LA REINA ARTEMISIA Y LA BATALLA DE SALAMINA.
Artemisia, tirana de Halicarnaso, fue una
reina doria que comandó las tropas auxiliares del rey Jerjes durante la Segunda
Guerra Médica. Participó en las batallas navales de Artemisión y Salamina,
demostrando una gran valentía y determinación. Esto la llevó a adquirir una
gran reputación y a convertirse en uno de los consejeros más queridos del Gran
Rey.
Artemisia
Son muy pocos los datos que se tienen sobre la
reina Artemisia y todos ellos se deben al historiador griego Plutarco, quien
sentía hacia ella una gran admiración.
Artemisia era hija de Lígdamis, rey de
Halicarnaso, y de una aristócrata cretense. Tras quedar viuda y a cargo de un
niño demasiado pequeño para gobernar, ascendió al poder, asumiendo la tiranía
de la ciudad.
Halicarnaso era una ciudad griega situada en
Caria, una de las satrapías del imperio persa. Esto la llevó a tomar parte en
la expedición que el rey Jerjes organizó contra Grecia en el año 480 a.C. Artemisia
aportó cinco navíos, los mejores de la flota persa después de los sidonios, y
los comandó personalmente en la batalla.
Toma de
Atenas
A finales de agosto del año 480 a.C, las
tropas del rey Jerjes entraron en Grecia central y se dirigieron a Atenas con
la intención de atacarla por sorpresa. Ante la inminente invasión, los
atenienses se vieron obligados a evacuar la ciudad y buscar refugio en la isla
de Salamina.
Cuando los persas llegaron a Atenas se
encontraron con una ciudad desierta. Solo encontraron resistencia en la
Acrópolis, donde un pequeño grupo de hombres se había atrincherado con la
intención de defenderla con sus vidas.
Una vez tomada la ciudad, Jerjes centró su
atención en la isla de Salamina, donde los griegos estaban concentrando todas
sus fuerzas. Sabía que, si lograba derrotar a su armada, tendría las puertas
abiertas al resto de Grecia.
Preparativos
para la batalla
Los persas permanecieron varios días en
Atenas, sin decidirse atacar, hasta que recibieron un mensaje del general
ateniense Temístocles. Por medio de su
esclavo de confianza, Temístocles declaró su lealtad al Gran Rey y le hizo
creer que el plan de los griegos era retirarse. También le aconsejó que atacase
cuanto antes ya que, de este modo, lograría la victoria sin apenas encontrar
resistencia.
Jerjes decidió reunir a sus comandantes y les
pidió consejo sobre la decisión que debía tomar. Todos se mostraron partidarios
de presentar batalla naval a los griegos, con la única excepción de la reina
Artemisia.
Artemisia sabía que la flota griega, aunque
inferior en número, estaba mejor preparada que la persa. Por ello propuso
esperar hasta que los griegos se quedaran sin víveres y después coordinar un
ataque por tierra y por mar, lo que obligaría a sus enemigos a retroceder y
dispersarse para proteger sus ciudades.
Jerjes alabó su sabio consejo, pero respetó la
opinión de la mayoría y dio la orden de atacar. A pesar de que Artemisia se
opuso a su plan hasta el último momento, ocupó su puesto en la flota y se preparó
para el combate.
Batalla
de Salamina
Jerjes envió a uno de los escuadrones de élite
de su flota, el egipcio, a bloquear el canal de Megara, situado entre Salamina
y el continente por el oeste, y cerrar la única vía de escape a los griegos.
Después emplazó un fuerte destacamento en la isla de Psitalia, con el objetivo
de acabar con los náufragos griegos y los barcos averiados. El resto del
ejército terrestre permaneció a la retaguardia de la armada y la flota persa,
alineada en tres filas, comenzó adentrarse en el estrecho.
Los griegos, al ver que los persas habían
caído en su trampa, no desaprovecharon la oportunidad. Cogiéndolos por
sorpresa, se aproximaron a ellos en perpendicular y embistieron con sus arietes
los costados de sus naves.
A partir de ese momento el caos se extendió
entre la armada persa. Los navíos fenicios, situados en vanguardia, trataron de
virar para hacer frente a los griegos, pero apenas disponían de espacio para
maniobrar. El fuerte viento, favorable a los griegos, empujó a los navíos
persas unos contra otros, haciendo que sus filas se desordenasen. Los barcos
jonios desertaron y el resto de la flota trató de huir, pero quedó bloqueada
por los barcos situados en la retaguardia.
El comandante Mardonio fue uno de los primeros
en retirarse. Por el contrario, Artemisia mantuvo su posición aun cuando la
derrota ya estaba asegurada. Su barco acabó acorralado por varios navíos
griegos y esto la llevó a elaborar un plan para escapar.
Durante la batalla, Artemisia había cambiado varias veces la enseña de su barco para confundir a sus enemigos. En esta ocasión, enarboló la bandera espartana y dio la orden de hundir un barco aliado que navegaba cerca de ella. Creyendo que Artemisia había cambiado de bando, los griegos dejaron de perseguirla y la reina consiguió llegar con vida a la costa.
El Gran Rey, siendo testigo de la vergonzosa
destrucción de su flota, fue informado de la valiente actuación de Artemisia y
exclamó:
“Las mujeres se me vuelven hombres y los
hombres se me vuelven mujeres”
Tras la desastrosa derrota, Jerjes acudió a
Artemisia para pedirle consejo y la reina le convenció para que regresase a
Asia. Como muestra del aprecio que sentía hacia ella, Jerjes la envió a Éfeso y
le encomendó la educación de sus hijos.
La
muerte de Artemisia
Sobre el final de Artemisia solo se conserva
una leyenda que narra su suicidio por amor.
Furiosa tras ser rechazada por Dárdano, un bello joven de la ciudad de
Abydos, Artemisia se vengó de él arrancándole los ojos mientras dormía. Después
se quitó la vida arrojándose al mar desde la isla de Léucade.
De este modo su muerte quedó vinculada a la de
la poetisa Safo, quien también siguió esta antigua tradición ligada a la diosa
Afrodita, considerada la única forma de recobrarse del dolor causado por el
rechazo amoroso.
Fuente: Carolina Álvarez Díaz, Revista de
Historia
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