EL FERROCARRIL DE LA MUERTE

 



Durante la Segunda Guerra Mundial, los mandos japoneses hicieron construir a miles de prisioneros una línea férrea que cruzaba la jungla de Tailandia y Birmania. Aquel ferrocarril debía unir en principio a Bangkok, la capital tailandesa, con Rangoon, la capital birmana. Más tarde, debería permitir el trasporte a la India -objetivo final de la expansión nipona en el sudeste asiático- de soldados, armas, alimentos y otras mercancías con más seguridad que por mar, donde la flota británica era superior a la nipona. Posteriormente, aquella línea fue denominada El Ferrocarril de la Muerte. Había razones más que sobradas para escoger tan siniestro nombre.



La distancia a cubrir era larga, más de 400 kilómetros, y las dificultades enormes. Los ingenieros militares nipones calcularon que se tardaría unos tres años en terminar aquella magna infraestructura. De hecho, la idea ya la habían tenido los británicos algunas décadas antes, pero habían abandonado el proyecto ante las dificultades previstas.



Para tender aquella línea hacían falta muchos brazos. Sin embargo, los japoneses disponían de muchos prisioneros. Las derrotas sufridas por los aliados en las Indias Orientales Holandesas, Filipinas, Hong Kong y Singapur supusieron la captura de unos 140.000 soldados enemigos. Solo en Singapur los japoneses hicieron 80.000 prisioneros, mayormente australianos e indios. Los británicos creían que la base naval de Singapur, construida en 1920, era inexpugnable, pero se equivocaron.





En la construcción de aquella línea férrea trabajaron unos 60.000 cautivos: británicos, holandeses, franceses, australianos y norteamericanos, así como unos 200.000 civiles indígenas. Aunque los japoneses se habían presentado ante los indígenas como liberadores del yugo que padecían por parte de diversas potencias coloniales occidentales, los asiáticos no recibieron un trato mejor. También murieron miles de indígenas en las obras del ferrocarril. Al ocupar el sudeste asiático, el colonialismo simplemente cambió de manos.



Las obras empezaron en Birmania en septiembre de 1942. Los raíles debían atravesar cientos de kilómetros de jungla y salvar muchas corrientes fluviales. Los británicos habían construido miles de kilómetros de vías férreas a lo largo y ancho de su vasto imperio, utilizando sobre todo mano de obra asiática, indios y chinos mayormente. Ahora, ironías del destino, eran ellos los que debían construir un ferrocarril para los soldados del Imperio del Sol Naciente.



Las condiciones de vida y trabajo eran muy duras en medio de la selva monzónica. La humedad mezclada con las altas temperaturas creaba un ambiente sofocante. Los prisioneros a menudo caminaban descalzos en el barro, con cestos llenos de piedras o tierra. Talaban árboles y transportaban troncos sobre sus espaldas. Comían poco y mal. Bebían agua de los ríos, a menudo sucia. Las dos tazas de arroz que les daban contenían excrementos de ratas y larvas de mosca. Para completar su exigua dieta los prisioneros cazaban todo lo que les parecía comestible, sobre todo serpientes y lagartos. La disentería, la malaria y el cólera hacían estragos. Dormían amontonados en chozas de paja de arroz y de bambú. Los guardias los trataban mal, a veces con crueldad; incluso los enfermos graves también debían obedecer sus órdenes. La única palabra inglesa que conocía muchos guardias era speed, speed (¡rápido, rápido!) y la utilizaban constantemente. Pero los supervivientes de aquel infierno reconocieron que algunos oficiales habían tratado a los prisioneros bajo su responsabilidad con bastante compasión.





Tras la rendición del Japón en agosto de 1945, los prisioneros supervivientes fueron liberados. En los años siguientes varios de ellos publicaron diarios y memorias sobre su terrible experiencia. Aunque estaba prohibido, diversos cautivos hicieron dibujos que no dejan ninguna duda sobre la dureza de los trabajos en la línea ferroviaria. Entre ellos, el inglés Jack Chalker, cañonero de la artillería real. En sus dibujos podemos ver cuerpos esqueléticos y prisioneros castigados sin piedad. Los dibujos de Chalker fueron utilizados como documentos gráficos de la brutalidad japonesa en la guerra del Pacífico.



Un cirujano y oficial australiano, Edward Dunlop, capturado en Java, anotó en su diario que su oposición a enviar enfermos a trabajar encolerizaba a los japoneses, que estuvieron a punto de ejecutarlo. En la región de Konyu, al oeste de Tailandia, los hombres que dirigía Dunlop tuvieron que abrir un paso en una pared rocosa. La excavación fue bautizada con el nombre de Hellfire Pass, que ya dice mucho. Uno de los memoriales que hay a lo largo de la línea se encuentra en este punto donde padecieron y murieron muchos prisioneros.





El Ferrocarril de la Muerte fue construido en 16 meses, mucho menos del tiempo previsto por los ingenieros. Se calcula que cada kilómetro de vía costó la vida a 250 prisioneros. Uno de cada cuatro prisioneros aliados murió en el tendido de aquella vía férrea. Una cifra escalofriante. ¿Fueron los soldados japoneses los que peor trataron a sus prisioneros? Muchos historiadores creen que sí.



Los trabajadores morían de hambre, accidentes de trabajo, enfermedad, maltratos… El suplicio de la jaula de bambú, que puede verse en El puente sobre el rio Kwai, no es una licencia cinematográfica; se aplicó a menudo. Desde la proyección de esta galardonada película miles de turistas visitan los diversos memoriales levantados a lo largo de aquella línea ferroviaria en medio de la jungla. En cuanto al puente, cabe decir que durante la ocupación nipona no se construyó ningún puente sobre el rio Kwai. El ferrocarril seguía de cerca el curso fluvial, pero no lo cruzaba. El puente del film se levantó sobre un rio menor, y fue destruido por exigencias del guion. Para complacer a los turistas, el gobierno tailandés hizo construir un puente de hormigón sobre un pequeño río cercano.



Kanchanaburi es una pequeña ciudad al noroeste de Bangkog. En 1977 se inauguró allí The JEATH War Museum, que explica cómo se construyó el Ferrocarril de la Muerte. Muy cerca hay un cementerio donde descansan más de 7.000 prisioneros aliados que murieron durante aquella construcción. Son solamente una pequeña parte de todas las víctimas mortales que necesitó aquella obra faraónica.





Autor: Josep Torroella Prats (Historiador)

Colaboración y Diseño: elcofresito

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