SUPERSTICIONES EN TORNO A LAS MESAS ROMANAS.
En los primeros
tiempos de Roma, el banquete era un espacio ritual en el que los dioses y los
humanos compartían un vínculo, que partía del hecho de que todo alimento
procedía de los dioses. El ritual sagrado se mantuvo y formó parte de una
codificación cultural que recordaba la religiosidad de los primeros tiempos.
Sin embargo, el significado religioso primordial fue olvidándose y buena parte
del comportamiento codificado o ritualizado se convirtió en pura superstición
mezclada con creencias populares.
Una creencia muy
extendida era que no se podía recoger el alimento que había caído de la mesa al
suelo y volverlo a poner en la mesa. Si caía al suelo, automáticamente formaba
parte del mundo subterráneo de los difuntos, por lo que debía dejarse ahí y,
posteriormente, cuando fuese recogido por los esclavos en el momento oportuno,
sería quemado como ofrenda a los Lares.
Este precepto que
prohíbe recoger el alimento caído al suelo aparece en numerosos autores, como
Diógenes Laercio (Vida de Pitágoras, 8, 34), Plinio el Viejo (NH XXVIII, 2, 27)
o Petronio, quien nos relata una escena muy significativa en el Satiricón: “En
el ajetreo del servicio, se cayó al suelo una bandeja de plata y un esclavo muy
joven, deseando hacer méritos, fue a recogerla. Al darse cuenta Trimalción,
hizo que le dieran al chiquillo un fuerte bofetón por su exceso de celo,
ordenando que dejase la bandeja donde había caído para que los sirvientes la
barriesen con los otros desperdicios” (Satyr. 34, 2).
Lararium. Detalle.
Conviene saber
que en la Roma primitiva los difuntos familiares se sepultaban bajo el suelo de
las cabañas y que la presencia de estos se consideraba permanente en la casa. Posteriormente,
las casas romanas constaban de una estancia principal, el atrium, que era donde
estaba el fuego del hogar, donde se comía y donde estaba el altar de los Lares.
Posiblemente por ello se considera que todo alimento que toca tierra se pone
automáticamente en contacto con el reino de los muertos. Todo lo que toca
tierra se considera tabú, sacer, incluidas las hojas y hierbas que sirven para
hacer infusiones medicinales.
Salazones
La comida que cae
al suelo se deja a los muertos, las sombras (larvae), que pueblan los
comedores. A menudo se representa este motivo en los mosaicos del pavimento,
constituyendo el tema del “comedor sin barrer” o asarôtos oikos. Los restos de
comida son representados con gran realismo en los suelos de los comedores
simbolizando el alimento reservado a las sombras, lo mismo que, quizá, quieran
significar las pinturas al fresco que representan naturalezas muertas y platos
y alimentos de todo tipo, aunque es posible que su función sea solamente
decorativa.
El momento de
barrer el suelo era tras la prima mensa, cuando se hacía también una lustratio
tanto por razones higiénicas, lavar las manos sucias, como para calmar a los
muertos que, seguro, han sido molestados por los esclavos que han barrido el
suelo y lo han rociado con una capa de serrín de madera color azafrán o rojo.
Jamás se debía
barrer el suelo en el momento en que un invitado se levantaba de la mesa: “si
cuando alguien se levanta de la mesa se barre el suelo o mientras que el
invitado está bebiendo se quita la mesa o los cubiertos, se considera de pésimo
augurio” (Plinio, NH XXVIII, 5, 26).
Lararium en la cocina.
Pero los romanos
tenían muchas más supersticiones y creencias ligadas a la mesa y a los
alimentos, y, literalmente, cualquier cosa que sucediese durante la comida
podía ser interpretado como un presagio. Y no solo durante los banquetes sino
también durante cualquier comida, por sencilla que fuera. Por ejemplo, si se
mencionaba un incendio se debía tirar agua bajo la mesa para evitarlo: los
incendios se evitan, si son nombrados mientras se come, tirando agua bajo la
mesa (Plinio, NH XXVIII, 5, 26). Trimalción en la famosa cena oye el canto de
un gallo y lo interpreta también como un augurio que indica que se producirá un
incendio, por lo que “demudado, encargó a los sirvientes que echasen
inmediatamente vino encima de la mesa y que con el mismo líquido regaran las
lámparas” (Petronio, Satyr LXXIV), y para acabar de conjurar la mala suerte
“pasó la sortija de la mano izquierda a la derecha”, en un acto habitual para
evitar malos presagios: cambiar el anillo de dedo, o mejor aún quitárselo.
Besar la mesa
servía para evitar las sombras de los muertos y las brujas: “Los invitados nos
miramos los unos a los otros bastante asustados y, dando por ciertos los
relatos, besamos la mesa para conjurar a las brujas a permanecer en sus casas y
no molestarnos” leemos en el Satiricón (Satyr. LXIV). Y en el mismo libro se
menciona la prohibición de entrar a la sala del triclinio con el pie izquierdo:
“Aturdidos por tanta maravilla, íbamos a entrar en la sala del festín, cuando
un esclavo, que estaba allí de guardia, nos advirtió: ¡Con el pie derecho!” (Petronio,
Satyr. XXX)
Asarôtos oikos. Aquileia.
No se deben
apagar las lámparas tras la comida: “¿por qué tienen la costumbre de no apagar
las velas, sino que esperan a que se extingan por sí mismas?” (Plutarco,
Cuestiones Romanas, 75), puesto que el fuego está consagrado a los Lares y es
símbolo de la familia y de la prosperidad doméstica. La mesa tampoco puede
permanecer enteramente vacía: “¿Por qué no permitían que la mesa, al
levantarla, quedara vacía, sino que siempre dejaban algo en ella?” (Plutarco,
Cuestiones Romanas, 64), pues tiene carácter sagrado y simboliza la tierra y
sus productos.
Y muchas
creencias más, como aquella de los primeros tiempos que prohibía usar cualquier
objeto metálico en la mesa y obligaba a usar vajilla de madera o terracota, o
la de atribuir mala suerte a servir el mismo plato después de un estornudo,
excepto si se comía algo inmediatamente después.
Los números
tenían también un valor simbólico. El número ideal de comensales es entre tres,
como las Gracias, y nueve, como las Musas, repartidos en tres lechos
triclinares con capacidad para tres personas cada uno. Plinio el Viejo nos dice
que “el cuatro es sagrado para Hércules y por ello no se debe beber cuatro
ciatos o cuatro sextarios” (et quare quaterni cyathi sextariive non essent potandi)
(NH XXVIII, 17, 64), y si el número de invitados no era par no se establecía el
silencio en la mesa (Plinio NH, XXVIII, 5, 27).
Lámpara de aceite.
Acabaré con una
referencia a uno de los alimentos que más protagonismo ha tenido en las
creencias populares: la sal. La sal tenía un elevado valor ritual: se
consideraba divina y se utilizaba en las ofrendas a los Lares y al culto
doméstico del Genius, protector de la familia. El valor de la sal en la
Antigüedad deriva de su poder contra la corrupción de los alimentos,
haciéndolos aptos, durante más tiempo, para el consumo. El salero (salinum) era
un objeto que se ponía en el fuego del hogar y simbolizaba la prosperidad
familiar. El primer objeto de lujo de las familias romanas es, precisamente, el
salero de plata y, según nos dice Horacio (Od. II, 16, 14) se transmitía de
generación en generación: “Con poco vive feliz el que en su mesa frugal ve
resplandecer el salero que heredó de su padre”.
La sal, el fuego,
la mesa... son elementos divinos por la prosperidad que aportan y por tanto
fuente de creencias religiosas y supersticiones populares.
Fuente: Abemus
Incena
https://abemus-incena.blogspot.com/2014/07/supersticiones-en-torno-las-mesas.html
Revisión y
Diseño: elcofresito
Comentarios
Publicar un comentario
Todos los comentarios deberán guardar el respeto y la consideración hacia los demás, así como el uso de términos adecuados para explicar una situación. De no cumplirse con estos requisitos los comentarios serán borrados.