la población de Píllaro, de donde se supone
era nativo Rumiñahui, cuya madre habría sido una princesa lugareña desposada
con el inca Huayna-Cápac (de modo que era medio hermano de Atahualpa).
Los Llanganates, son visitados constantemente
Acaso no es casual que la captura del caudillo
indígena, conforme a las versiones más creíbles, se haya producido precisamente
en sus inmediaciones, al caer de un desfiladero mientras intentaba fugar.
No hay acuerdo sobre el tiempo en que vivió
Valverde. Unos lo ubican como un personaje de mitad del siglo XVI, es decir
poco después de la conquista, mientras que otros consideran que su historia
corresponde al siglo XVIII, esto es la parte tardía de la Colonia, lo cual
sería más probable.
Lo cierto es que enriquecido volvió a España a
disfrutar de parte del tesoro que había sustraído, no se sabe si con o sin su
esposa nativa, y cuando estuvo próximo a la muerte, años después, decidió contar
al Rey el origen de su fortuna, heredándole y adjuntando a la carta
correspondiente el famoso derrotero o guía.
General Inca Rumiñahui
El monarca Borbón -que sería Carlos IV-
promulgó una Cédula Real ordenando a los corregidores de Ambato y Latacunga
coadyuvar en la búsqueda, enviando como responsable al cura Longo, un religioso
italiano de su confianza. Fatídicamente, durante la expedición, Longo se
extravió en medio de las pesadas brumas del páramo-selva y sus compañeros jamás
pudieron encontrarlo.
La increíble historia fue revelada por Spruce,
quien consiguió en los archivos de Latacunga copia de valiosos documentos,
incluido el Derrotero, que databan de 1827. Constaba un mapa del botánico
español Atanasio Guzmán, quien conocedor de la ruta la había intentado sin
éxito, hallando solo vestigios de antiguas explotaciones mineras indígenas.
El problema de la guía es que resulta fácil
seguirla en la zona de páramo entrando por Cocha Huasi, al noreste de Píllaro,
siguiendo por el río Milín el altiplano de Ainchibilí, teniendo por referentes
el Cerro Hermoso y el Sunchu Urco, los puntos altos de la zona, para luego
cruzar por las lagunas de Anteojos y Yanacocha; en esta última nace el río
Golpe, que desagua con pendiente pronunciada hacia el río Pastaza.
La complejidad de Los Llanganates
Durante los primeros tres días no hay
dificultad alguna, pero el comenzar la zona selvática, en las dos o tres
jornadas restantes, resulta difícil orientarse en función de las indicaciones
anotadas. Según Valverde, al final se llega a un socavón que tiene una entrada
parecida a un portal de iglesia, que está cubierta por vegetación,
encontrándose en el interior una laguna excavada por la mano del hombre, donde
se encontrará como seña una vasija ancha de forma redonda cargada de pepas de
oro. No ofrece detalles adicionales sobre la magnitud o composición del tesoro.
De regreso en Inglaterra, Spruce, junto con su
promotor Alfred Rusell Wallace, el mismo que compartió con Charles Darwin la
gloria por la Teoría de la Evolución, contrataron a un par de marineros, el
holandés Barth Blacke y un compatriota de apellido Chapman, para que se
encargaran de encontrar el tesoro.
Luego de adentrarse en los Llaganatis, en
medio de las privaciones de un ambiente tan inhóspito, este último falleció. Y
cuando su compañero intentó darle sepultura se topó accidentalmente con un
tesoro del que extrajo 18 piezas de oro.
El tesoro de Atahualpa (Imagen ilustrativa)
Desde Panamá, Blacke escribió a Spruce sobre
su hallazgo, destacando que apenas había tomado una muestra, porque era de tal
magnitud que “tanto ni cien hombres podrían cargarlo”; precisaba que estaba
compuesto por objetos pequeños y grandes esculturas de oro y plata. Daba
testimonio de que el Derrotero era bastante preciso, exceptuando el sitio que
codificó como “4PL”.
Lo misterioso es que el holandés en su
travesía de retorno, en medio de una gresca en cubierta cayó por la borda y
nunca más se supo de él; tampoco de las piezas de oro, ni del nuevo mapa del
tesoro que había trazado. Cuando llegó la carta a su destinatario, Spruce había
muerto de causas naturales.
Muchos años después, un nieto del científico
se interesaría en el enigma, contratando al aventurero comandante George Dyott,
para que se ocupara de retomar las pistas dejadas por Blacke. En una de sus
sucesivas expediciones a los Llanganatis se quebró una pierna, optando por
retirarse a una propiedad que había adquirido en Santo Domingo de los
Colorados. “Aunque creo que el tesoro existe, un hombre puede ser más feliz y
vivir en paz sin encontrarlo,” reflexionaría filosóficamente.
Los Llanganates
En 1965 se produciría una sorpresa al revelar
diarios de Lima y Quito la noticia de que habían aparecido documentos que
acreditaban a Don Antonio Pástor y Marín De Segura, Marqués De Llosa,
corregidor de Latacunga en 1794, quien se encontraba en funciones cuando llegó
la citada Cédula Real con la copia del Derrotero de Valverde, como poseedor de
una inmensa fortuna en oro, piedras preciosas y vasijas incas, valorada en 460
millones de libras esterlinas, que había legado a sus descendientes de quinta
generación.
De la investigación correspondiente se puso en
claro que el tesoro había sido embarcado en 1803 en el puerto de Lambayeque,
actual Perú, con destino al Banco Real de Escocia, en Edimburgo, y registrado a
nombre de Narcisa Martínez, segunda cónyuge del corregidor. Sin embargo, para
entonces la entidad bancaria había desaparecido e igualmente sus archivos se
habían quemado hace muchos años, de modo que no había forma de rastrear, menos
aún, de recuperar el tesoro.
Lo cierto es que, desde la segunda mitad del
siglo XIX hasta la presente fecha, han sido muchos los aventureros nacionales y
extranjeros que han buscado el Tesoro de Atahualpa, siguiendo el Derrotero con
alguna variante interpretativa o intuitiva; solo Valverde, Pástor y Blacke
habrían tenido éxito.
Mapa de la zona de los Llanganates
El listado incluye nombres como Thour de Koos,
Erskine Loch, Richard D’Orsay. Mr. Brooks, Eugenio Brunner, Rolf Blomberg,
Luciano Andrade Marín, etc. Entre los contemporáneos se destaca Andrés
Fernández-Salvador Zaldumbide, quien en el año 2011 reconocía en una entrevista
a la Revista Diners, haber dirigido 61 expediciones a los Llaganatis, y que
estaba seguro de encontrarse a apenas 700 metros del tesoro, que encontraría en
su próximo intento.
Leyenda o fábula, los buscadores no se
cansarán, vendrán otros a tomar su lugar, convencidos de que hay sueños que se
tornan realidad.
*Tomado del libro ‘Crónicas de la historia’,
presentado hace pocos días en Quito.
La obsesión por hallar el tesoro de Atahualpa,
presuntamente escondido por Rumiñahui en los Llanganates, ha motivado durante
siglos a una serie de empresarios y exploradores. Solamente Valverde, Pástor y
Blacke habrían tenido éxito.
Fuente: El Comercio
https://www.elcomercio.com/tendencias/buscadores-tesoro-inca-atahualpa-incas.html
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