EL OTRO LADO DE LA MEDALLA: CRISTÓBAL COLÓN
La
cuestión que más acuciaba a Colón era: ¿dónde está el oro? Y para conseguirlo
no reparó a la hora de acabar con la vida de quienes le habían recibido con
ingenua complacencia.
Desde
los tiempos inmemoriales en las escuelas se nos enseñó que Colón era nuestro
héroe histórico, que había descubierto el "nuevo" continente y
llevado la civilización a los "indios" que lo habitaban. Con el
transcurso del tiempo descubrimos que Colón no era ni siquiera español, ni
había descubierto un nuevo continente, y que lo que había en aquel continente
no eran "indios" sino aborígenes americanos. En este didáctico
trabajo del historiador estadounidense Howard Zinn, nos descubre el rostro
macabro de un Colón del que nunca nos habían hablado en la escuela.
Howard
Zinn, autor del texto que reproducimos, es un célebre historiador
estadounidense, que ha publicado más de 20 libros sobre esa materia. Nació en
Brooklyn, en 1922, y falleció en California en el año 2010, a los 87 años.
Desde
la década de 1960, Zinn fue un auténtico referente en su país en la lucha por
los derechos civiles y el movimiento antibélico. Entre sus libros más conocidos en el exterior,
se encuentra "A People's History of the United States", editada en
castellano bajo el título de “La otra historia de los Estados Unidos".
"Los
hombres y las mujeres arawak, desnudos, morenos y presos de la perplejidad,
emergieron de sus poblados hacia las playas de la isla y se adentraron en las
aguas para ver más de cerca el extraño barco.
Cuando
Colón y sus marineros desembarcaron portando espadas y hablando de forma rara,
los nativos arawak corrieron a darles la bienvenida, a llevarles alimentos,
agua y obsequios.
"Nos
trajeron loros y bolas de algodón, - escribió Colón en su diario - langas y
muchas otras cosas más que cambiaron por cuentas cascabeles de halcón. No
tuvieron ningún inconveniente en darnos todo lo que poseían... Eran de fuerte
constitución, con cuerpos bien hechos" hermosos rasgos... Al enseñarles
una espada, la cogieron por la hoja y se cortaron al no saber lo que era. Con
cincuenta hombres los subyugaríamos a todos, con ellos haríamos lo que
quisiéramos".
Estos
arawaks de las Islas Antillas se parecían mucho a los indígenas del continente,
que eran extraordinarios - así los calificarían repetidamente los observadores
europeos- por su hospitalidad, su entrega a la hora de compartir. Estos rasgos
no estaban precisamente en auge en la Europa renacentista, dominada por la
religión de los Papas, el gobierno de los reyes y la obsesión por el dinero que
caracterizaba la civilización occidental y su primer emisario a las Américas,
Cristóbal Colón.
ENFEBRECIDO
POR EL ORO
La
cuestión que más acuciaba a Colón era: ¿dónde está el oro? Había convencido a
los reyes de España a que financiaran su expedición a esas tierras. Esperaba
que al otro lado del Atlántico -en las "Indias" y en Asia - habría
riquezas, oro y especias. Como otros ilustrados contemporáneos suyos, sabía que
el mundo era esférico y que podía navegar hacia el oeste para llegar al Extremo
Oriente.
España
acababa de unificarse formando uno de los nuevos estado-nación modernos, como
Francia, Inglaterra y Portugal. Su población, mayormente compuesta por
campesinos, trabajaba para la nobleza, que representaba el 2% de la población,
siendo éstos los propietarios del 95% de la tierra.
España
se había comprometido con la Iglesia Católica, había expulsado a todos los
judíos y ahuyentado a los musulmanes. Como otros estados del mundo moderno,
España buscaba oro, material que se estaba convirtiendo en la nueva medida de
la riqueza, con más utilidad que la tierra porque todo lo podía comprar.
Había
oro en Asia, o así se pensaba, y ciertamente había seda y especias, porque
hacía unos siglos, Marco Polo y otros habían traído cosas maravillosas de sus
expediciones por tierra. Al haber conquistado los turcos Constantinopla y el
Mediterráneo oriental, y al estar las rutas terrestres a Asia en su poder,
hacía falta una ruta marítima. España decidió jugar la carta de una larga
expedición a través de un océano desconocido. El objetivo era claro: obtener
esclavos y oro.
EL
NEGOCIO DEL "DESCUBRIMIENTO"
A
cambio de la aportación de oro y especias, a Colón le prometieron el 10% de los
beneficios, el puesto de gobernador de las tierras descubiertas, además de la
fama que conllevaría su nuevo título: Almirante del Mar Océano. Era comerciante
de la ciudad italiana de Génova, tejedor eventual -hijo de un tejedor muy
habilidoso-, y navegante experto.
Embarcó
con tres carabelas, la más grande de las cuales era la Santa María, velero de
unos treinta metros de largo, con una tripulación de treinta y nueve personas.
Colón nunca hubiera llegado a Asia, que distaba miles de kilómetros más de lo
que él había calculado, imaginándose un mundo más pequeño. Al cubrir la cuarta
parte de esa distancia dio con una tierra desconocida que no figuraba en mapa
alguno y que estaba entre Europa y Asia: las Américas.
Esto
ocurrió a principios de octubre de 1492, treinta y tres días después de que él
y su tripulación hubieran zarpado de las Islas Canarias, en la costa atlántica
de África. De repente vieron ramas flotando en el agua, pájaros volando.
Entonces, el día 12 de octubre, un marinero llamado Rodrigo vio la luna de la
madrugada brillando en unas arenas blancas y dio la señal de alarma. Eran las
islas Antillas, en el Caribe. Se suponía que el primer hombre que viera tierra
tenía que obtener una pensión vitalicia de 10.000 maravedíes, pero Rodrigo
nunca la recibió. Colón dijo que él había visto una luz la noche anterior y fue
él quien recibió la recompensa.
Cuando
se acercaron a tierra, los indios arawak les dieron la bienvenida nadando hacia
los buques para recibirles. Los arawak vivían en pequeños pueblos comunales, y
tenían una agricultura basada en el maíz, las batatas y la yuca. Sabían tejer e
hilar, pero no tenían ni caballos ni animales de labranza. No tenían hierro,
pero llevaban diminutos ornamentos de oro en las orejas. Este hecho iba a traer
dramáticas consecuencias: Colón apresó a varios de ellos y les hizo embarcar,
insistiendo en que le guiaran hasta el origen del oro. Luego navegó a la que
hoy conocemos como isla de Cuba, y luego a la Hispaniola -la isla que hoy se
compone de Haití y la República Dominicana-. Allí, los destellos de oro
visibles en los ríos y la máscara de oro que un jefe indígena local ofreció a
Colón provocaron visiones delirantes de oro sin fin.
LA
PRIMERA BASE MILITAR EUROPEA EN AMÉRICA
En
Hispaniola, Colón construyó un fuerte con la madera de la Santa María, que
había embarrancado. Fue la primera base militar europea en el hemisferio
occidental. Lo llamó Navidad, y allí dejó a treinta y nueve miembros de su
tripulación con instrucciones de encontrar y almacenar oro. Apresó a más
indígenas y los embarcó en las dos naves que le quedaban. En un lugar de la
isla se enzarzó en una lucha con unos indígenas que se negaron a suministrarles
la cantidad de arcos y flechas que él y sus hombres deseaban. Dos fueron
atravesados con las espadas y murieron desangrados. Entonces la Niña y la Pinta
embarcaron rumbo a las Azores y a España. Cuando el tiempo enfrió, algunos de
los prisioneros indígenas murieron.
El
informe de Colón a la Corte de Madrid era extravagante. Insistió en el hecho de
que había llegado a Asia -se refería a Cuba- y a una isla de la costa china
(Hispaniola).
"Hispaniola
es un milagro. Montañas y colinas, llanuras y pasturas, son tan fértiles como
hermosas... los puertos naturales son increíblemente buenos y hay muchos ríos
anchos, la mayoría de los cuales contienen oro... Hay muchas especias, y nueve
grandes minas de otros metales..."
Los
indígenas, según el informe de Colón:
"son
tan ingenuos, generosos con sus posesiones que nadie que no les hubiera visto
se lo creería".
Concluyó
su informe con una petición de ayuda a Sus Majestades, y ofreció que, a cambio,
en su siguiente viaje, les traería "cuanto oro necesitasen... y cuantos
esclavos pidiesen". Se prodigó en expresiones de tipo religioso:
"Es así que el Dios eterno, Nuestro
Señor, da victoria a los que siguen su camino frente a lo que aparenta ser
imposible".
FRACASO
DE LA RESISTENCIA
Los arawaks intentaron reunir un ejército de resistencia, pero se enfrentaban a españoles que tenían armadura, mosquetes, espadas y caballos. Cuando los españoles hacían prisioneros, los ahorcaban o los quemaban en la hoguera. Entre los arawaks empezaron los suicidios en masa con veneno de yuca. Mataban a los niños para que no cayeran en manos de los españoles. En dos años la mitad de los 250.000 indígenas de Haití habían muerto por asesinato, mutilación o suicidio.
TESTIMONIO
DEL GENOCIDIO
La principal fuente de información sobre lo que pasó en las islas después de la llegada de Colón -y para muchos temas, la única- es Bartolomé de las Casas. De sacerdote joven había participado en la conquista de Cuba. Durante un tiempo fue el propietario de una hacienda donde trabajaban esclavos indígenas, pero la abandonó y se convirtió en un vehemente crítico de la crueldad española. Las Casas transcribió el diario de Colón y, a los cincuenta años, empezó a escribir una Historia de las Indias en varios volúmenes.
Las Casas habla del tratamiento de los
indígenas a manos de los españoles:
"Testimonios
interminables... dan fe del temperamento benigno y pacífico de los nativos...
Pero fue nuestra labor la de exasperar, asolar, matar, mutilar y destrozar; ¿a
quién puede extrañar, pues si de vez en cuando intentaban matar a alguno de los
nuestros?... El almirante, es verdad, fue tan ciego como los que le vinieron detrás,
y tenía tantas ansias de complacer al Rey que cometió crímenes irreparables
contra los indígenas..."
EPÍLOGO
El
hecho de enfatizar el heroísmo de Colón y sus sucesores como navegantes y
descubridores y de quitar énfasis al genocidio que provocaron no es una
necesidad técnica sino una elección ideológica. Sirve -se quiera o no- para
justificar lo que pasó.
Lo que
quiero resaltar aquí no es el hecho de que debamos acusar, juzgar y condenar a
Colón in absentia, al contar la historia. Ya pasó el tiempo de hacerlo; sería
un inútil ejercicio académico de moralística. Quiero hacer hincapié en que
todavía nos acompaña la costumbre de aceptar las atrocidades como el precio
deplorable pero necesario que hay que pagar por el progreso.
El
tratamiento de los héroes (Colón) y sus víctimas (los arawaks), -la sumisa
aceptación de la conquista y el asesinato en el nombre del progreso- es sólo un
aspecto de una postura ante la historia que explica el pasado desde el punto de
vista de los gobernadores, los conquistadores, los diplomáticos y los líderes.
Es como si ellos -por ejemplo, Colón - merecieran la aceptación universal; como
si ellos, - los Padres Fundadores, Jackson, Lincoln, Wilson, Roosevelt,
Kennedy, los principales miembros del Congreso, los famosos jueces del Tribunal
Supremo-, representaran a toda la nación.
No
debemos aceptar la memoria de los estados como cosa propia. Las naciones no son
comunidades y nunca lo fueron. La historia de cualquier país, si se presenta
como si fuera la de una familia, disimula terribles conflictos de intereses
(algo explosivo, casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados,
amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados por
razones de raza y sexo.
Prefiero
explicar la historia del descubrimiento de América desde el punto de vista de
los arawaks; la de la Constitución, desde la posición de los esclavos; la de
Andrew Jackson, tal como lo verían los cherokees; la de la Guerra Civil, tal
como la vieron los irlandeses de Nueva York; la de la Guerra de México, desde
el punto de vista de los desertores del ejército de Scott; la de la eclosión
del industrialismo, tal como lo vieron las jóvenes obreras de las fábricas
textiles de Lowell; la de la Guerra Hispano-Estadounidense vista por los
cubanos; la de la conquista de las Filipinas tal como la verían los soldados
negros de Luzón; la de la Edad de Oro, tal como la vieron los agricultores
sureños; la de la 1 Guerra Mundial, desde el punto de vista de los socialistas,
y la de la Segunda vista por los pacifistas; la del New Deal de Roosevelt, tal
como la vieron los negros de Harlem; la del Imperio Americano de posguerra,
desde el punto de vista de los peones de Latinoamérica. Y así sucesivamente,
dentro de los límites que se le imponen a una sola persona, por mucho que él o
ella se esfuercen en "ver" la historia desde otros puntos de vista.
Fuente:
Howard Zinn, Canarias – Semanal. Org
Revisión
y Diseño: elcofresito
Comentarios
Publicar un comentario
Todos los comentarios deberán guardar el respeto y la consideración hacia los demás, así como el uso de términos adecuados para explicar una situación. De no cumplirse con estos requisitos los comentarios serán borrados.