ISABEL DE FARNESIO, REINA DE LA CAZA.
Isabel Farnesio fue una aristócrata italiana,
reina consorte de España como segunda esposa del rey Felipe V y madre de Carlos
III. Isabel Farnesio nació en la ciudad italiana de Parma, en el Palacio de la
Pelota. Fue la segunda hija del príncipe heredero de Parma, Eduardo II Farnesio
y de la condesa palatina Dorotea Sofía de Neoburgo.
En el mundo cortesano del siglo XVIII, la caza
era una de las principales distracciones de los hombres y también de las
mujeres. Como contrapunto de una vida sedentaria, sin esfuerzo de ninguna
clase, muy encerrada en palacio, cazar suponía salir al campo, hacer ejercicio,
liberarse de los rigores de la etiqueta.
Montar a caballo, disparar las armas, eran
actividades consideradas nobles por su vinculación a la guerra, ejercicios que
participaban del estilo de vida aristocrático por excelencia y eso los hacía
especialmente adecuados para llenar muchas horas de la vida cortesana.
Felipe e Isabel de Farnesio, eran unos
cazadores apasionados y valientes, excelentes jinetes, además para el monarca
fue una terapia a seguir para remitir sus enfermedades psicológicas, cazando se
sentía liberado de sus miedos y tristezas, se notaba seguro y feliz.
La última Farnesio fue una buena amazona y una
espléndida cazadora, muy arriesgada y con gran puntería. El amor por este
deporte sería una de las muchas aficiones que unían al matrimonio. Desde el
primer momento, la reina acompañó a su marido en sus frecuentes excursiones
cinegéticas, prácticamente la única distracción que el rey se permitía. La
reina demostraría una gran habilidad y arrojo que dejaría asombrado al monarca,
quien sabía reconocer el valor físico, además de provocar la admiración y el
elogio de toda la corte.
Tanta importancia tenía la actividad
cinegética en la vida de Felipe e Isabel de Farnesio, que el duque de
Saint-Simon, en su retrato de la corte de España, le dedica todo un capítulo,
donde explica el desarrollo de las cacerías reales según se practicaban en los
años veinte, cuando los reyes se habían decantado por fórmulas más cómodas y
seguras, que se centraban sobre todo en hacer puntería sobre el blanco móvil
que era el animal.
Es muy revelador el grabado de Matías Irala inmortalizándola en 1715. Una masculinizada imagen de la reina que no era en absoluto novedosa, pues la misma Isabel de Farnesio la había promovido desde su realización. La obra de Irala reelabora los modelos retratísticos femeninos de la iconografía áulica europea para ofrecer una efigie de la reina Farnesio cargada de significativas connotaciones políticas. Según Vázquez Gestal, Isabel de Farnesio se muestra no sólo como un componente y cazador varonil, sino que además se apropia del símbolo regio por excelencia, la corona, para certificar sin ninguna duda su condición pública de soberana.
Para reforzar todavía más este último aspecto,
su marido y rey la apoya a través de un retrato, el cual asemeja ser el reflejo
perfecto con el que figurar las dos caras de la majestad. Con actitud firme,
Isabel de Farnesio parece insinuar sus propósitos de asumir sin ningún titubeo
cualquier tarea política que se le encomiende. Personificada como amante de la
caza, la naturaleza, la música y las artes, actividades todas ellas no sólo
nobles sino propias de los reyes.
Se representa en traje de caza, el arcabuz en
mano y varias reses muertas a sus pies, además en un segundo plano se muestra
una imagen indefinida de la reina cazando con su séquito. En esta obra se
enseña las aficiones y virtudes de la nueva reina, como eran: la música, la
lectura y la pintura. Incluso ella misma llegaría a pintar un retrato de su
esposo, el cual se encuentra en las habitaciones de la reina en el Real Sitio
de San Ildefonso.
Posiblemente, el grabado de Irala estuviera
basado en una pintura italiana realizada en Parma en 1714 durante el tiempo que
transcurrió entre el compromiso y la magnífica ceremonia nupcial celebraba en
la catedral de Parma, con la ausencia del novio, tal y como demuestran las
pinturas del palacio real de Caserta ejecutadas por Ilario Spolvori.
La representación de Isabel de Farnesio
vestida de hombre no obedeció a un capricho del artista, sino que se tiene
noticia gracias a una crónica existente en los Archivos Farnesianos de Nápoles.
Este suceso se encuentra recopilado en el estudio de Edward Armstrong, explicándolo
de la siguiente forma:
El último jueves asistió la Reina, vestida de
hombre, a una cacería; mató dos ciervos y un jabalí, y disparó, sin
desmontarse, sobre un conejo que corría, dejándolos muertos en medio de la
admiración del Rey y de su comitiva, que quedaron pasmados de la extraordinaria
agilidad y destreza de Su Majestad.
Fuente: Sandra Antúnez López, Revista de
Historia
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