¿LA DERECHA BUSCA SU REVOLUCIÓN?
Los presidentes de Brasil, Ecuador y Uruguay, Jair Bolsonaro, Guillermo Lasso y Luis Lacalle Pou, respectivamente.
Todo le ha salido mal a una clase social y
económica alta que impulsa procesos de derechización y que entiende muy poco de
América Latina y de lo que significa lo "popular latinoamericano".
Por distintas razones, pequeños países como
Uruguay, Costa Rica o Ecuador se quedaron solos en América Latina nadando
contra la corriente progresista, en auge en la región. No obstante, aún queda
por ver qué sucederá finalmente en Brasil en las elecciones presidenciales de
octubre.
Del resto de países que componían el
denominado Grupo de Lima, una portentosa asociación de más de quince gobiernos
del continente, no queda más que un recuerdo. Atrás quedó el glorioso, aunque
precoz, "ciclo de derecha" que gobernó un cúmulo importante de países
en el lustro que cerró la segunda década.
Aunque en esos años, las ínfulas de
superioridad moral del conservadorismo reinante hicieron pensar que se venía
una hegemonía por décadas, realmente el ciclo duró muy poco. Al final, su
empuje se vio reducido a unos años que sirvieron de un paréntesis, una
alternancia que en muchos casos funcionó a la propia izquierda desgastada,
debido a que el electorado les prefirió nuevamente en la primera oportunidad
electoral que tuvo.
La derecha elitista radical que impuso su
agenda en aquellos gobiernos conservadores impidió una articulación duradera
con el malestar popular que habían producido los gobiernos progresistas. Si
bien en los países de la región el conservadorismo tiene un electorado bastante
más amplio que la mera clase alta y media-alta (minoritaria) que les dirige,
queda muy disminuido si pierde el respaldo de las clases populares, lo que
permite a la izquierda oxigenarse mientras está en la oposición y luego volver
con mayor impulso.
Este segundo aire de la izquierda, entrada la
tercera década, ha tomado por sorpresa a esa derecha que observa inmóvil cómo
se ha disuelto su narrativa reaccionaria, a la que consideraba infalible.
Los sectores populares, cuando castigan a la
izquierda, no piden la derechización de sus países, sino que reclaman al
gobierno izquierdista por no cumplir su agenda. Sin embargo, la derecha cree
que cuando gana es porque el pueblo 'al fin comprende' sus ideas.
La derrota electoral del expresidente
argentino Mauricio Macri en el 2019, el hipotético descenso del actual
presidente Jair Bolsonaro en Brasil, el desenlace del golpe de la hoy
presidiaria Jeanine Añez en Bolivia, la derrota del interinato de Juan Guaidó
en Venezuela, el debilitamiento terminal del uribismo en Colombia, el revolcón
al status quo chileno, la derrota en 2021 del fujimorismo apoyado por toda la
élite peruana, el triunfo pírrico de Guillermo Lasso provocado únicamente por la
división del campo popular y, finalmente, la extinción sin dolientes del Grupo
de Lima indican sobremanera que si fuera cierto que la izquierda "estuvo
mal", también lo sería que la derecha "lo hace mucho peor".
En la esfera política, todo le ha salido mal a
una clase social y económica alta que impulsa procesos de derechización y que
entiende muy poco de América Latina y de lo que significa lo "popular
latinoamericano", a quien no se cansa de humillar y de quien recibe los
peores castigos electorales.
Aunque sienta con fuerza la derrota, la
derecha no suele ser autocrítica. Para ella el problema sigue siendo que el
pueblo es "pobre y bruto", "se vende al mejor postor" y
todo lo resuelve con enunciados reaccionarios que insaciablemente repite casi
cualquier periodista de América Latina. Todos extraviados e impotentes para
comprender que el decaimiento de los gobiernos de izquierda no es producto de
la repetición incesante de la narrativa derechista, sino de un malestar con los
propios gobiernos izquierdistas.
Los sectores populares, cuando castigan a la
izquierda, no piden la derechización de sus países, sino que reclaman al
gobierno izquierdista por no cumplir su agenda. Sin embargo, la derecha cree
que cuando gana es porque el pueblo 'al fin comprende' sus ideas. Por todo lo
anterior ha caído en un hueco y no tiene pensado cómo salir de él.
Repensar el enfoque
Sin embargo, no hay que obviar que la derecha
no se compone solo de impotentes 'influencers' y opinadores. Tiene 'Think
Tanks', intelectuales e 'intelligentsia' que tratan de conocer el pantanoso
campo social latinoamericano. Todo ello, con el fin de no tener como única
opción el 'sentarse a esperar' que el pueblo se moleste con los izquierdistas
en el gobierno y le dé el turno nuevamente solo como efecto pendular.
La intelectualidad de derecha, para darle un
vuelco a la situación actual y dejar de perder elección tras elección, debe
urgentemente repensar el enfoque sobre algunas cuestiones centrales.
¿Es posible un cambio de estrategia?
Lo que no está funcionado en la derecha
latinoamericana es nada menos que su estrategia política. Su afán de enfocar al
pueblo como una ciudadanía (clase media y liberal) le desconecta de manera
automática con los sectores populares, que es donde están las mayorías que
votan y que terminan castigándola.
Si en los años noventa fracasaron los
gobiernos de la tecnocracia –una forma de derecha desideologizada amparada en
reformas económicas liberales–, la actual derecha en retroceso se subordina a
una clase política más ideologizada contra el 'comunismo', la
'venezolanización', la 'socialización de la propiedad privada' y la negación o
burla a temas puntuales como el financiamiento a sectores populares, el
feminismo o los derechos de los negros e indígenas.
Durante el malestar existente contra los
gobiernos de izquierda, esta derecha trató de 'bañarse de pueblo' creando la
fórmula de un populismo de derecha. Ejemplo de ello son o fueron Bolsonaro,
Macri, el candidato chileno José Antonio Kast o el ingeniero colombiano Rodolfo
Hernández. Todos ellos trataron de trasladar la polarización de 'pobres contra
ricos' que utiliza la izquierda hacia una de 'pueblo contra status quo
político', concepto último que incluye por igual a izquierdas y derechas.
Es decir, la derecha está utilizando también
la interpelación popular como forma de potabilizarse: como no sabe nadar en la
esfera de la política, busca fórmulas antipolíticas, 'outsiders' e
incorrectas.
No hay que ser ingenuo. Dejar de ser élite
cultural no está en los planes de estos sectores. Blancos, católicos, con
raigambre y estudiados, así son los líderes que brotan de la derecha más
poderosa del continente.
Sin embargo, y según los resultados a mediano
plazo, tampoco le ha ido muy bien. Como golpe simbólico es exitoso, pero luego
le ha costado mucho mantener el apoyo popular, aunque en el caso de Bolsonaro,
aún está por verse.
Durante el siglo XX, en algunos países las
clases altas llegaron a acuerdos con partidos políticos socialdemócratas,
policlasistas o populares de derecha para ceder el poder político manteniendo
sus privilegios económicos.
Similar a entonces, pero con mucho mayor
ahínco, la estrategia de la derecha tiene que girar hacia la constitución de
partidos, movimientos y creación de 'outsiders' que provengan del mundo popular
y que, aunque hayan logrado "blanquearse" o "purificarse",
todavía tengan ascendencia sobre los sectores populares.
Esto puede resumirse así: si las élites
económicas e históricas siguen llevando la batuta de toda la derecha, lo más
seguro es que esta no salga del atolladero.
Una revolución en la derecha implicaría
producir candidatos afrodescendientes e indígenas, repotenciar el papel del
Estado, ubicarse en los sectores empobrecidos para hacer política organizativa
y eliminar la narrativa racista y 'blancocéntrica'.
Establecer un gran espacio monetario: de cómo
América Latina dejaría de ser el 'patio trasero' de EE.UU.
Hay que entender el pánico que un sacudón de
estas características supone a las burguesías nacionales: llevar a cabo estos
cambios podría implicar su desaparición como clase política dirigente. Pero por
lo pronto no le queda otra opción, los sucesivos resultados electorales impiden
pensar que, bajo el actual esquema democrático, puedan producir propuestas
exitosas.
No hay que ser ingenuo. Dejar de ser élite
cultural no está en los planes de estos sectores. Blancos, católicos, con
raigambre y estudiados, así son los líderes que brotan de la derecha más
poderosa del continente. Luego, al perder, se preguntan cómo es que un obrero
como el expresidente y candidato Luiz Inácio Lula da Silva, o un campesino,
como el presidente Pedro Castillo, pueden derrotarles con tanta facilidad.
Entonces se les presenta la siguiente
encrucijada: o se reformulan para poder competir en el mercado electoral o
comienzan a diseñar una salida 'postdemocrática' que en los actuales momentos
no parece viable.
Renovar los íconos y las narrativas
A estas alturas los íconos de la derecha
resultan impresentables.
El intelectual conservador Mario Vargas Llosa
es quizá el mejor ejemplo de una figura que desde el continente luce senil,
racista y extraviado. Pero hay otros peores. Muchos líderes actuales aún
reivindican a los militares golpistas brasileños o al propio expresidente
Augusto Pinochet. Recientemente han usado el comodín del líder opositor
venezolano Leopoldo López (quien pide invasión extranjera a su país) para
tratar de asustar con el 'autoritarismo' que trae escondido la izquierda.
Lo mismo pasa con las obcecadas narrativas. Lo
peor es que mientras más fracasan, más las repiten. El miedo a la
'socialización de la propiedad privada', a la 'venezolanización' de cada país o
al 'comunismo' ya no compite contra el malestar cotidiano
Como el viejo dibujo animado de 'El Coyote y
el Correcaminos', el espectador ya sabe lo que sucederá cuando los ídolos de la
derecha entran en acción: una derrota inminente. Por lo tanto, la derecha tiene
que buscar otro tipo de figuras no solo para el mundo político, sino también
para el comunicacional.
Los 'influencers' pueden impresionar a un
grupo grande de sus numerosos seguidores en redes, pero su discurso ahuyenta a
las grandes mayorías. Los teleperiodistas de las principales cadenas han
terminado siendo una especie de 'antiguía' política: la gente hace lo contrario
de lo que dicen. Los nóveles economistas mientras más ínfulas ostentan, más se
equivocan con la economía de la gente. Toda esta subjetividad tendrá que ser
repensada.
Lo mismo pasa con las obcecadas narrativas. Lo
peor es que mientras más fracasan, más las repiten. El miedo a la
'socialización de la propiedad privada', a la 'venezolanización' de cada país o
al 'comunismo' ya no compite contra el malestar cotidiano de la gente hacia la
política y la situación económica. Todos sus relatos se han mellado.
Así que, para volver a ser eficiente, la
derecha no puede solo contentarse con hallar candidatos potables para las
mayorías, ni esperar a tener un quórum mínimo para llegar al poder, sino que va
a tener que cambiar su lugar de enunciación, sus formas y contenidos, va a
tener que revolucionarse porque ya una renovación no parece suficiente.
Nada parece estar dispuesto para ello. Su
orgullo de clase es su punto de partida y a la vez su gran escollo. Así las
cosas, tendrán que empezar de cero. ¿Lo lograrán?
Ociel Alí López es sociólogo, analista
político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del
premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio
Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios
de Europa, Estados Unidos y América Latina.
Fuente: Ociel Alí López, RT
Revisión y Diseño: elcofresito
Comentarios
Publicar un comentario
Todos los comentarios deberán guardar el respeto y la consideración hacia los demás, así como el uso de términos adecuados para explicar una situación. De no cumplirse con estos requisitos los comentarios serán borrados.