SANTA SOFÍA, EL INICIO DE UN IMPERIO

 


«¡Salomón te he vencido!» Esto fue lo que exclamó Justiniano al ver Santa Sofía culminada. Según la Biblia, el Templo de Salomón habría sido uno de los más grandes y magníficos de toda la historia. Durante las revueltas de Judea, siglo I después de Cristo, el general Vespasiano fue llamado por Roma, así que dejó el asedio de la ciudad de Jerusalén en manos de su hijo, Tito. Este entró en la ciudad y arrasó con ella. Entre uno de los monumentos que destruyeron se encontraba el templo de Salomón, que refugiaba en su interior el Arca de la Alianza, entre otros grandes tesoros. Al ver Justiniano, aquella gran obra, quedó asombrado y le sirvió para afianzarse como emperador.

La basílica de Santa Sofía o Hagia Sophia, era bastante anterior a Justiniano. Fue Constantino quien en el año 306 d.C. decidió construir allí la primera basílica. Un siglo después, aproximadamente, fue devorada por las llamas. De nuevo se reconstruyó, pero alrededor del año 532 de nuestra era, una revuelta, los Disturbios de Niká, acabó con gran parte de su estructura. Esta revuelta comenzó en el Circo; la población de Constantinopla, estaba dividida entre los llamados «verdes» y los «azules». Esta división provenía del color que llevaban los equipos de cuadrigas a los que animaban durante los juegos. Como hoy en día sucede con el fútbol, cuando dos equipos de la misma ciudad se enfrentan. Todo esto tenía un trasfondo político y económico, que derivó en una batalla campal. Durante la crisis, Justiniano no estuvo a la altura, él intentó huir de la ciudad, pero fue su mujer Teodora (una mujer a la que deberíamos estudiar en profundidad) la que cogió las riendas de la ciudad. Mandó a su general en jefe, Belisario, para que rápidamente, junto con el ejercito, pacificaran las protestas. Se dice que murieron cerca de 30.000 personas durante los disturbios. Gran parte de los monumentos públicos fueron destruidos por los rebeldes, entre ellos Santa Sofía. El emperador pensó en crear una nueva Basílica, la que, por fin, reluciría casi un milenio.



Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles, recibieron la llamada de Constantinopla. Justiniano les había encargado a estos dos arquitectos la creación de su nueva Basílica dedicada a la sabiduría y la que se llamaría Hagia Sophia. Como la mayoría de las Basílicas de la época, su planta sería rectangular. El interior estaría dividido en tres naves ocupando una extensión de casi 10.000 m². Si nos adentráramos en ella, sobrecoge la sensación de vacío. El vacío era un efecto que utilizaban los antiguos romanos; al entrar en los edificios las techumbres tan altas así como las gigantescas columnas nos hacen creer que no somos nadie. La luz desciende de los cielos, como si Dios estuviera llamando a su seno a los visitantes. Esta luz concretamente proviene de las ventanas de la parte superior de la estructura.



Esta imagen nos ayuda a comprender como es verdaderamente Santa Sofía, tanto en su interior como en su exterior.


La cúpula de Santa Sofía fue un gran reto para estos arquitectos, en primer lugar, por sus dimensiones, más de 30 metros de diámetro. Imaginemos el peso que deberían soportar esos muros y pilares. La primera solución que se les ocurrió fue la de crear ventanas. Son un total de 40 que recorren toda la circunferencia. A parte de estas ventanas utilizaron nervios, estos son un recurso arquitectónico que sirve para repartir mejor el peso de la estructura y que no dejan que se descargue todo en un mismo punto. Pero sin duda alguna, el elemento más sutil e ingenioso es la utilización de piedras porosas. Este tipo de piedras de origen volcánico pesan mucho menos que las convencionales. Gracias a ellas, los arquitectos de Santa Sofía pudieron crear tan magna cúpula. Pero si analizamos con más detenimiento la cúpula, vemos que los constructores intentaron engañar. La cúpula parece sustentarse sobre un tambor, es decir, una especie de anillo que une la estructura con la cúpula. Pero no es así, a diferencia del Pantheon de Agripa, Santa Sofía no tiene tambor, sino que la cúpula se asienta sobre pechinas (otro elemento arquitectónico que sirve para hacer un espacio de formas rectangulares en uno circular). Pero, aun así, el peso sería demasiado para los pilares y muros por lo que idearon otras dos cúpulas de cuarto de esfera en los laterales. La creación de estas pequeñas cúpulas aliviaba en gran medida la fatiga de los muros.



Alzado de Santa Sofía, aquí vemos todos los elementos que hicieron posible su construcción.



Interior de la cúpula de Santa Sofía, se ven claramente las ventanas y los nervios que la sostienen.


Aún, hoy en día nos sorprende como pudieron construir tan maravillosa obra. Santa Sofía era un mensaje a propios y extraños, Justiniano quería decir que, aunque el Imperio Romano de Occidente hubiera caído, el de Oriente seguía muy vivo. La decoración interior de la basílica es la que acentúa más este mensaje, el emperador hizo traer mármoles de diferentes lugares del Imperio; amarillo de Túnez, Rojo de Egipto, verde de Laconia… También hizo que trabajaran en la creación de todo tipo de mosaicos, decoraciones con pan de oro, gemas preciosas, marfil… Pero, ¿y para el exterior? Debemos pensar que Estambul o Constantinopla es la última ciudad limítrofe con el continente asiático. Por este motivo tiene gran influencia del mundo oriental. Si vemos los grandes templos y maravillas del medio oriente, el grueso de la decoración se sitúa en el interior de los edificios o casas, los materiales más selectos son para el interior mientras que los más pobres y los que más se deterioran están en el exterior. Lo mismo sucede en Santa Sofía, para el exterior se utilizó mortero y ladrillo; además, de las tejas de Rodas para recubrir toda la cúpula.



Interior de Santa Sofía. Predomina el color dorado, característica fundamental del arte bizantino.


Sin duda alguna Santa Sofía es una de las Basílicas más hermosas que se han construido. Tras la caída de Constantinopla en 1453 a manos de los Otomanos, ha servido para otros menesteres. Los turcos otomanos construyeron cuatro minaretes (alminares) alrededor de la Basílica y la transformaron en mezquita. A diferencia de lo que hicieron los cristianos con otros monumentos como la Mezquita de Córdoba, los otomanos pese a expoliar muchos de los tesoros de Santa Sofía no destruyeron los mosaicos, sino que los taparon con yeso y sobre ellos hicieron su propia decoración. Esto, a la larga ha favorecido las labores de restauración para los estudiosos modernos. El resto de la decoración de la basílica no fue dañado ya que en su mayoría era de tipo vegetal (capiteles Teodosianos) que no interfería de ninguna forma en sus creencias. Así pues, Santa Sofía ha conseguido dar la cara al tiempo y a las diferentes generaciones que se han dado cita en esa maravillosa ciudad como es Bizancio, Constantinopla o Estambul.

Fuente: Archivos de la Historia AH, Arquitectura

https://archivoshistoria.com/santa-sofia-el-inicio-de-un-imperio/

Revisión y Diseño: elcofresito



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