MANFRED VON RICHTHOFEN, EL AVIÓN ROJO DE COMBATE.



El barón Manfred Von Richthofen fue el piloto más famoso de la aviación alemana en la primera guerra mundial, llegó a derribar 80 aviones en su corta carrera, claro que sus enemigos no le fueron muy a la zaga: René Fonck, de la aviación francesa, logró 75 victorias y Billy Bishop, por parte de los ingleses, logró derribar 72.



Pero hoy en día sólo se recuerda al famoso “barón rojo” y han sido sus enemigos los que han perpetuado con más fuerza su recuerdo ¿Por qué?



El gran piloto de la aviación alemana de origen prusiano, había nacido en Breslavia, en el seno de una familia aristocrática y siguiendo la tradición paterna ingresó a los 11 años en la caballería, en el Primer Regimiento de Ulanos.



Pero en su primera salida durante la guerra mandó cargar, lanza en ristre, contra una compañía de soldados franceses armados de rifles: perdió catorce hombres y se ganó la más terrible reprimenda de su vida, como castigo le mandaron a un almacén de intendencia, a clasificar camisetas calzoncillos y calcetines.





Aquello era humillante para un aristócrata joven y arrogante como él y aunque la vida del cuartel era alegre y alternaba muy a menudo con fiestas, comilonas y partidas de caza, pidió su pase a la aviación militar, era una división nueva que todos los ejércitos estaban creando y que llamaba la atención de los más jóvenes.



Se apuntó a la Academia de Aviadores con veintitrés años, pero nada presagiaba su futura gloria, cuando muchos de sus compañeros pasaron las pruebas a la primera, él tuvo que examinarse tres veces para conseguir su título, el entrenamiento era corto y terminaba en el aire, muchas veces volando bajo el juego enemigo.



Pero tampoco tuvo suerte entonces: destrozó dos aviones al aterrizar y sus jefes, furiosos, le trasladaron al frente ruso, allí se hizo notar por su valor y su arrojo, cuando Oswaldo Boecker se fijó en él comenzó su verdadera carrera como aviador, Oswaldo era el comandante de la Jasta 11 y muy pronto se hicieron grandes amigos.





Los aviones tenían como misión el reconocimiento de la posición de los efectivos del enemigo para así atacarlos más fácilmente, lógicamente los vuelos debían hacerse a poca velocidad y baja altura para poder fotografiar los objetivos con fiabilidad y eso les hacía muy vulnerables, así que les dotaron de ametralladoras para poder defenderse.



Les adjudicaron un avión Albatros y comenzaron sus vuelos, pero no de la forma feliz que imaginaban tanto él como sus fogosos compañeros, en pleno vuelo, ni tan siquiera sabían distinguir muchas veces sus aviones decorados con cruces de los aviones enemigos pintados con círculos y las balas llovían a menudo sobre sus propios aviones para desesperación de los viejos pilotos, Manfred, al igual que sus jóvenes camaradas, tuvieron que escuchar muchos improperios al llegar a tierra, hasta que a alguno se le ocurrió la idea de que cada cual se pintara su avión de un color diferente y chillón, así ya no había confusión posible con los aviones enemigos, Manfred pintó su avión de un brillante color rojo.



Para anotar en su expediente el derribo de un avión tenía que haber un testigo y Manfred estaba desesperado, había derribado ya dos pero nadie lo había presenciado y por lo tanto no se los contabilizaban, así que cuando derribó al tercero, incumpliendo todas las normas, aterrizó a su lado y se llevó su ametralladora como prueba, los altos mandos pasaron por alto el hecho que podía haberle costado su carrera.





Meses después su amigo Boelcke murió en un accidente aéreo, aquello le entristeció, la guerra ya no era un alegre paseo militar, los amigos también morían, pero los reveses no habían acabado: en julio de ese mismo año una bala le hirió en la cabeza y tuvo que ser hospitalizado durante unos meses. Fue condecorado con la cruz “Pour le Mérite”.



Y en el hospital conoció la cara triste de la guerra, los heridos, los lisiados, y los que jamás volverán a recuperar su equilibrio mental tras los horrores sufridos: era la psicosis de guerra, una enfermedad desconocida hasta entonces.



Su carácter cambió, se hizo más serio y reflexivo, para él la guerra no era ya una aventura divertida y se prometió que la llevaría a cabo con el mismo valor que hasta ahora pero de la forma más honorable posible, también escribió su libro durante esos meses de descanso forzoso: El avión rojo de combate.



Aunque desde luego en una clave de humor y optimismo, la censura no quería tristezas. Sino propaganda de las glorias de la guerra. Cuando volvió a reincorporarse tenía una cicatriz en la cabeza y una idea en la mente: si hería a un piloto no le ametrallaría hasta la muerte, le dejaría escapar para que intentara salvarse.





Un crimen es un crimen, aunque la guerra trate de justificarlo, en la guerra también hay reglas de honor y un caballero debe combatir con dignidad”, ese fue su lema a partir de entonces y sus enemigos lo pudieron comprobar.



Pero no por ello los ingleses dejaron de poner precio a su gentil cabeza: cinco mil libras nada menos.



Ninguno de los aviones llevaba incorporado un paracaídas, eran unos aparatos demasiado caros como para que los pilotos pudieran caer en la tentación de abandonarlo en un momento de pánico, su vida estaba unida a su avión, así que, si el aparato era alcanzado, el piloto desconectaba el motor para evitar que pudiera explotar el tanque de gasolina y planeaba hasta tomar tierra, Manfred jamás ametralló a sus enemigos en estas circunstancias y muchos se salvaron.



Cuando volvió a incorporarse era ya el comandante de la Jasta 1 que se componía de cuatro escuadrones, ahora tenía un nuevo avión: un fokker triplano. La aviación alemana alcanzó su mayor momento de gloria en la batalla de Arras en la que en tan sólo diez días los alemanes derribaron 75 aviones ingleses y murieron 105 pilotos, la aviación inglesa se quedó sin aviadores y echó mano de los inexpertos pilotos de la escuela de vuelo… que estrellaron 56 aviones más. Se decía entonces que un piloto ingles no solía sobrevivir a 18 horas de vuelo. Él solo derribó 22 aviones en aquel” abril sangriento”, cuatro en un mismo día.





Manfred se convirtió en el aviador más famoso y temido del mundo, cuando su avión rojo surcaba el cielo sus enemigos temblaban, pero el 21 de abril de 1918 su avión fue alcanzado y cayó tras las filas enemigas, no había cumplido los 26 años, poco después la guerra acabó.



Los aliados le rescataron de los restos de su avión y le hicieron un funeral digno de un héroe, se dispararon salvas en su honor, su féretro fue llevado a hombros por soldados aliados y sobre la lápida de su tumba, cubierta de flores, se puso el siguiente epitafio:



Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz”



A partir de entonces la aviación alemana perdió lentamente su hegemonía. El ultimo comandante de la Jasta 1 fue Hermann Göring y también fue condecorado por su valor con la cruz “Pour le Mèrite”, después acabaría su vida suicidándose con una cápsula de cianuro tras el juicio de Nuremberg. Göring nunca fue querido por sus compañeros de la Jasta como lo fue Manfred ni le invitaron a ninguna de sus reuniones.



Fuente: Níssim de Alonso, Revista de Historia

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